MONFRAGÜE
100 AÑOS DE PARQUES NACIONALES
Horadado por dos ríos de muy diferente carácter, el Parque Nacional de Monfragüe es uno de los espacios naturales más singulares de la geografía ibérica, hogar permanente o estacional de una nutrida y variada fauna salvaje.
En su corazón chocan el bravo y temperamental Tiétar –que nace a 2.000 metros de altitud en las montañas de Gredos para descender con prisa hacia la meseta–, y el Tajo, la otra arteria que alimenta estos montes, de caudal mucho más pausado y reflexivo, con la calma propia de quien acumula muchos kilómetros de viaje en sus orillas.
El denso bosque mediterráneo que puebla estas laderas sirve de escondite y protección a más de trescientas especies de vertebrados, entre ellas un buen número de mamíferos como el lince, el venado, el jabalí, el gato montés, la garduña, la nutria o el zorro. Pero Monfragüe es, además, la meca europea para los observadores de aves. En los últimos años, el birdwatching se ha convertido en la principal fuente de visitantes de la zona, atraídos por la presencia de especies escasas como el
buitre negro, la cigüeña negra, el alimoche o el águila imperial ibérica. Armados con potentes prismáticos, los curiosos amantes de los pájaros recorren sendas y caminos del Parque Nacional con la mirada siempre puesta en los roquedos y en el cielo.
“El valor diferencial de Monfragüe –comentaba ya en los años setenta Jesús Garzón, uno de los "padres" de este espacio natural– era que parecía un zoológico de fauna salvaje, en donde cualquiera podía contemplar tranquilamente, desde el borde la carretera, las especies más raras de Europa sin molestarlas, porque aquellas aves estaban acostumbradas a ver pasar a mucha gente".
Y tenía razón. Desde hace siglos, las aves están habituadas al paso continuo de personas por esta ruta natural de comunicación entre Plasencia y Trujillo. Y aún
hoy día la carretera EX-208, que atraviesa de norte a sur el Parque Nacional, contempla el paso diario de centenares de coches.
Jesús Garzón es, en gran medida, el responsable de que podamos disfrutar de Monfragüe tal como lo conocemos. Este naturalista de origen extremeño defendió a capa y espada el altísimo valor medioambiental de la zona y sólo gracias a su tesón se consiguió paralizar el "brillante" plan de deforestación a tala rasa cuyo fin era transformar las laderas de bosque mediterráneo primigenio en un gigantesco eucaliptal destinado a abastecer de madera barata a las papeleras para la fabricación de celulosa.
Empezamos nuestra ruta circular por Monfragüe y sus alrededores en el Orchidaryum –centro de interpretación de la Orquidea Silvestre– de la población de Almaraz. En las colinas que rodean al pueblo, brotan de forma natural nada menos que dieciocho especies de orquídeas, aunque solo una de ellas endémica, que podremos descubrir en un sendero señalizado desde el que observar estas flores tan difíciles de encontrar en forma silvestre.
Siguiendo la N5 en dirección suroeste, emprendemos la que podríamos denominar como Ruta de los Puentes. Esta carretera cruza el Tajo en varias ocasiones y en algunas de ellas lo hace por un viaducto moderno que deja de lado los antiguos puentes del trazado original, muchos de ellos de época romana y aún en perfecto estado de servicio.
La estupenda carretera del puerto de Miravete nos servirá para comprobar las cualidades dinámicas de nuestro Arona FR en una fuerte escalada y una sucesión de horquillas que no plantean el menor problema a este pequeño y ligero SUV, capaz de coronar el puerto en un abrir y cerrar de ojos. Desde lo alto del paso (hoy sin apenas tráfico por la existencia de la autovía A5), ya se pueden observar la dehesa y las estribaciones de Monfragüe.
Nuestra ruta se desvía en Jaraicejo por la carretera EX-350 para adentrarse en la dehesa extremeña no sin antes visitar el Puente del Cardenal sobre el río Almonte, a solo tres kilómetros de distancia. Se trata de una construcción que se cree de origen romano, aunque su estructura actual es del siglo XV. La obra fue llevada a cabo por el Obispado de Plasencia como mejora del Camino Real de Madrid a Badajoz y de la cañada trashumante leonesa, todavía hoy en uso y por la que pasan miles de cabezas de ganado cada año.
Atravesar la dehesa es en sí una grata experiencia, pero los más osados y con ganas de explorar –siempre que conduzcan un coche con suficiente altura libre– seguro que prefieren realizar el trayecto hacia el sur atravesan-
do la cañada del camino trashumante en dirección a Trujillo.
El valiente Arona, desde luego, se muestra muy capaz fuera del asfalto, pero, a medio camino, la crecida de varios torrentes aconseja una prudente retirada a tiempo que termina con nuestra aventura por el corazón de la dehesa. Es lo que pasa si a la época del deshielo se le suman las fuertes lluvias que han llegado a desbordar los ríos de medio país...
La ruta nos lleva al encuentro de la fortaleza de Monroy mientras, por el camino, descubrimos carreteras desiertas que invitan a la exploración. Y fauna de todo tipo, lo que nos recuerda que debemos extremar la precaución y, si es posible, colaborar de manera activa en la defensa de la naturaleza. Por ejemplo, deteniendo la marcha para apartar de la calzada a un despistado galápago europeo, especie en grave peligro de extinción.
La fortaleza de Monroy fue un lugar especialmente conflictivo entre los siglos XV y XVIII pues está situada entre las ciudades de Plasencia y Trujillo y en aquella época las dos se diputaban este estratégico enclave.
Estamos a las puertas del Parque Nacional por su entrada sur. En el pueblo de Torrejón El Rubio nos recibe un multicentro de interpretación con tres espacios dedicados a la observación astronómica, las aves y el arte rupestre. Además la oficina de turismo cuenta con dos espacios, uno dedicado a la exploración del parque en bicicleta de montaña, y otro llamado “Monfragüe, un destino de leyenda”, que de forma didáctica cuenta las fábulas de esta comarca.
Y con un entorno rodeado de mitos e historia nos adentramos por fin en el corazón del Parque Nacional. Uno de los puntos más elevados es el cerro sobre el que se encuentra el castillo de Monfragüe, fortaleza árabe en su día levantada sobre los restos de una construcción celta. La leyenda cuenta que durante la Reconquista, la princesa Noraima, hija del caid, se enamoró de un soldado cristiano con el que se veía
a escondidas escapando del castillo por un pasadizo secreto. El guerrero, dividido entre la razón y el corazón, terminó cumpliendo con su deber y comunicó al ejército la existencia de dicho pasadizo. El caid, antes de morir atravesado por una espada cristiana, maldijo a su hija por su traición condenándola a vivir allí para siempre. Desde entonces, la princesa abandona el ruinoso castillo para sentarse en el llamado Cancho de la Mora donde llora su desdichada suerte. Y sus lágrimas se transforman en perlas que se precipitan por las escarpadas laderas hasta unirse al río Tajo.
La vista general desde el castillo es fantástica y ayuda a poner en perspectiva la dimensión del Parque Nacional. Pero muy cerca se encuentra, igualmente, la que seguramente es la vista más conocida de Monfragüe. En el meandro del Tajo conocido como el “Salto del Gitano”, los escarpados roquedos sirven de hogar para multitud de aves y desde el pie de la carretera podemos observar centenares de buitres vigilando el río desde las alturas.
En Villarreal de San Carlos encontramos el principal centro de interpretación del Parque, y también el cruce de carreteras clave. Nuestra ruta sigue el camino del este, remontando el río Tiétar, pero también vale la pena explorar el camino natural del norte donde encontraremos paisajes muy interesantes antes de llegar a la ciudad de Plasencia.
El tramo que remonta el río es conocido como la carretera de Monfragüe o camino de los miradores, porque cada giro del Tietar es una atalaya natural sobre el acantilado en la que parar a tomar algunas fotografías es casi imperativo.
El bucle se cierra al llegar a la cola del embalse de Almaraz-Arrocampo. Aquí el paisaje cambia por completo, los despeñaderos y cerros dejan paso a la dehesa y las cañadas en las que pasta el ganado, demostrando que el mantenimiento de actividades tradicionales y extensivas como la trashumancia y el pastoreo casan bien con la conservación medioambiental.