La cara oscura
Las pantallas de los coches, cada vez más grandes y protuberantes, sirven para poner dibujos animados con los que se crea la ilusión de “tecnología avanzada”. También para evitar el síndrome de abstinencia de quienes no puede estar más de 10 minutos sin mirar una. A la marca le resultarán rentables porque se fabrican como churros, y casi al mismo precio, en algún país asiático emergente.
Para lo que no sirve una pantalla es para conducir mejor el coche. En el siglo pasado, cuando uno se acababa acostumbrando a su coche nuevo, podía pulsar sus botones y usar sus mandos sin mirarlos. En cambio, para manejar una pantalla, hay que convertirse en espectador. No sólo echar una ojeada, como podía ser necesario cuando había botones, sino para navegar por extensas series de menús para hacer cosas tan simples como cambiar de emisora. En los comienzos de Internet, también en el siglo pasado, en las buenas páginas se observaba la “regla de los tres clicks”: se podía ir de cualquier parte a cualquier otra con sólo tres clicks. En muchos coches de ahora, con tres clicks apenas pasas de la pantalla de bienvenida, por mucho que quieran vender lo de la “jerarquía horizontal”. Ser espectador mientras se conduce es una idea muy mala pero es a lo que inducen las pantallas.
El volante de un fórmula 1 está lleno de botones y mandos giratorios precisamente porque se puede manejar casi sin mirar. A nadie se le ocurre poner ahí una pantalla táctil para que el piloto vaya pasando menús hasta que vea, por ejemplo, “reparto de frenada” y atine con un deslizable virtual a dejarlo como él quiera (o como le diga el ingeniero, que algunos pilotos están radiocontrolados).
Eso sí, como el volante de un fórmula 1 tiene botones, en algunos coches de serie también los ponen para que quede bonito. - Hay que poner botones en el volante. - Si ya tenemos. Los de la radio, el teléfono y eso. - Pero más. - A mi me vendría bien el de la calefacción del asiento, que nunca lo encuentro.
- Ese no. Que sean como racing. Y rojos. Ya sé: el de arrancar y parar el motor.
- De todos los botones que puede tener un coche, ese el único que no vas a tocar mientras estás conduciendo. O estás parado, y entonces no estás conduciendo, o estás en marcha, y entonces no quieres que el motor se pare. Así que ya me dirás por qué lo vas a poner en el volante.
- Porque es rojo. Se verá la mar de bien cuando alguien abra la puerta del coche en el concesionario.
- Pues ya puestos, pongamos un botón para hacerse autorretratos. - ¿Para hacerse QUÉ?. - Selfies. - Ah. Te has inventado lo de “autorretratos” porque serían en el coche ¡qué idea tan buena!
Es una mala idea. En el coche no se debe ser espectador y, fuera, está difícil. Siempre me he preguntado qué execrable pecado cometió la industria del automóvil para que la traten tan mal en televisión. Sólo salen cuando pagan y, a veces, ni pagando. Me contó un amigo que, hace unos años, fue a TVE para proponer un programa sobre seguridad vial. Les mostró un piloto y el funcionario de turno puso como principal objeción que “se ve la marca del coche en el volante. No podemos hacer publicidad”.
Casi un diez por ciento de la población activa trabaja en el sector de automoción, de forma directa o indirecta. Aproximadamente la quinta parte de las exportaciones proceden de esta industria. Y en la televisión pública estatal no puede haber información sobre el automóvil porque “es publicidad”. Eso sí, el telediario cuenta que ha salido otro iPhone o se le dedica tiempo a desvaríos de modistos en la Pasarela Cibeles.
Las televisiones privadas, naturalmente, ponen en la pantalla lo que les parezca apropiado para su negocio. Cuando se trata de dar información de coches, lo que les parece apropiado o son publirreportajes o lo parecen. No me apetece ser espectador. Fuera del coche prefiero ser lector y, dentro, conductor.
El volante de un fórmula 1 está lleno de botones y mandos giratorios precisamente porque se puede manejar casi sin mirar. A nadie se le ocurre poner ahí una pantalla táctil para que el piloto vaya pasando menús