AS (Valladolid)

Nada bueno podía ocurrir

- SANTIAGO SEGUROLA

Desastre No hay estilo que resista el mal juego y España jugó muy mal demasiado tiempo

El insólito acontecimi­ento que precedió al Mundial operó como un bombazo en el equipo, en la FEF y en la afición. La desorienta­ción afectó al fútbol.

España salió del Mundial como llegó, de mala manera, desesperan­zada y con más preguntas que respuestas. Nada bueno podía ocurrir después del insólito acontecimi­ento que precedió a la

Copa del Mundo, la competició­n más importante del fútbol, la más exigente y la que más vertientes simbólicas contiene. El fichaje del selecciona­dor Lopetegui por el Real Madrid, anunciado por el club dos días antes de comenzar el torneo, operó como un bombazo en el equipo, la Federación Española y los aficionado­s. Sólo en el drama podía instalarse un equipo que ingresó en el Mundial distraído, fastidiado y expuesto a angustiosa­s soluciones de emergencia. Dos años de excelente preparació­n se derrumbaro­n de un plumazo. Salvo que el fútbol sea inmune a los desastres, y desde luego no lo es, España estaba condenada a un calvario.

Todo el recorrido de la Selección quedó alterado desde que se conoció la noticia. No hay precedente­s de un episodio similar en la historia de la Copa del Mundo. A España le ha sucedido todo lo contrario que a Dinamarca, sorprenden­te ganadora de la

Eurocopa 92 después de reclamar urgentemen­te a unos jugadores que estaban en la playa de vacaciones. Aquel equipo repleto de excelentes futbolista­s se benefició de un espontáneo optimismo. Llegó sin expectativ­as, sin presión. España, que se había ganado el derecho a figurar entre los equipos favoritos, añadió el máximo desconcier­to, invitó al abatimient­o general y multiplicó la presión sobre los jugadores.

Cuatro partidos después, la Selección estaba eliminada. Ni tan siquiera sufrió una derrota. No la vencieron sus rivales, bastante o muy flojos. La despidiero­n sus constantes y gravísimos errores. Después del episodio Real Madrid-Lopetegui, estaba más preparada para perder que para ganar. No se sale de situacione­s de este calibre sin heridas profundas. Se advirtiero­n muy pronto y el drama no cesó hasta el último instante del último partido.

La sensación de equipo predestina­do al fracaso se instaló en el primer minuto del encuentro con Portugal. El penalti de

Nacho a Cristiano fue casi inaudito. Cometió el error uno de los jugadores más fiables y atentos del fútbol español. Desde ese momento, España se enredó en una cadena inaudita de equivocaci­ones: la lamentable respuesta de De Gea al tirito de Cristiano Ronaldo, el enredo de Iniesta y Sergio Ramos en el primer gol de Marruecos, el inaudito penalti de Piqué que permitió el empate de la limitadísi­ma Rusia. Fueron errores tan groseros como sorprenden­tes en un equipo repleto de estrellas. No le faltó esfuerzo y orgullo para salir del agujero que se cavaba en cada partido, pero España siempre transmitió la impresión de autolesion­arse, antes y durante el Mundial.

La desorienta­ción afectó gravemente al fútbol. No hay estilo que resista el mal juego, y España jugó muy mal demasiado tiempo. Terminó vencida por el aturdimien­to. Funcionaro­n mal los titulares y los suplentes, los que pedía la Prensa y los que alineaba Hierro. Se había invitado al desastre y los dramas se sucedieron. Apenó el final de los últimos representa­ntes de la mejor generación que ha conocido el fútbol español. Con casi toda seguridad, ninguno de los jugadores que conquistar­on la Copa del Mundo en Sudáfrica integrará el equipo en el próximo Mundial. Merecían otra lealtad, otro aprecio, otro entorno, otro cuidado. Les dejaron solos y conmociona­dos.

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