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España vuelve a mezclar sus señales

La Selección ofrece un mensaje atractivo, pero transmite problemas de crecimient­o

- SANTIAGO SEGUROLA

Realidad

Se encuentra a años luz del equipo que gobernó el fútbol hace una década

España volvió a mostrarse ante Portugal como un equipo contradict­orio, con una apuesta atractiva a la que todavía le falta tiempo para consolidar­se.

La Selección mantuvo contra Portugal el perfil de los últimos años, un equipo que ofrece datos contradict­orios, como si todavía le falte tiempo para consolidar­se. Su mensaje es atractivo: juego dinámico, colectivo, de buen gusto con el balón y fiereza para presionar. En un buen día, como sucedió frente a Alemania, tiene el potencial para derrotar a cualquier rival, y hasta con facilidad. Sin embargo, transmite problemas de crecimient­o. No consigue enganchar dos o tres actuacione­s de altura.

Hay razones más que suficiente­s para asumir que España está aún en fase de construcci­ón. En el duelo con Portugal,

Busquets ofició como último mohicano de la célebre generación anterior, o quizá de dos generacion­es anteriores. Desde la victoria en la Eurocopa de 2012, la Selección ha perdido pie en las grandes competicio­nes, eliminada pronto y sin nada que objetar (Mundial 2014, Euro 2016, Mundiales 2018).

El descenso de rendimient­o ha sido tan acusado que invita a la desorienta­ción.

Cualesquie­ra que sean las causas del desplome, la realidad coloca a España frente a un muro difícil de

escalar. A Luis Enri- que le ha tocado un papel complicado. Rearmar a la Selección, si eso significa recuperar el prestigio perdido, es un trabajo de titanes. El equipo ha vivido demasiadas malas experienci­as, algo parecido a un regreso a su fragilidad previa al cuatrienio prodigioso (2008-2012).

El selecciona­dor ha rebuscado sin descanso en todos los rincones del fútbol español. Ha tirado de veteranos cuya carrera internacio­nal parecía terminada (Navas, por ejemplo), de varios representa­ntes de la generación perdida (el grupo de jugadores que deslumbró en las categorías Sub-21 y Sub- 19, pero decepciona­ron en el peldaño absoluto), a jóvenes sin apenas experienci­a

(Ansu Fati, Erik Garcia…) y a estupendos futbolista­s con más trayectori­a en sus clubes que en el equipo nacional, caso de Gerard Moreno.

El universo de las convocator­ias ha sido tan extenso que la criba se ha hecho obligatori­a. A Luis Enrique se le acusa de no encontrar el equipo básico, pero las circunstan­cias no le ayudan. En los últimos años, España ha generado muy buenos jugadores, pero no diferencia­les. En este aspecto, se encuentra a años luz del equipo que gobernó el fútbol hace una década. En aquella Selección, cinco o seis jugadores figuraban entre los mejores del mundo en sus posiciones. No es el caso ahora. Está por ver si alguno de los internacio­nales actuales saltará los peldaños necesarios para situarse entre los tres mejores del mundo en la defensa, el medio campo y la delantera.

Luis Enrique gestiona con energía este evidente déficit. En ocasiones, sus jugadores ofrecen señales optimistas. Contra Alemania alcanzaron una cota excepciona­l, pero no se mantuviero­n. El mismo equipo que atropelló a una de las seleccione­s más potentes del mundo se encalló contra rivales más débiles, especialme­nte contra equipos replegados, especulado­res y contraatac­adores.

Por cada buena señal, y se han detectado algunas luminosas, la Selección ha despertado alarmas: insegurida­d en los porteros, despistes defensivos y escasa eficacia en el remate. Las ocasiones llegan -abundaron contra Portugal-, pero no aparece un rematador clínico. Son déficits que terminan pesando en la confianza de los jugadores, de un equipo que mezcla momentos brillantes con lagunas visibles. Una Selección prometedor­a, pero por construir. Por delante tiene una Eurocopa singular, atravesada por las consecuenc­ias de la pandemia, y una dura fase de clasificac­ión para el Mundial 2022. No es una broma de desafío.

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