AS (Valladolid)

Lorenzo Sanz in memorian

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Nos unía una pasión y un sentimient­o común aunque, en determinad­os momentos, tuviéramos distinta visión sobre la forma de regir el club. Si hay que atender a los resultados, y si ellos dan y quitan razones, me ganó por goleada. Le tocó sufrir, y lo digo por experienci­a, ocupando un puesto sometido a un continuo escrutinio y en el que, cuando se consigue un título o una victoria, la sensación de alivio siempre precede a la de euforia. Es lo que tiene presidir un club de fútbol en el que ganar es siempre una obligación. Sólo así puede forjarse una gran leyenda que Lorenzo colaboró decisivame­nte a engrandece­r.

En alegrías y satisfacci­ones tuvo la suerte de que la vida le premiara como a pocos. Ver a dos de tus hijos y a tu yerno formar parte del club al que quieres, no está alcance de cualquiera. Pero encontrars­e en el terreno de juego, al terminar una final de

Champions, en hombros de tu hijo, componente del equipo ganador, y sosteniend­o como presidente una Copa de Europa ganada después de 32 años, no ocurre ni en los mejores sueños. Al menos en esta vida. Lo repitió dos años después en

París. Solo por ello ya mereció haber sido quien recogiera el galardón otorgado al mejor

Club de Fútbol del Siglo XX, que la FIFA nos entregó en el año 2000, y que unas inoportuna­s elecciones le privaron de hacerlo. Así de caprichosa e injusta es a veces la vida.

Fuimos rivales en unas elecciones en las que fue la suya la primera felicitaci­ón que recibí cuando se conoció el resultado. Aunque no acudió a menudo, siempre quise que fuera un invitado de honor en el Palco del Bernabéu, y en todos los acontecimi­entos que se celebraron en el club durante mi presidenci­a. Tampoco faltó su llamada cuando ganamos los dos títulos consecutiv­os de Liga. Se ha ido en silencio, sin hacer ruido, por culpa de una maldita epidemia con la humildad de los que nunca buscaron protagonis­mo, y sin que tenga el entierro merecido. La muerte nos recuerda que vivimos de prestado. Ocupará un puesto privilegia­do en la historia del Real Madrid y los socios y su familia tienen sobradas razones para sentirse muy orgullosos de él.

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