Un gol único
■ Uno de los partidos más memorables en la historia de la Copa del Mundo se disputó el 5 de junio de 1938 en La Meinau (Estrasburgo) y enfrentó a Brasil y a Polonia. Fue el primer encuentro en el que se marcaron al menos diez goles y en él que se registró el primer póquer mundialista a cargo de Ernest Wilimowski, que hizo dos tantos en seis minutos para equilibrar un 3-1 en contra y que llevó el encuentro a la prórroga (en la que también anotó) tras marcar el 4-4 en el minuto 89.
Pero ese partido también pasó a la historia porque fue el primero (luego solo ha habido otro más) en el que dos jugadores rivales anotaron un hattrick, ya que a los cuatro tantos de Wilimowski hay que añadir los tres que anotó Leônidas da Silva. Y de esos tres goles de la estrella brasileña, os quiero hablar del segundo porque es un caso único e irrepetible en la historia de la Copa del Mundo. En el segundo tiempo del partido empezó a llover con fuerza y el terreno se volvió casi impracticable. De hecho, en una acción en la primera parte de la prórroga, Leônidas hundió uno de sus pies en el lodo y cuando lo sacó hacia afuera destrozó la suela de su bota. Acudió rápidamente a la banda para que le arreglaran el problema, pero nadie daba con la solución y el partido no estaba para perder un jugador así como así.
El Diamante Negro, como le apodaban, decidió arreglarlo a su manera y se quitó las dos botas, la rota y la no rota, y así regresó al campo. Había tanto barro en el calzado y en las medias de los jugadores, que el árbitro Ivan Eklind no se dio cuenta de que había un hombre totalmente descalzo sobre el terreno de juego (algo prohibido expresamente por el reglamento) y fue precisamente ese futbolista, el gran Leônidas, quien hizo el primer gol del tiempo extra. Un gol que es y será, por los siglos de los siglos, el único anotado por un jugador sin botas en la historia de la Copa del Mundo. Por cierto, Brasil ganó 6-5 y pasó a cuartos de final.