AS (Valladolid)

La vida es blanquiazu­l

- CARLOS MARAÑÓN

Mágico Espanyol nos gusta llamarnos. Adjetivo ochentero, salido del embrujo del Gol Sur de Sarrià, para un club de contrastes que conviven en equilibrio inestable pero centenario. Aunque quizá viene de mucho antes, de cuando transforma­mos la mofa en orgullo: dijeron que éramos cuatro gatos, nos dibujaron como el gato Perico, versión cañí del gato Félix de las pelis, y echamos a volar como periquitos para siempre. Ja som aquí!, que diría Tarradella­s. Ya estamos aquí. Otra vez. Con mucho que contar de un año en que, respetando mucho esta Segunda donde el balón rueda por arenas movedizas, entre clubes quijotesco­s de solera deshilacha­da, palcos sin catering y eco de fútbol modesto, el Espanyol ha aprendido a respetarse a sí mismo meses después de la temporada más vergonzosa de su historia.

La magia del Espanyol no llena los auditorios de David Copperfiel­d ni ha olido beca en Hogwarts. Es una mezcla del escapismo con cadenas de Houdini y el nianoniano chufletero del genial Tamariz. Es el milagro de la aldea de Astérix (Obélix blanquiazu­l), el encanto de salir a buscarse la vida, de ganar el próximo partido en casa para ir tirando, de un estadio espectacul­ar con una rotonda que se atasca todas las jornadas. La magia espanyolis­ta no ha sido capaz de oponer un relato ganador al més que un club y al ejército simbólico de Catalunya. Pero ningún hincha del Espanyol cambiaría un relato por los tres puntos del domingo que viene. Y con esa victoria podemos empezar a construir este relato sin relato. O mejor: este relato construido con las historias mínimas de todos los que sentimos al Espanyol. Como la mía: viví el anterior año en el infierno, hace 28 años, sin ver a Elena durante doce meses de noviazgo por carta y cabinas de teléfono en los que ella me daba consejos para huir de las tarascadas de Mino y Albesa: jugaba en el Espanyol B, y los jueves éramos el sparring de aquel equipo de Camacho que ascendió por bemoles. Hace diez meses, un abrazo de Elena me consoló tras el descenso del Camp Nou, días antes de morir. Con su fuerza hemos llegado hasta aquí. La vida es blanquiazu­l.

Ningún hincha del Espanyol cambiaría un relato por los tres puntos del domingo que viene

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