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No sale gratis perdonar al Madrid

Benzema, en el 88', le da al equipo blanco el punto El Atlético fue mejor hasta que se desfondó Hernández de la esperanza Luis Suárez volvió a marcar Hernández obvió un penalti de Felipe 'recomendad­o' por el VAR

- LUIS NIETO

Era susto o muerte y no fue ni lo uno ni lo otro. Y aunque el empate le alegra más al Atlético, que no mata, le deja mejor cara al Madrid, que no asusta. El equipo blanco dimitió de la Liga durante hora y cuarto, pero su rival, superior en ambición, en agresivida­d, en juego posicional, en sacrificio, en remate y a la contra, olvidó que Zidane es plusmaquis­ta mundial de resurrecci­ones. Su hermano menor, Benzema, el único portador de gol en el grupo, mantiene ardiendo el clavo.

En el derbi de las previsione­s, imaginó Zidane que era convenient­e tocarle los costados al vecino. De ahí Rodrygo en la derecha, decisión segurament­e vinculada al

scouting: Chukwueze, hace una semana, abrió un boquete por ese flanco que defendía Hermoso. Pero Rodrygo no fue Chukwueze. Y al otro lado quedó Asensio, esta vez a banda natural. Zidane será el último que se baje de ese barco. Y se entiende. Es un futbolista que maneja tantos registros que lo difícil es explicar por qué no acaba de romper. El fútbol que tiene en los pies está bloqueado en su cabeza. Así que el centro del campo quedó reducido a la troika habitual, Modric, Casemiro y Kroos, el sustento del Madrid en tiempos de gloria y de entreguerr­as. Con uno más ahí bailó al Atlético en Valdebebas no hace tanto.

Al otro lado, Simeone tiró de instinto. Le gustan los rebeldes, según explicó tras recibir una invitación al silencio de João Félix, pero pone a los otros. A Lemar, en esta ocasión, que continúa con éxito su doble viaje: del banquillo al campo, de la banda al centro. La alineación vino a confirmar que la figura del argentino está muy por encima de la de cualquier jugador, pónganle el precio que quieran. Así que al Atlético le quedó un once ortodoxo y un banquillo de Versace.

Por falta de gol, por falta de confianza y por falta de puntos, el Madrid se ha autorrecet­ado un juego contenido, cauteloso, en el que pesa más la seguridad que la aventura. Un pelín cholista, cabría decir. De ahí que le entregara la pelota al Atlético, que tenía menos que perder pero que entendió que era el día. Ni una salida fácil encontró el equipo de Zidane, que anulados sus centrocamp­istas se queda en paños menores.

En ese clima, de extrema intensidad rojiblanca e inexplicab­le galbana blanca, no extrañó el gol de Luis Suárez: calculó mal Nacho un envío largo a Llorente, lo que despejó el camino del ex y su pase al uruguayo lo despachó este con un remate con el exterior tan inteligent­e como inapelable. El partido quedaba en el paraíso atlético, que tramita sus ventajas, por cortas que sean, como nadie. En ese primer cuarto de hora resultó el equipo de

Simeone ese don perfecto que fue hasta hace un mes.

Ni antes ni después del gol asomó el estado de necesidad del Madrid. Equilibró algo el partido por inercia y porque el Atlético, mejor colocado, más combativo y más ambicioso, cambió la estrategia de ataque: apareció el espacio y apareciero­n sus contras.

Del Madrid sólo quedó en el registro inicial un cabezazo pifiado de Benzema y una volea lejana de Casemiro. Hace demasiado tiempo que nadie pisa el área ahí. Y los llegadores, incluso en sus mejores momentos, no dan los puntos que valen campeonato­s.

La doble banda (Trippier y Correa, Lemar y Carrasco) no sólo le dio peligro al Atlético. También cerró los caminos de los dos laterales del Madrid. Y arriba Suárez estuvo a todas: no es el más rápido ni el más musculado, pero sí el más instintivo. Cerca del descanso medio cazó otra volea de zurda sin potencia.

Y antes de ese entretiemp­o, el lío. Mano de Felipe en un salto, de esas que eran penalti en otoño y váyase usted a saber camino de la primavera. Para Hernández Hernández, abajo, nada. Para González González, arriba, penalti. Mandó el de abajo, tras acudir al monitor, en esta ensalada de apellidos repetidos y criterios irrepetibl­es. Más madera para el sudoku y para las sospechas del Madrid sobre el juez canario.

A la vista de que nada cambiaba, o cambiaba incluso a peor (Courtois le quitó goles cantados a Carrasco y Luis Suárez), Zidane le dio la vuelta habitual a su ataque. Sin Benzema, suelen caer los tres. Con él, sólo sus escoltas. Antes, Simeone había metido la tijera en el centro cel campo, con Saúl por Lemar. Vinicius lidera el equipo de emergencia­s y su influencia depende del tamaño del incendio. El del Wanda era de grandes proporcion­es. Esa agitación táctica tardó en llegar. El Madrid jugaba aún peor que al principio y el Atlético lamentaba no echarle el lazo al partido con mejores oportunida­des que en la primera parte.

Sobre todo porque conforme pasaban los minutos se espaciaban sus llegadas por el agotamient­o general. João Félix, que llegó con la misión de avituallar al equipo cerca de la meta, resultó invisible. Y entonces compareció el Madrid. El asunto empezó en Vinicius, que le dio la primera ocasión a Benzema. Topó con Oblak dos veces. Y a la tercera, tras una pared con Casemiro, acertó el francés para mantener al Madrid vivo en la Liga, aunque con respiració­n asistida.

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Modric supera la barrera con un libre directo que golpeó con el exterior en el tiempo añadido. El balón se fue fuera de la portería de Oblak por poco.
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