AS (Valladolid)

29 de junio, día de San Luis Aragonés y San Fernando Torres

En el Ernst Happel de Viena, la Selección corona en una gran final ante la temible Alemania un campeonato impecable en el que impuso un estilo de juego con el balón como gran protagonis­ta

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“Suerte míster… aunque sé que no le gusta que se la deseen”.

Pensaba que me iba responder con una frase muy suya. “La suerte, para los malos toreros”, pero estaba concentrad­o en sus cuitas internas que respondió algo impensable en ese momento. A su manera: “Ha pasado el tiempo y hemos madurado. Si ahora tuviéramos que volver a jugar contra Francia el partido del Mundial 2006, no perderíamo­s. Este equipo se hubiera replegado en su campo con la ventaja, no se hubiera vuelto loco y desde el balón hubiera sabido defenderse y rematar su victoria”.

Era una predicción de lo que iba a pasar por la tarde. Su última charla fue esclareced­ora. “Del subcampeón no se acuerda nadie, nadie (tres veces). Somos mejores y les vamos a ganar. Estas finales las gana el equipo que está seguro de lo que tiene que hacer y nosotros lo estamos. No perdemos el autocontro­l”.

El arranque del encuentro fue un tanto descorazon­ador. Los de Low salieron versión rodillo. Quitaron el balón a España y le arrinconar­on en su campo. Fueron quince minutos de presión alta y de exaltación física. No marcó Klose tras un error de Ramos, porque los guiños no se habían acabado. Xavi y Cesc no veían el balón. Luis mandó a Iniesta y Silva cambiar de banda. Entonces apareció Senna, el más teutón de los españoles aunque naciera en Sao Paulo, para poner orden. De su capacidad técnica, física y táctica se valió el equipo para ganar metros. Tantos como para que Torres cabeceara al poste en el otro área un centro de Sergio Ramos.

La Roja ya estaba dentro. Y se metió hasta la portería tras una larga circulació­n. Hasta que Xavi encontró un hueco y allí mandó el balón. Torres corrió con Lahm. Parecía que el alemán llevaba ventaja, pero el de Fuenlabrad­a metió el turbo, ganó la posición por fuera y cuando vio que el mastodonte Lehmann se lanzaba a sus pies, le picó el balón por encima con la derecha.

Ninguno supimos entonces el valor de ese gol, pero era el aviso, el parpadeo, la advertenci­a, la insinuació­n casi definitiva de que ese título tenía

Senna Con su sentido táctico y su físico sacó al equipo de un mal comienzo

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Iker Casillas levanta la Copa con un ritual que se ha convertido ya en un clásico.

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