Durante el torneo se dieron síntomas que auguraban el éxito
Llegaba la España de Luis, La Roja, como el propio técnico la bautizó, a la final del Prater después de un partido pletórico en las semifinales contra Rusia. Posiblemente su mejor actuación en muchos años. Ese ‘partidazo’ no había sido sino el penúltimo guiño del destino.
Desde el primer encuentro, esa Eurocopa no dejó de hacer insinuaciones a Luis y a sus hombres. En el primer encuentro ante Rusia, los tres goles de Villa. En el segundo contra Suecia, el tanto, también del asturiano, en la prolongación. En el tercero contra Grecia, ya clasificados, los teóricos suplentes demostraron que estaban a la altura de las circunstancias.
Tres veces se dio el parpadeo embaucador en los cuartos. Con los dos penaltis parados por Casillas y el transformado por Cesc. En las semifinales las sensaciones fueron tan buenas que más que el penúltimo guiño parecía un ‘tic’ permanente. Demasiados pálpitos para caer en la final. Y así lo interpretó el equipo convencido por las palabras de un Aragonés contumaz. Alemania era grande, fuerte y alta, pero no invencible. Luis comenzó el gran desafío con el mismo once que acabó la semifinal. Pruebas las justas. Ese once y su manera de entender el juego le apasionaba. Estaba convencido de la victoria. No era una pose.
La misma mañana del partido pude estrechar su mano.
Guiños