AS (Valladolid)

El único que no se estrenó, todos los demás tuvieron sus minutos

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dueño y no era otro que la Selección. Tras soportar el penúltimo arreón germano se llegó a un descanso que Luis utilizó para multiplica­r el ego de todos sus jugadores.

Cuentan que fue Luis en estado puro. Primero, como era su costumbre, dejó a los jugadores tomar aire cinco minutos. “Descansen, descansen…” Después un monólogo mientras paseaba como tigre enjaulado. Ánimos, consejos, detalles con algún jugador en particular.

El equipo volvió enchufado. Entre los minutos 52 y 55 creó tres ocasiones. Y entre el 67 y el 69, otras tantas. Unas más claras que otras, pero todas amenazante­s. Hijas del dominio, de la intuición y talento que esos jugadores llevaban dentro. España debió ganar por más goles. Cierto es que Alemania pegó coletazos hasta el último pitido de Rosetti, pero la Selección había sido superior.

Ese 29 de julio ya no era en el santoral la festividad de San

Pedro y San Pablo, era el día de San Luis Aragonés y San Fernando Torres y así lo será por el resto de los tiempos. Michel Platini, presidente de la UEFA, estaba preparado para la gran ceremonia y cerrar un ciclo. Un gol suyo a Arconada el 27 de junio de 1984 apartó a la Selección del sueño de ganar su segunda Eurocopa, después de aquella del 64.

Ahora, 24 años y dos días después, entregaba a Casillas la Copa que, posiblemen­te, tenía que haber levantado el propio Arconada en el Parque de los Príncipes de París. Como homenaje, Palop, el tercer portero, lucía la camiseta del portero vasco.

Los héroes celebraban el triunfo como en las grandes ocasiones. No era para menos. Todos podían estar orgullosos de su final y de su campeonato. Casillas sumó su tercer partido consecutiv­o sin recibir un gol y demostró que en el juego por alto había mejorado como para que los alemanes no le intimidara­n. Sergio, que entonces era un lateral de largo recorrido, se comió su banda y se agigantó en el bombardeo aéreo. Puyol, pletórico, empequeñec­ió a Klose. Marchena se convirtió en el ‘kaiser’ con Beckenbaue­r en la tribuna. Capdevila pareció estar en el patio de su casa. Senna, ¡ay Senna!, achicó hacia atrás, hacia delante, abarcó campo… y todo a un ritmo impropio de un brasileño.

Xavi fue Xavi. Todo está dicho. El mejor socio de todos y cada uno de sus compañeros. Cesc fue tan útil como siempre. Iniesta se movió mejor por la izquierda que por la derecha y desafió el vértigo con sus regates inverosími­les. Silva tiró diagonales y aguantó las tarascadas con la cabeza alta…

…Y Torres. Fernando se acordó del himno de su Liverpool de entonces y nunca caminó solo. Marcó el gol de triunfo, pudo marcar un segundo y viajó en una velocidad distinta a la de los centrales alemanes.

Los cambios de Luis parecieron más oportunos que nunca. Xabi Alonso fue una inyección de oxígeno y saber estar cuando más era necesario. Cazorla se apropió de la banda derecha y por allí respiró el resto del equipo y Guiza estuvo cerca del gol.

Todos se fundieron en un abrazo con los que no jugaron la final. Solo Palop se quedó sin jugar. El resto había tenido su partido de gloria contra Grecia (2-1). Los Reina, Arbeloa, Albiol, Juanito, Fernando Navarro, De la Red y Sergio García también se sentían partícipes del título.

Palop

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