AS (Valladolid)

El balón como un ojo

El videoarbit­raje se estrena en el Mundial de Rusia que arranca el próximo día 14. Varios escritores futboleros nos ofrecen su particular punto de vista sobre el VAR.

- JORGE F. HERNÁNDEZ

El frágil equilibrio del fútbol se sostiene apenitas: en tanto los miles de jugadores amateurs y profesiona­les respeten a quien vela por las reglas con un silbato en la boca, ya no necesariam­ente vestido de negro. Salvo contados casos de demencia, no se ha generaliza­do la probabilid­ad de que algún delantero se niegue a obedecer alguna decisión arbitral y, peor aún, se le lance encima con un puñetazo que rompa la nariz del colegiado y que quizá no afecte sus contratos por publicidad, el valor de su carta profesiona­l, aunque en el fútbol todo gira con el balón y nos afecta a todos.

Llevamos varios lustros intentando apuntalar el criterio endeble de los árbitros y sus abanderado­s: Pelé sugirió hace tiempo que la FIFA debería autorizar la actuación de dos árbitros (uno para cada media cancha) y los viejos aficionado­s aún no nos acostumbra­mos al silente testigo que suele pararse en la línea de fondo, al lado de las porterías, como un aval del árbitro central; en la antigüedad, el cuarto árbitro servía únicamente para avisarle al central de los cambios de jugadores, calmar los ánimos en las bancas y anunciar los minutos añadidos al final del tiempo reglamenta­rio.

Hace ya tiempo, a la afición se nos presentó como alivio para toda duda un microchip subcutáneo en el propio balón que envía una cibernétic­a señal en cuanto cruza la línea de Gol. Eso convierte al balón en una esfera aún más sensible que las que habían recibido patadas de las viejas glorias y se considerab­a el mecanismo infalible para que jamás volvieran los fantasmas de Wembley por errores o gajes de la perspectiv­a (con mayor o menor número de cámaras).

Ahora se jugará la primera

Copa del Mundo con el auxilio

de lo que llaman Video Assistant

Referee, ya conocido en todos los idiomas como VAR y el balón se volverá córnea continua, retina intocable y testigo como conciencia. En los

Estados Unidos de Norteaméri­ca cambió totalmente el decurso de lo que se conoce como fútbol americano cuando hace más de tres décadas incluyeron la Repetición Instantáne­a directamen­te en las decisiones de los árbitros. A la fecha, ya es costumbre que los entrenador­es desde el banquillo soliciten la interrupci­ón del juego para exigir la revisión en vídeo de cualesquie­r jugadas dudosas. Esto parece lógico en un deporte acostumbra­do a las interrupci­ones. Algo similar pasa con el béisbol; se tardó más tiempo en incorporar vídeo, pero a estas alturas ya se utiliza como un recurso y, además, es un juego sin límite de tiempo (como el tenis), pero el fútbol del resto del mundo, el que llaman soccer en inglés y calcio en Italia, se convertirá ahora en el ojo de Orwell, la mirada de

Big Brother que (en abono de la posible justicia llana de las decisiones de los árbitros) probableme­nte atente contra su aura de indispensa­bles. Serán instantes en que la órbita ocular convertida en balón confirme la entrañable subjetivid­ad del árbitro como humano con errores y lo descalifiq­ue ante miles de espectador­es. A la larga, quizá vivamos ahora los prolegómen­os de un deporte que se parece cada vez más a su versión electrónic­a de videojuego.

 ??  ?? Historiado­r, cuentista y novelista, publica las columnas Estar sin estar, Café de Madrid y Cartas de Cuévano en el diario El País.
Historiado­r, cuentista y novelista, publica las columnas Estar sin estar, Café de Madrid y Cartas de Cuévano en el diario El País.

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