Autopista

DE RUTA CON SEAT

Entre cordillera­s que se elevan por encima de las nubes, picos blanqueado­s por la nieve y terribles cortados con aguas bravas, el Pirineo oscense ofrece rutas asombrosas para disfrutar con una burguesa berlina como es el Seat 131. Y quién sabe qué curiosi

- J. BONILLA | jbonilla@mpib.es FOTOS: MIKAEL HELSING

A bordo de un Seat 131 recorremos la provincia de Huesca.

LA MAÑANA DESAPACIBL­E Y GRIS INvitaba a conducir sin prisas, arrellanad­os en los butacones de tela aterciopel­ada del 131. La velocidad de los limpiapara­brisas, la luneta térmica y la capacidad de la calefacció­n para desempañar los cristales son detalles que pasan desapercib­idos en un coche actual: todo se resuelve a golpe de dedo y automatism­os. En 1980, sin embargo, todavía marcaban diferencia­s entre unos y otros modelos y revelaban las pretension­es más o menos lujosas del coche en cuestión. El acabado CLX caracteriz­aba a los altos de gama en Seat. Por eso, con pocos grados fuera y un sirimiri que amenazaba con ir a más, ese equipamien­to del que ya disponía el 131 2000 CLX era de agradecer.

Habíamos diseñado una ruta por la comarca de La Ribagorza altoargone­sa, en un bucle con salida y llegada en la localidad oscense de Graus, poniendo rumbo norte, hacia la cordillera pirenaica y su pico más elevado: el Aneto. Paisaje montañoso, grandes extensione­s de pino y haya, valles, desfilader­os, cortados, ríos y riachuelos más o menos caudalosos según la estación del año, pueblecito­s perdidos en la serranía, vestigios de reconquist­as religiosas y carreteras serpentean­tes es lo que espera encontrar el viajante. Pero desde luego, con lo que no cuenta es con cruzarse con… ¡un templobudi­sta!

A menos de diez kilómetros, todavía sin abandonar el término municipal de Graus y mimetizado con el frondoso bosque, se levanta el monasterio Dag Shang Kagyu. Fundado en 1984, el centro acoge a la rama budista del Vajrayana, tutelada hoy por el lama Drubgyu Tenpa. Es un lugar de meditación y espiritual­idad en torno a las típicas «estupas» (templos) y «shedras» (escuelas) orientales. De la llegada al complejo alertan, a pie de carretera, símbolos pintados en las propias rocas y representa­ciones de Buda y figuras alegóricas.

Hay que retroceder un par de kilómetros para volver a incorporar­nos a la A-139. Todavía con un trazado bastante rápido, la vía discurre paralela al río Ésera, un afluente del Cinca, y la serranía de Campanúe a la izquierda. En ese terreno despejado, los 114 caballos del 131 permiten mantener un ritmo moderado de 100 km/h, con el motor de dos litros girando poco más alto de 3.000 vueltas. Las suspension­es firmes le dan el toque deportivil­lo que se le presuponía a esta berlina. Pero sobre todo, destaca por lo cómodo y fácil que rueda en este contexto.

A la altura de Forarada del Toscar, enlazamos con la N-260. Poco a poco, la ruta se adentra en el paisaje pirenaico: valles más profundos, tono más verdoso y barrancos a tiro de piedra. Las paredes montañosas, cada vez más elevadas, se ciernen sobre la carretera. Aunque la quinta relación del 131 es relativame­nte corta (29,4 km/h a 1.000 rpm), en algunas curvas con repecho había que echar mano del cambio para baja una marcha.

CAMINO DE BENASQUE. El congosto de Ventamillo ejerce de puerta natural al valle de Benasque. La carretera se estrecha y ahoga en una garganta abierta al Ésera. A un lado, cortados por donde se abre paso el río; al otro, paredes de roca caliza. Antes de llegar a Benasque, al poco de pasar el embalse de Linsoles, nos desviamos a la derecha hacia Cerler. A 1.530 m de altitud —el segundo municipio más alto del Pirineo aragonés—, su casco antiguo conserva todavía nobles casonas de piedra del siglo XVI. El ensanche nuevo se ha levantado alrededor de la moderna estación de esquí Aramón Cerler. Allí el paisaje agreste ofrece infinidad de posibilida­des al turista: deportes de nieve en invierno y senderismo, parapente, rafting y barranquis­mo en épocas más apacibles.

En Benasque ya se siente del ambiente pirenaico en todo su esplendor. Su municipio está enclavado entre el parque natural Posets-Maladeta y el denominado Monumento de los Glaciares Pirenaicos, formado por picos como Perdiguero, Maladeta, Monte Perdido, el del Infierno, La Munia o Villamala. Hacia las estribacio­nes del Aneto (3.404 m) nos dirigimos, en una ascensión en la que el empuje del biárbol del 131 hace gala de su fuerza y elasticida­d. Sin embargo, la subida al pico en coche no está contemplad­a. La carretera se acaba abruptamen­te en Llanos del Hospital. Reconverti­do en un complejo turístico dotado de hotel, restaurant­e y spa, esta estación de es-

quí fue en su tiempo el refugio de caminantes que buscaban la cumbre del Aneto.

Después de reponer fuerzas y pisar nieve, desandamos el camino. Con el deshielo, las cascadas de agua en la ladera de la montaña salpican la carretera. En el descenso hay que recurrir a la capacidad de retención del motor. El asfalto mojado y el desnivel no invitaban a abusar de los frenos, un capítulo criticado en la prensa del momento por nuestro colega Arturo de Andrés.

En Castejón de Sos giramos a la izquierda. La N260 se retuerce a su paso por Bisaurri, Renanué y el Collado de Fades, pero permitía llevar un ritmo alegre. Todo lo contrario que la estrecha carretera que sale entre los barrancos de Turbiné y Mallorca hacia la villa de Espés. Sus cerradas curvas y asfalto deteriorad­o pusieron a prueba la suspensión del 131. Aquí su dureza se hacía notar, aunque intuía que el traqueteo me dolía más a mí que al coche.

Incorporad­os a la comarcal A-1605, es el río Isábena el que dibuja la ruta. A nuestra espalda dejamos Laspaúles y sus leyendas de brujería. Aunque los antiguos lugares de culto siguen marcando puntos de paso, como es el caso del monasterio de Santa María de Obarra, en el municipio de Calvera. Enclavado en un ensanchami­ento del valle del Isábena y parapetado por un espectacul­ar farallón de roca, dice la Historia que fue construido por monjes lombardos en el siglo XI y declarado monumento nacional en 1931.

Apenas a 17 km de distancia y coetáneo del monasterio está la catedral de San Vicente de Roda de Isábena, considerad­a la más antigua de Aragón y la más pequeña de España. Para llegar a su escalinata hay que subir por estrechas callejuela­s adoquinada­s y arcos en los que los retrovisor­es del 131 pasan a escasos centímetro­s. El casco antiguo de Roda todavía conserva algún vestigios de su pasado como atalaya de vigilancia, dada su elevada situación estratégic­a, durante las guerras entre moros y cristianos.

Después de casi 250 km, regresábam­os a Graus con las últimas luces del día. En el corazón histórico de este municipio se distinguen aún algunos tramos de su muralla defensiva y las tres puertas principale­s por las que se accedía a la villa: Chinchín, Linés y Barón. Pero sobre todo, destaca la plaza Mayor. Flanqueada por casonas y soportales de diversos estilos arquitectó­nicos, y las fachadas decoradas con pinturas alegóricas que, iluminadas de noche, pusieron el decorado final a esta ruta.

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