AS (Valladolid)

Un incendio destruyó todo lo que tenía su familia; su padre le dijo: ‘eres nuestra esperanza”

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(risas).

—¿De dónde viene su amistad con la familia?

—Una mañana, alrededor de las 9, la casa de la familia se incendió. Afortunada­mente no había nadie. Los niños ya estaban en el colegio, la madre fuera y el padre trabajando. Lo perdieron todo... En ese momento los servicios sociales les reubicaron en una casa insalubre... Yo era un empleado del club de Fougères y organicé una colección de ropa, muebles, juguetes... Fue a partir de ese día cuando quedó un fuerte vínculo de amistad entre la familia de Camavinga y yo. Recuerdo que ante tal desastre el padre de Camavinga le dijo: “Tú eres la esperanza de nuestra familia”. Y acertó.

—¿Han cambiado?

—Para nada, él sigue siendo el mismo que quiere jugar por el simple hecho de disfrutar. Lo creo sinceramen­te. Siempre está disponible para una foto, una sonrisa, un autógrafo...

—¿Camavinga siempre quiso ser futbolista?

—La verdad es que no. Él quería practicar judo, como su hermano. Fue la madre la que dio el primer paso y le llevó, con nueve años, al club del distrito Drapeau de Fougères. Estaba harta de que rompiera cosas con la pelota en la sala de estar (risas).

—¿Qué es lo que más le sorprendió de Camavinga cuando le entrenó con 10 y 11 años?

—Su facilidad con los gestos técnicos, era muy natural. Y su visión del juego, siempre estaba un paso por delante de los demás. Todavía recuerdo como si fuera ayer la final del campeonato regional. Íbamos 0-0 y quedaban cinco minutos. Le miré y le dije que lo hiciera solo. Tomó el balón cerca de nuestra portería, dribló a casi todo el equipo contrario y terminó marcando gol. Muchos por aquí recuerdan todavía ese momento. Fue muy aclamado. Actualizar­on su categoría por edad después de aquello.

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