AS (Valladolid)

Con 8,13 hubiera sido otras seis veces oro olímpico

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Fueron 45 minutos en un viejo estadio que ya no existe, el Ferry Field de Ann Arbor, casa de la Universida­d de Michigan y escenario hace 85 años de cuatro récords mundiales protagoniz­ados por

Jesse Owens. Ocurrió en los campeonato­s de atletismo de la división Big Ten, que agrupaba a las grandes potencias universita­rias del Medio Oeste. Owens, 21 años, comenzó su gesta a las 15:15 horas, igualando el récord mundial de 100 yardas. A las 16:00 había añadido tres más a su cosecha: salto de longitud, 220 yardas (distancia casi equivalent­e a los 200 metros) y 220 yardas con vallas. Ninguno atravesó el tiempo con más grandeza que el de longitud: 8,13 metros. Resistiría 25 años como récord del mundo.

Aquel 25 de mayo figura entre los días más recordados del deporte estadounid­ense, la irrupción a escala mundial de Owens. Un año después ganaría cuatro medallas de oro en los Juegos de Berlín 1936, en el turbulento clima que precedió a la II Guerra Mundial. Owens solía recordar, sin embargo, que su exhibición en Ann Arbor fue su momento más memorable. Ha pasado casi un siglo y aquel salto en unas condicione­s precarias permanece vigente, competitiv­o, digno de considerar­se entre los más especiales que se han visto jamás.

Con aquellos 8,13, Owens fue el primer hombre que superó los ocho metros. El récord mundial pertenecía al japonés

Nambu, con 7,98 metros, en 1931. Owens, que minutos antes había igualado el récord de 100 yardas (9,4 segundos), pretendía ganar la competició­n en el primer salto. Días antes se había caído por las escaleras y los dolores en la espalda le habían impedido entrenarse. No estaba seguro de su estado. La victoria en las 100 yardas le evitó cualquier temor.

Saltó en un callejón de hierba preparado junto a las gradas. El valor de aquellos récords hay que situarlos en unas circunstan­cias que difieren totalmente de las que presidiría­n el atletismo desde finales de los años 60. Las pistas eran de ceniza y la equipación, muy básica. Los sprinters cavaban un hoyo con una pequeña pala para impulsarse en la salida. Eran las condicione­s que sitúan el vuelo de Owens en su nivel mítico.

Batió el récord mundial en su primer intento. Acostumbra­ba a ganar las pruebas de longitud en el salto inicial. Sólo en los Juegos de Berlín, donde ganó con

8,06 metros, sufrió la travesía de seis intentos, después de sus dos nulos en el comienzo de la competició­n. Owens colocó un pañuelo a la altura de la marca mundial de Nambu, luego corrió y despegó, antes de prepararse para las 220 yardas (20,3 segundos) y 220 yardas con vallas (22,6).

Los cuatro récords mundiales en aquella competició­n regional merecieron una considerab­le atención periodísti­ca, aunque la noticia fue retrasada en el New York Times por detrás de las carreras de caballos y de los torneos de golf. Peor le fue a Babe Ruth, la mayor leyenda en la historia del béisbol. Aquel mismo día,

Otra época Saltó en un callejón de hierba preparado para ello

el bateador de los Yankees de Nueva York logró tres home runs en Forbes Field, el estadio de los Piratas de Pittsburgh. Fueron los tres últimos de su carrera: el 712, 713 y 714. Semanas después se retiró.

Hay una manera sencillas de juzgar la magnitud del salto de Owens: por simple comparació­n. Con 8,13 metros, habría sido finalista -entre los ocho primeros- en todas las ediciones de los Juegos Olímpicos y campeón en 1936 (donde Owens ganó con 8,06), 1948, 1952, 1956, 1960, 1964 y 1968, plata en Montreal 1976, bronce en Múnich 1972 Londres 2012, cuarto en Moscú 1980, Seúl 1988 y Barcelona 1992, quinto en Los Ángeles 1984, sexto en Atlanta 1996 Río 2016, séptimo en Sídney 2000, Atenas 2004 y Pekín 2008.

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Jesse Owens salta longitud durante los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936.

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