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El Mallorca está

- ALFONSO HERRÁN

Los baleares regresan a una final 21 años después de ganar su único título ● Oyarzabal falla el único penalti de una tanda dramática ● Mikel estaba siendo elhéroe tras empatar el tanto de Gio

Un partido con mil curvas, estirado con una prórroga y una dramática tanda de penaltis, llevó inesperada­mente al Mallorca al último combate por la Copa. Hace el número cuatro en su historia. Peleará en La Cartuja el 6 de abril por su segundo trofeo y, en caso de subirse al trono, este grupo del Vasco Aguirre se hará tan eterno como aquel esplendoro­so que doblegó en 2003 al Recreativo de Huelva en Elche.

El equipo bermellón merece todas las loas posibles. Se mueve en el terreno épico como muy pocos en España, su defensa numantina es canela. Se trata de una plantilla modesta, pero exprime sus virtudes con una fe que podría reseñarse en cualquier simposio futbolero. Pusieron rumbo a Sevilla con una tanda de penaltis absolutame­nte impecable. Disparos certeros, llenos de fe que Remiro ni olió. Los txuri-urdin vivieron una de las noches más negras de la era reciente. Se pusieron a hombros de Oyarzabal, el capitán que ejerció de héroe y villano en un puñado corto de minutos. Mikel quería ser el señor Copa, pues ha marcado en octavos, cuartos y semifinale­s. Su salida al campo dinamizó a un equipo momia y contagió el entusiasmo preciso. Empató e hizo creer a Anoeta, pero luego en la tanda falló el penalti que mandó a sus compañeros a la cuneta.

El Mallorca protagoniz­ó un desgarro inicial con Gio, en su primer remate a puerta en la eliminator­ia un partido y medio después. No habían marcado en Anoeta desde 2007. La Real estaba articuland­o un juego macarrónic­o, pero se fio del mago Oyarzabal. Este hizo el primer trabajo y falló en el momento más importante, el de la estocada. Todo eran lágrimas.

La Real arrancó con su desamparo de los últimos tiempos. Unas semanas en las tinieblas en las que, entre lesiones, ineficacia de los delanteros y dudas, se ha despojado de la etiqueta de gran equipo Champions. Casi todo lo que se veía era desesperan­te. Samu Costa subía su marca para poner los grilletes sobre Zubimendi y el montaje ofensivo de los locales se venía abajo como un castillo de naipes. El 4 tenía que meterse entre los centrales para coger algo de juego, ahí sí que podía trazar un plan con la pelota, pero a Brais Méndez y Merino los veía con prismático­s. Eran tres magos con garrotes en vez de varitas mágicas, jugando siempre de espaldas al marco contrario. El centro del campo bermellón imponía su táctica. El

Vasco Aguirre se frotaba las manos viendo que triunfaba su idea del bloqueo interior txuri-urdin.

El partido más que feo resultaba monstruoso. En el último suspiro del primer tiempo la Real tuvo una opción de mover el rocoso empate a cero. Pero Brais falló un penalti ante Greif. Mal presagio.

Jaume Costa patrocinó un centro con mucha parábola que remató de cabeza solo Gio. Al fin se celebraba un gol, tras limar 140 minutazos de eliminator­ia. Oyarzabal empató nada más salir y todo parecía cambiar. Pero el Mallorca aguantó como un titán hasta los penaltis. Abrió la tanda Oyzarzabal con un error. Marcaron por parte local Turrientes, Olasagasti, Zubimendi y Becker. Y el Mallorca lo bordó con Muriqi, Morlanes, Mascarell, Radonjic y Darder, el último, quien daba el pase, el protagonis­ta absoluto con el meta Greif.

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Los jugadores del Mallorca celebran el pase a la final y abrazan a su portero Greif, héroe del partido, que detuvo un penalti durante el partido y otro en la tanda.
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