Héroes inesperados
Rüdiger y Lunin arreglaron a lo grande en el Etihad dos errores en la eliminatoria que pudieron costarle caros al Madrid
De rodillas y mirando al cielo, gritando, respirando. Así terminó Lunin la eliminatoria, una que empezó con cante y acabó en recital. Cara y cruz de la moneda del portero. Una profesión de riesgo, donde acertar es lo mínimo y fallar, lo inevitable. Casi funambulismo. A Mánchester llegó rodeado por esa atmósfera de incertidumbre que se instaló desde su error en el primer gol de la ida. Un chut lejano de Bernardo Silva, una zancadilla involuntaria de Vinicius –se movió de la barrera, facilitando la trayectoria del balón a portería– y una mano blanda que hizo el silencio en el Bernabéu. Había fallado, lo sabía. Así que tocaba redención. Una revancha.
Y llegó el Etihad. La oportunidad de responder a la pregunta que rondaba la cabeza de tantos: ¿Es Lunin portero para un gran partido? Sí, rotundamente sí. Firmado, Andriy. El partido de Lunin en Mánchester fue sublime, heroico y, sobre todo, vital.
Lo paró todo, o casi todo. En total, ocho vuelos, a cada cual más determinante. El culmen llegó en los penaltis: falló Modric y el equipo se asomó al abismo. Urgía un héroe... y en el cielo se encendió la luz. Justo ahí, cuando más se le necesitaba, apareció.
Doble milagro –Bernardo Silva y Kovacic– y sello al billete. Guinda a una noche en la que dio 47 pases e intervino 70 veces (el que más del equipo). El Madrid necesitaba a Lunin y Lunin, una noche como esta. Hay renovaciones que se firman con sudor. La suya está al caer y por si había un resquicio de dudas, Mánchester las desterró. En cuanto a Rüdiger, confirmación de que su ausencia la temporada pasada, no emplearle en la vuelta, fue un error mayúsculo. Esta vez Ancelotti sí tiró del ‘anti-Haaland’. El partido del alemán fue sobresaliente, anulando al que su entrenador había catalogado poco antes como “probablemente el mejor delantero centro del mundo”. Rambo, lejos de amedrentarse por su error en el 1-1, dio un paso al frente: voluntario para lanzar un penalti. No le cayó cualquiera: Ancelotti alzó la ceja y, mirándole, adjudicó el quinto. Allá fue. Bajo la mirada del planeta. Con la responsabilidad de no tirar por la borda todo el trabajo de dos horas. “Mételo, mételo”, rezaban sus compañeros en el círculo central. Rüdiger disparó antes que Valverde o Brahim, por ejemplo; o que Camavinga. Y marcó. Galopada a sus compañeros y foto para la posteridad. Pese al susto por su mal despeje, la noche fue de ensueño. Ni rastro de Haaland y póster para el museo de su carrera. El otro héroe, junto a Lunin, de una noche imborrable.
El alemán Tomó el peso del quinto penalti, antes que Camavinga o Brahim...