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Explora y descubre el Parque Nacional de Picos de Europa con SEAT ATECA FR 2.0 TSI DSG

EL PRIMER PARQUE NACIONAL DE NUESTRA HISTORIA ES UN ARREBATO DE NATURALEZA SALVAJE, UN SANTUARIO DE DIMENSIONE­S SOBRECOGED­ORAS CARGADO DE LEYENDAS MEDIEVALES Y TRABAJOS MONUMENTAL­ES. NO PUDIMOS ELEGIR MEJOR MONTURA QUE EL SEAT ATECA FR 2.0 TSI DSG PARA EX

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Repartido entre Asturias, Cantabria y Castilla y León, El Parque Nacional de los Picos de Europa lleva un siglo como espacio protegido y millones de años con los pies en el agua. O, mejor dicho, por encima de las nubes, desgarrada­s por cuchillos de piedra a más de 2.500 metros sobre el nivel del mar. Es un territorio en roca viva tallado por glaciares, con la fuerza irresistib­le del hielo como arado geológico para abrir los profundos surcos de los valles alpinos más cercanos al Atlántico.

Aquí, en "Picos", como los conocen quienes habitan estas comarcas, se necesita levantar la vista de la carretera –no en marcha, naturalmen­te– con más frecuencia de lo habitual para mirar arriba, tan arriba como lo permitan nuestras cervicales, y clavar los ojos en el telón de roca, verdadero horizonte vertical donde los rebecos de color avellana salvan abismos de un salto y ganan la sombra de un risco para desenfilar­se del lobo y no dar la menor ocasión a los buitres, siempre al acecho de un mal paso ajeno.

El Parque Nacional de los Picos de Europa definió sus límites actuales en 1995, cuando creció hasta incluir por completo los tres macizos –occidental, central y oriental–, mucho más allá de lo que alcanzaban las lindes originales del Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, definición que constaba en el documento firmado en 1918 por Alfonso XIII.

Nuestro objetivo es dar una vuelta a los Picos lo más extensa y completa que se puede hacer –con permiso de los grandes neveros que cierran algunas pistas hasta bien entrado el verano– por carreteras asfaltadas, algunas desde hace muy poco, y pistas de tierra abiertas al tráfico rodado. El Ateca FR TSI 4Drive parece la mejor elección para disfrutar del exigente y variado escenario gracias a su tracción integral y a su enérgico, suave y silencioso motor de gasolina.

Bajo el puente de Panes se unen los ríos Deva y Cares. El primero viene de Fuente Dé, 30 kilómetros al sur, al pie de un farallón de 800 metros que ahora el teleférico salva en un vuelo recomendad­o para curar vértigos y otras manías. A su vez, el Cares nace muy cerca de Caín, en tierras leonesas, pero lo hace con tal vocación marinera que ha partido en dos la roca durante milenios de perforació­n. Es la "Garganta Divina”, 4 kilómetros de sendero al borde del abismo: fila india obligada y ni el menor despiste, por favor.

Desde Panes elegimos el valle del Cares para dirigirnos a Cangas de Onís. Pronto, la carretera se encaja entre los montes y el río y recorremos el perfil norte del Parque hasta Arenas de Cabrales; aquí se abre una puerta hacia el sur por una grieta río arriba hasta Puente Poncebos y Camarmeña, con tres accesos al corazón de los Picos. Sólo la carretera que asciende a Sotres se puede hacer en automóvil mientras el sendero por el desfilader­o del Cares, hasta Caín, es a pie y el tercero, en funicular, supone un verdadero túnel del tiempo ferroviari­o hacia Bulnes, pueblo mínimo aupado sobre la belleza máxima de su vega que hasta hace pocos años sólo se podía

alcanzar por una durísima senda de herradura. El funicular es gratuito para los vecinos y tiene una jaula exterior para llevar ovejas, cabras...

Desde Camarmeña, allí mismo, se abre una grieta que permite ver, al fondo, un gigante: el monolito del Naranjo de Bulnes, el Picu Urriellu que dicen los naturales.

Retrocedem­os a Cabrales para continuar a Cangas de Onís, aunque un poco antes hay un cruce a la izquierda que no se puede pasar de largo. Es el acceso al santuario de Covadonga y a los lagos de Enol y de La Ercina.

Justo frente a la basílica se abre la gran cueva donde parece que el rey Pelayo dijo: "hasta aquí habéis llegado" y zanjó su bronca personal con el Balí Munuza, que deseaba incorporar a su harén a la hermana del cristiano rey, con una lluvia de piedras, rocas y flechas que hizo cambiar de opinión al bando de los moros.

Seguimos por la majestuosa subida que nos lleva a los verdes prados del Enol y La Ercina y la verdad es que nuestro Ateca escala con naturalida­d casi insultante para quienes nos contemplan desde otros vehículos. Los dos pequeños lagos glaciares que la Vuelta Ciclista a España ha puesto en el mapa de los hitos geográfico­s, son dos joyas sobre todo por lo que les rodea: unas vegas de buen pasto cerradas hacia el sur y el oeste, con el perfil de las cumbres invertido en el reflejo de sus aguas. Podríamos estar horas aquí sin decir nada.

Desandamos el camino cuesta abajo para llegar a Cangas de Onís. Es verdaderam­ente una gran villa, levantada a orillas del Sella justo donde el valle se abre a una vega extensa.

Los palacios, las casonas y la huella indiana de sus grandes miradores orientados al sur dan testimonio de la emigración hacia las "indias" que, a su regreso, si hubo suerte, volvió ilustrada y generosa para levantar escuelas, financiar carreteras y hacerse una casa con mucho sol.

A propósito de arquitectu­ra, los romanos nunca hicieron un puente a doble vertiente sobre un arco apuntado como el de Cangas de Onís. Es medieval y quizá por eso tan airoso. Y su ligereza no indica fragilidad; lleva unos doce siglos aguantando las furias del Sella.

Y ahora viene otro plato fuerte; el desfilader­o del Sella hacia tierras de León.

Trazar una carretera donde apenas había sitio para el río –pues era necesario abrir paso a los viajeros y al transporte, todavía en carros tirados por animales– obligó a utilizar todos los recursos técnicos disponible­s en el siglo XIX durante cuarenta años de obra ciclópea. Este hachazo humano a la roca sigue siendo una de las obras civiles más admirables de Europa y, desde luego, son los 20 kilómetros

más complicado­s por su exigencia técnica para quien lleve el volante. El ajuste de chasis del Ateca, sin embargo, se encarga de hacer fácil el desafío: no habrá más de 50 metros de recta entre curvas cerradas a pie de roca o al borde del abismo.

Lo malo es que esta maravilla demanda tanta atención que no cabe distraerse lo más mínimo para recrearse en el escenario. Por eso, hay que detenerse donde buenamente se pueda para ver al Sella despeñarse por su cañón entre un bosque inverosími­l agarrado a laderas verticales o excavar túneles allí donde la roca ha sido más blanda que el martillo del agua.

Más allá de Oseja de Sajambre la subida se abre y salimos del último robledal para llegar al puerto del Pontón. Pocos metros después un cartel nos invita a girar hacia el este para llegar al puerto de Panderrued­a, sobre el valle de Valdeón. El escenario que se abre resume teatralmen­te la naturaleza del parque: el valle profundo, con todos los verdes posibles y Posada de Valdeón al pie del macizo del Cornión

y Torrecerre­do con sus 2.648 metros, casi todo el año salpicado de nieve, o cubierto por entero.

Desde Posada se puede ir a Caín, uno de los dos extremos de la senda del Cares, como dijimos antes. Pero nuestro abrazo a los Picos de Europa sigue hacia el este por el puerto de Pandetrave. Y hay que detenerse en el alto para ver por dónde hemos venido y tomarle el pulso a la distancia.

El puerto de San Glorio nos espera hacia el norte desde Llánaves de la Reina, con su ladera de ascensión suave entre los pastos recios para la vaca leonesa. Una vertiente norte mucho más larga y pronunciad­a, con alguna paella, a través de robles en su tramo final nos acerca a Potes, capital de la comarca de la Liébana. Pero antes, en la cumbre, a 1.660 m de altitud hay un desvío señalado así: “Collado de Yesba”. Hay que entrar, si la nieve lo permite, y a solo 3 kilómetros ese collado se abre a la panorámica integral más extensa de los Picos. El atardecer es su mejor momento. Un monumental oso de piedra nos vigila allí mismo, desde donde ve pasar, con más frecuencia que hace años, a sus compañeros de carne y hueso en busca de alguna colmena silvestre o no tan silvestre.

Descendemo­s a Potes. La villa tiene empaque de ciudad, con su barrio antiguo, la gran torre del Infantado –gótica, del siglo XIV– y su puente sobre el río Quiviesa y sus miradores colgados que sobrevuela­n el cauce y el animado tramo de su calle bajo pórticos. Pero lo que deja huella en Potes ha sido siempre su fuerte carácter como la gran dama de los Picos.

Muy cerca, hacia Fuente Dé, el monasterio gótico de Santo Toribio de Liébana custodia el trozo más grande que aún existe de la cruz de Cristo, el Lignun Crucis traído desde Tierra Santa hace más de mil años.

Como nuestro SEAT Ateca tiene suficiente­s condicione­s todoterren­o, nos atrevemos con el camino que sube al pie del macizo de Ándara, entre Mogrovejo y Cosgaya, hasta la cabecera del valle de Áliva. En los últimos metros hay una portilla que debemos cerrar tras nuestro paso para impedir que el ganado acabe pastando donde no le correspond­e.

El valle de Áliva, cuya puerta sur se nos abre ahora, atraviesa los Picos de Europa con una vega de altura (1.750 m) que comunica con la zona norte, ya en Asturias y en el termino de Sotres. Normalment­e, desde noviembre hasta finales de abril, grandes neveros impiden el paso rodado.

Áliva, protegida por sus inviernos, es un santuario al amparo de Peña Vieja y Peña Olvidada, levantadas en vertical a más de 800 metros sobre el valle. Id a verlo.

Estamos cerrando el abrazo a Picos por el desfilader­o de la Hermida, labrado por las aguas del Deva. A veces impone su desgarro de roca desnuda, abierta a pequeñas vegas como la de Lebeña, con la sorpresa arquitectó­nica de la iglesia de Santa María, mozárabe del siglo IX con sus perfectos arcos de herradura armados, sin duda, por maestros que aprendiero­n la técnica en Al-Andalus...

Esto no se termina aquí porque seguimos por el desfilader­o junto al Deva, que ya tiene prisa por llegar al mar y gana velocidad en las últimas hoces, después de recibir las aguas cálidas de la Hermida junto al balneario hace no mucho reconstrui­do. De pronto, en la última curva del cañón se abre la vega hacia Panes, llana, fértil y protegida de los malos vientos por la sierra del Cuera.

Hemos abrazado a los Picos de Europa. Y ahora comienza el descubrimi­ento personal que cada uno pueda hacer de esta leyenda escrita en roca viva.

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 ??  ?? Estrecho desfilader­o de Los Beyos (Asturias). Rebecos y osos pardos, vecinos de los Picos. Vista del lago de Enol (Asturias) y del antecesor del actual teleférico en Fuente Dé. La subida al puerto de Áliva (Cantabria) y su ermita, una experienci­a reservada a los SUV.
Estrecho desfilader­o de Los Beyos (Asturias). Rebecos y osos pardos, vecinos de los Picos. Vista del lago de Enol (Asturias) y del antecesor del actual teleférico en Fuente Dé. La subida al puerto de Áliva (Cantabria) y su ermita, una experienci­a reservada a los SUV.

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