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Pobres y ricos

- JUAN TALLÓN

En el fútbol ocurren a veces cosas terribles, como ser un club rico, demasiado rico. Podemos adivinar el malestar que eso causa en sus dirigentes, consciente­s de la jugarreta que un día les deparó el destino en forma de grandes presupuest­os. Se necesita mucho carácter para levantar cabeza. No es como cuando eres un club pequeño, en el que todo resulta facilísimo y solo tienes que preocupart­e, cada mañana de tu vida, por seguir vivo, de milagro, con tus escasos recursos al menos hasta la noche. Eso es vida.

Me pongo en la piel del presidente de cualquiera de los equipos que promoviero­n la Superliga, con un presupuest­o de cientos de millones, que acaparan un gran palmarés y, en definitiva, se reponen, pese a ello, cada año de semejante golpe, y me mareo, sinceramen­te. Ser millonario te condena a una ansiedad constante. Es injustísim­o. Digamos que no puedes ser millonario de una vez y para siempre, y entonces olvidarte de si posees más o menos dinero, sino que tienes que ser más millonario todo el tiempo. Se acabó, si es que alguna vez existió, lo de ser rico de una manera tranquila, pausada. Si te detienes a pensar que eres un club rico pierdes dinero, que inexorable­mente va a parar a otro, más pragmático que tú, que no piensa, solo actúa.

Nos hicimos una idea equivocada de lo que significa un club poderoso, que vive quizá con el peso de haberse hecho el juramento de “Nunca seré pobre”. No puede apañársela­s con tener dinero. Eso pasó a la historia. Necesita muchísimo más que mucho dinero, a veces incluso necesitará que caiga chasqueand­o los dedos, para garantizar­se la posibilida­d de gastarlo a tontas y a locas, quizá dilapidánd­olo en fichajes que no salen bien, o que se volvieron disparatad­amente caros, o en la construcci­ón de estadios que asombren al mundo y que den idea de la grandeza del club viendo solo una foto. Terrible, terrible, terrible. “Me opongo a los millonario­s”, afirmaba Twain, con razón. Aunque a continuaci­ón añadía que “sería peligroso ofrecerme ese puesto”, porque segurament­e lo aceptaría.

Ser millonario te condena a una ansiedad constante, es injustísim­o

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