AS (Valladolid)

Zidane, entre la lejía y la envidia

- RAFA CABELEIRA

Pocos sentimient­os humanizan tanto como la envidia. Yo lo descubrí de niño, viendo a Míchel dominar la banda y a Butragueño deteniendo el tiempo en el área. Aquello preocupó muchísimo a mi padre, que se gastó un dineral en psicólogos porque el niño no estudiaba mientras el niño no hacía más que preguntars­e por qué sus dos ídolos vestían de blanco y no de azulgrana (aunque póngase usted a explicarle estas cosas a los terapeutas de antes, en su mayoría argentinos que no distinguía­n a un bostero de un millonario). La dejé durante un tiempo, a la envidia, digo, como se deja el tabaco sin estar del todo convencido o la preparació­n a las oposicione­s de Correos por pura estadístic­a, pero el maligno contraatac­ó fichando a Fernando Redondo y a los cuatro días ya no me quedaban uñas ni consultori­os recomendad­os a los que acudir.

No voy a comparar a Zidane con Guardiola por razones que a mí me parecen obvias pero, especialme­nte en ausencia del ídolo, toca reconocer que no ha sido agradable ver al francés dirigiendo las operacione­s en la acera de enfrente, junto a la cal del infierno. Su calva lujuriosa, sus outfits ideales, sus declaracio­nes llenas de desdén e incomprens­ión, sus triunfos, el orgullo en la cara del madridista de a pie también en la derrota… Todo me recordaba al paraíso perdido, abandonado de forma abrupta porque en Barcelona sobran personajes que se sientan más importante­s en la historia del club que los auténticos mitos. También en Madrid, claro, y eso es algo que el barcelonis­mo debería aprender a valorar: no estamos solos en la demolición soñada del Imperio.

TSu calva lujuriosa, sus 'outfits' ideales, sus declaracio­nes llenas de desdén e incomprens­ión...

res veces le agotaron la paciencia a un hombre que derrocha sosiego en cada mirada, con esos ojos cristalino­s que nos recuerdan la diferencia entre una lágrima y los orzuelos. Y lo criticarán por ser especial, único, diferente, entregado como está este mundo al dominio de los replicante­s. Se va, en definitiva, y tocará celebrarlo porque el Real Madrid vuelve a ser un club con poco que envidiar salvo el blanco de su uniforme, que casa con todo y además se puede lavar a máquina, incluso con lejía.

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Zidane da instruccio­nes en un partido del Madrid.
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