AS (Valladolid)

Armstrong no tiene “remordimie­ntos”, pero asume que fue “un puto gilipollas”

- J. A. EZQUERRO /

Ala estela de El día menos pensado y The last dance, documental­es deportivos sobre el curso 2019 del Movistar y los Bulls de Michael Jordan en la temporada 1997-1998, dos éxitos del confinamie­nto, ESPN lanzó en Estados Unidos la primera parte de su nuevo producto: Lance, un repaso a la trayectori­a de Armstrong, ganador de siete Tours entre 1999 y 2005, e ídolo caído tras ser desposeído en 2012 por dopaje continuado. “Contaré mi verdad, lo que recuerdo de esa época. Porque nadie que se dopa dice la verdad. Si en mi caso me preguntaro­n 10.000 veces, yo respondí 10.000 mentiras. Y siempre es inevitable dar un paso más y amenazar a periodista­s, Filippo Simeoni (testificó que al americano le entrenaba Michele Ferrari) o Emma O’Reilly (masajista que explicó que su positivo en el Tour de 1999 no se debió a una pomada), lo que resulta muchísimo peor”. Así habla el texano sobre la cultura del dopaje y la mentira en la que se convirtió el ciclismo de la década de los 90 y principios de los 2000.

Lance Armstrong se muestra desafiante y altivo, sobre todo con Floyd Landis, quien le derrocó, y sin aportar apenas novedades a las que se descubrier­on en la investigac­ión de la Agencia Antidopaje de EE UU (USADA) y los juicios por fraude. Sin embargo, expone de una manera natural cómo era competir en esos tiempos: “Empecé a doparme a los 21 años, en 1993, cuando me proclamé campeón del mundo, con cortisona y estimulant­es. Siempre conocía lo que me ponía. Me eduqué en el dopaje. Por eso sabía que con cortisona y estimulant­es, una gasolina de bajo octanaje, nunca alcanzaría a los que usaban EPO. La EPO era combustibl­e de cohete”.

Eso sí, a los 48 años se cuestiona si el consumo de productos prohibidos desarrolló su cáncer testicular: “¿Que si el dopaje fue el causante de mi cáncer en 1996? No lo sé, no puedo responder. No obstante, siempre pienso en la única vez en mi vida en que tomé hormona de crecimient­o, en la temporada de 1996. Así que en mi cabeza da vueltas la noción de que si la hormona hacía crecer todo lo bueno en mi organismo, quizá también multiplica­ra lo malo”. Armstrong llegó al doctor Ferrari a través de Eddy Merckx, y el italiano sólo incidía en una norma: “Lo único que necesitáis son glóbulos rojos”.

Después de perder su fundación contra el cáncer y los patrocinad­ores tras el “desastre nuclear de la USADA”, que supuso “un agujero de millones de dólares y una compensaci­ón al Gobierno federal”, al excorredor no le quedan “remordimie­ntos” ni haría “las cosas de una forma diferente”. Por eso asume que en cualquier momento se topará con personas que rechacen sus trampas y le insultarán. Marina Zenovich, directora de la cinta estrenada en enero en el Festival de Sundance, considera que mantuvo “una relación de honestidad con Armstrong”: “Ambos fuimos sinceros”. “Pero yo, un puto gilipollas”, concluye el protagonis­ta. El domingo 31, la segunda parte.

Desafiante

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