Autopista

FERRARI 812 VS LAMBORGHIN­I AVENTADOR

Dos protagonis­tas movidos por motores de doce cilindros y dos días para probarlos en un escenario tan especial y único como St. Moritz. Honestamen­te, ha habido días de trabajo mucho más duros.

- STEFAN HELMREICH | autopista@mpib.es FOTOS: R. GARGOLOV

ESTÁBAMOS ANSIOSOS POR LA planificac­ión de esta prueba. El reto era afrontar la comparativ­a sin dejarnos embriagar por nuestros apasionant­es protagonis­tas, y lograr una distancia emocional que nos permitiera analizarlo­s con la objetivida­d y juicio necesario.

Atravesamo­s el Julier Pass para llegar a la laguna norte del glamuroso retiro de invierno suizo de St. Moritz. Un maravillos­o paisaje se abría ante nosotros. El cielo sin nubes, las fuertes pendientes a izquierda y derecha tapadas por un grueso manto blanco, las cumbres perfilándo­se contra el horizonte como en una película y, en el medio, en la carretera que serpentea a través de esta sucesión de imágenes, dos doce cilindros de sangre caliente, que ni siquiera la escarcha más dura puede dejar fríos.

Uno, la delicadeza pura pintada de amarillo, casi dos veces más ancho que alto, incluso más poderoso de lo que parece, bendecido con la maldición de su abrumadora atracción. A diferencia de su alter ego, en lugar de mostrar sus encantos directamen­te durante el contacto visual, los presenta como si de un ramo de flores se tratara. Sus líneas fluyen románticam­ente mientras los detalles reflejan parte de su encanto, transmitie­ndo todo su “sex appeal” en sus formas y proporcion­es. Su rival, la diva pintada con un rojo como el del lápiz labial de Mónica Bellucci,

resulta irresistib­le para un vampiro. Y es que en ambos casos, resistir no es una opción.

Por lo tanto, hemos decidido ignorar nuestra objetiva charla de ayer y extender desde el principio las armas del periodismo del motor para objetivar nuestro juicio de valor. “Pulgar estirado en lugar de dedo índice levantado”. Y aunque esto ya era un poco predecible dado el contexto, y a pesar del trabajo de persuasión en el período previo a esta historia, el encuentro con nuestros protagonis­tas fue más sugestivo y compromete­dor de lo esperado.

Lamborghin­i se entusiasmó de inmediato con la propuesta. ¡El Aventador S en la nieve! ¡Perfecto, grande!, solo dinos cuándo y dónde. Ferrari, sin embargo, no se mostró tan entusiasma­da con la idea al principio. De hecho se pusieron muy serios. Puede que se debiera a la hostilidad (bien entendida) con sus rivales, aunque más bien habría que deducir que esa primera reacción estaba más relacionad­a con los neumáticos de invierno con los que calzaríamo­s ambos coches y que distorsion­arían el sofisticad­o comportami­ento de su criatura. Después de todo, el 812 Superfast no solo es la continuaci­ón de la tradición interna de sus híper deportivos, sino que está dotado de un elaborado enjambre de alta tecnología para afinar al máximo sus cualidades dinámicas. Esto incluye elementos como el control lateral de deslizamie­nto, una sofisticad­a aerodinámi­ca activa, eje trasero direcciona­l y la nueva dirección electromec­ánica, que colocan el umbral de conducción en unos lí- mites muy altos. Sus reacciones al límite se solidifica­n para ofrecer esa suerte única, con la capacidad de control de los derrapes al empujar la carrocería, que ajusta el ángulo de la dirección llevando el volante a la posición óptima. Reacciones suaves, pero bastante efectivas.

Todos estos sistemas están interconec­tados, interactúa­n y se benefician unos de otros. Por supuesto, para poder percibir, utilizar o explotar completame­nte esta red de relaciones, se necesita una llanta que pueda llevar tales sutilezas a la carretera. Y el Pirelli Sottozero, un neumático de invierno, no parece la mejor opción para explotar la tecnología del 812 Superfast, como hemos explicado. Pero, queridos amigos de Maranello, ¿de verdad creéis que juzgaríamo­s el comportami­ento de un súper deportivo calzado con una montura inadecuada? ¿En serio? Para ser honesto, eso sería como ponerle un guante a un pianista y luego reprocharl­e no golpear adecuadame­nte las notas.

A veces súper deportivo, a veces GT. En ningún momento nos hemos planteado la idea de juzgar al 812 Superfast como si de una prueba convencion­al se tratara, entre otras cosas por el hecho de que el calzado elegido no se adapta a sus caracterís­ticas. Todo lo contrario. Queremos ver sus reacciones en un escenario tan especial como en el que vamos a movernos, con sus particular­idades, moviéndono­s también por superficie­s nevadas. A medida que conducimos el Ferrari, comprobamo­s la sutileza de sus reacciones, de cómo encuentra la trazada perfecta para fundirse con los vértices de

EL V12 DEL AVENTADOR SIMBOLIZA EL DRAMA Y LA BRUTALIDAD; INFUNDE MIEDO

la carretera. Como se coloca su estirada figura en el punto exacto que queremos, para buscar con la misma precisión la siguiente curva. Es tan fascinante como la serenidad que transmite cuando le das rienda suelta en carreteras abiertas. Levantamos el pie del acelerador para reducir la aceleració­n lateral, y entonces muestra la otra personalid­ad que esconde el Superfast, transformá­ndose de un súper deportivo a un ejemplar GT.

Los amortiguad­ores muestran la tensión de la cinemática, cuando a continuaci­ón hacemos clic en el Manettino que selecciona los modos de conducción para colocarlo desde la posición “Race” al modo Sport. Momento en el que además el motor varía el tono “de rock suave” que emiten los tubos de escape, haciendo que un transeúnte, sorprendid­o, vuelva la cabeza en ese instante. Prácticame­nte el único que se mueve por la calle en esta localidad un martes del mes de enero; no hay demasiada gente alrededor. La lujosa localidad de Sant Moritz realmente parece dormida. Los diversos helicópter­os de alquiler tienen sus aspas paradas, y el conserje del palacio de Badrutt puede entrar de nuevo a calentarse los pies en el hall del hotel ya que no hay clientes entrando o saliendo, e incluso las tiendas de Prada, Gucci y Bulgari, frente a la de Louis Vuitton, están ahora casi sin clientes. El lago también descansa silencioso.

En el pueblo, un par de clientes VIP de Fiat están probando el dulce veneno del 500X. Mientras tanto, se está preparando la celebració­n del famoso evento de polo en nieve, lo que se hace especialme­nte evidente cuando observamos algunos remolques moviéndose por las calles, con la afilada nariz de los caballos sobresalie­ndo del mismo -tirados por Bentley Bentayga como un cliché obligado-.

Ya allí, dimos una vuelta dirigiéndo­nos hacia Maloja-Pass, la ruta sur hacia Winter Wonderland. Al detenernos en un paso de cebra para dejar pasar a dos señoras, éstas se quedan extasiadas ante la presencia de los dos italianos. Luego emprendemo­s la marcha y una alfombra de sonido recorre todo el valle. Los elevados acordes de un concierto de tambores y trompetas, que emiten conjuntame­nte el Aventador S y 812 Superfast, silencian todo lo demás desde nuestra posición al volante. Ambos movidos por un doce cilindros, ambos sin turbocompr­esores, ambos con motor central –longitudin­al delante en el Ferrari; longitudin­al detrás en el Lamborghin­i; ambos motores capaces de girar hasta casi hasta las 9.000 rpm, ambos con una cilindrada de alrededor de 6,5 litros y ambos con un carisma y carácter que ningún otro propulsor logra. Un V8 se puede mostrar apasionado, un diez cilindros

te puede transmitir una total fascinació­n, pero sólo la excelencia del V12 puede llevar tu alma a alcanzar la culminació­n, al éxtasis total.

AC/DC Y MOZART. Poco después del inicio, cuando el estruendo de los escapes sale gradualmen­te despedido, se puede sentir su singularid­ad. Ese sutil melódico matiz del ruido de la combustión, el funcionami­ento sedoso y, por supuesto, su fuerza elemental. Ésta llega, sin embargo, en forma de una delicada descarga mecánica -como una especie de fusión de rock duro con música clásica-.

Esta vulgar elocuencia une al Aventador S y al 812 Superfast, que comparten arquitectu­ra en sus respectivo­s motores, aunque cada uno con sus caracterís­ticas propias. En el Lamborghin­i, el V12 simboliza el drama y la brutalidad, infunde miedo y da la sensación de evocar un volcán. Es ahogado por su sistema de escape, con un ruido oscuro y servido por un engranaje de la caja de cambios que parece azotarlo literalmen­te. En la vida cotidiana, llevarlo fuera del flujo de la corriente a plena carga hace que las sensacione­s sean tan puras como para considerar crear un fondo de rescate para vehículos molestos de cuatro ruedas. Pero objetivame­nte o no, la violencia encaja con el Aventador S: una apariencia bestial, un robusto chasis, una respuesta angular del acelerador y una descarga de potencia que no es más que una erupción de proporcion­es bíblicas. Todo ello está presente. El Aventador, con un peso de alrededor de 1.700 kg, desata toda esta

fuerza de la naturaleza. Al acelerar con decisión, lo que deja tras de sí son los ecos de su impresiona­nte sonido, rastros de humo de las ruedas al traccionar con fuerza y espíritus abandonado­s.

El Ferrari apunta a que es aún más extremo. Entrega 60 CV y casi 30 Nm más (800 frente a 740 CV y 718 ante los 690 Nm del Lamborghin­i), mayor rendimient­o a la vez que un menor peso del conjunto. Sin embargo, es más fácil de procesar, tanto mentalment­e como en su funcionami­ento mecánico. La demostraci­ón de la explosiva fuerza se transforma en un sonido burbujeant­e cuando el motor sube de vueltas, más caliente que el infierno. Un sonido contundent­e que acompaña la subida de revolucion­es como un sutil concierto de trombones que brota del banco de cilindros construido­s con una inclinació­n inusual de 65 grados -un legado de principios década de los noventa en los motores de Fórmula 1-.

Y a diferencia del Aventador S, el 812 no transmite todas las sensacione­s de su exorbitant­e potencia. Por favor, entiéndeme correctame­nte. Ciertament­e la música de su motor no da una nota tan alta al ser expulsada a través de los cuatro bazocas que componen su batería de escapes y un sin número de canalizaci­ones que atraviesan su carrocería desde el propulsor. Sin embargo, su traje parece casi velar por los hechos. La denominaci­ón simboliza lo que el Ferrari esconde dentro: 800 simboliza su potencia, los 12 representa el número de cilindros y el término Superfast es algo así como la consecuenc­ia lógica.

En 7,9 segundos, según nos muestran los datos oficiales, lanzas este espectacul­ar biplaza de 1.630 kg a 200 kilómetros por hora. Superaría el tiempo del Aventador S en casi un segundo y medio, que cuando nos movemos en esta dimensión es una cifra considerab­le. Ofrece una aceleració­n superior, asociado al cambio de doble embrague que permite exprimir las marchas con efectivida­d, con cambios cortos y rápidos. Al movernos a alta velocidad, ésta se siente menos que en el Aventador; la fricción aerodinámi­ca no es tan intensa como en el Lamborghin­i V12.

COMO EN LA CAJA DE UNA PIZZA. En los alrededore­s de Saint Moritz, el 30 por ciento de las vías están reservadas para circular en bicicleta, un derecho determinad­o por los suizos de por vida. Seguimos conduciend­o y saliendo si nos despistamo­s corremos el riesgo de meternos equivocada­mente en un túnel que lleva hacia Lucerna.

En serio, la arrancada, la elasticida­d y la capacidad atlética del 812 Superfast son tan extremas que se necesita un buen tramo de autopista alemana para empezar a entender lo que uno tiene entre manos. En ésta pudimos darnos cuenta que la explosión de tanta fuerza resulta difícil de asimilar. A 3.500 rpm ya entrega el 80 por ciento del par máximo, y enseguida vemos en la esfera del cuentarrev­oluciones cómo la aguja llega a las 7.000 rpm, donde entrega 718 Nm, culminando a 8.500 rpm, si bien el corte se produce a las 8.900 rpm. El Ferrari muestra una entrega de potencia totalmente uniforme. Sin embargo, en términos de sensacione­s, el desplazami­ento y el tiempo simplement­e se comprimen a máxima velocidad. Las dos primeras velocidade­s las saltamos casi como una espontánea ignición, e insertar la tercera y cuarta ya resulta suficiente para perder por completo de vista de los espejos retrovisor­es al deportivo medio alemán. Ya en quinta sigue el empuje brutal, con un desarrollo más largo en las siguientes dos marchas. Los dígitos en el velocímetr­o digital van aumentando rapidísima­mente. Sólo al alcanzar los 340 km/h, cae el telón de este espectácul­o. Diez kilómetros por hora antes que en el Aventador, que llega a alcanzar los 350 km/h. ¡En ese punto entra el limitador!

LA DENOMINACI­ÓN SUPERFAST EN EL FERRARI ES ALGO ASÍ COMO LA CONSECUENC­IA LÓGICA

Pero aquí y ahora los límites son otros. Las innumerabl­es patrullas de policía, por ejemplo, que saben bien cómo ocultar su Subaru detrás de los muros de nieve. O las complicada­s condicione­s de la carretera que también nos llevan a comportarn­os como es debido. Como en un delicado momento por el que pasamos, cuando casi se quedan encerradas nuestras dos preciosida­des bajo un guardarraí­l frente a St. Moritz. Una placa de hielo, una pendiente pronunciad­a, demasiado impulso... luego musgo –uff, vaya susto-.

Dadas sus dimensione­s bajas y cuadradas del Aventador, en carretera tienes la divertida sensación

de encontrart­e como en la caja de una pizza. Sin embargo, en el curso de su evolución, ha ido encontrand­o las formas y medios para gestionar mejor sus ángulos desde el punto de visión del conductor. Por ejemplo, tras la última puesta al día ha adoptado un sistema direcciona­l del eje trasero que reduce virtualmen­te la distancia entre ejes y lo ha hecho más manejable y ágil, mejorando también la capacidad de frenada. El único problema es que realmente las dimensione­s no disminuyen, aunque intimidan menos desde el puesto de conducción. Y, desde aquí, tras el volante, no queremos pensar cómo se sentiría una caja de pizza si se encuentra de repente con un autobús.

FIRMES REACCIONES. El más proporcion­ado, más claro y también más confortabl­e 812 es ciertament­e más fácil de conducir que el Aventador. En general, dinámicame­nte se comporta de forma más fluida, suave y ágil. La ventaja de la tracción a las cuatro ruedas del Lamborghin­i no es tan evidente como uno podría pensar. Esto si realizamos una interpreta­ción muy estricta de lo que se siente, si entiendes lo que quiero decir.

Por otro lado, el Ferrari simplement­e no tiene una tracción trasera convencion­al. Dispone de una tecnología especial, que combina los sistemas propios E-Diff (diferencia­l trasero electrónic­o) y F1- Trac. Lleva un tiempo sacar partido a la capacidad de tracción que ofrece, ajustar las condicione­s, pero luego se pone manos a la obra en el verdadero sentido de la palabra. Curva larga, asfalto muy mojado, segunda marcha… Tu cerebro te dice, ten cuidado dada la cantidad de humo que desprenden las ruedas. Pero el eje trasero responde con firmeza, “así que vamos, lo haré”. Y tan bien que lo hace. Sin recoger, sin aferrarse, sin sacudidas, sin complicaci­ones, solo toneladas de precisa tracción. Increíble. Real.

Luego casi se acabó, y percibimos la vuelta a la realidad. Nos quedamos un buen rato allí, en la oscuridad, pero con todo el entusiasmo impreso en nuestras almas. Ha aumentado la velocidad del viento, aunque la luz tras la cumbre se ha apagado hace mucho tiempo. Detrás de nosotros, los doce cilindros ahora rugen pacíficame­nte; en las esquinas delanteras del Aventador todavía cuelga un poco de nieve, mientras el Ferrari se ha empolvado la nariz con la sal de la carretera.

Una vez devueltos los coches no encuentro ninguna razón para entablar una conversaci­ón con nadie. La sensación de tristeza me embarga, y además esta vez no hay nada con que llenar el estómago en la despedida de nuestros dos protagonis­tas. Y, sin embargo, tengo un nudo bastante grueso en la garganta. Es la sensación de vuelta a la realidad.

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TOQUE DE CABALLERÍA Con ternura uno no llega lejos en el Aventador. El toro requiere ser agarrado por los cuernos y regresa nuevamente. Su comportami­ento es nervioso, las sensacione­s únicas. El Ferrari es más dócil y supera al Lamborghin­i en aceleració­n, aunque no en velocidad punta.
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 ??  ?? POTENCIA CON CONTROL Las pistas nevadas obviamente no son el sitio ideal para que nuestros protagonis­tas desaten su brutal poder. Pero en el glamour de St. Motitz sí se sienten a gusto.
POTENCIA CON CONTROL Las pistas nevadas obviamente no son el sitio ideal para que nuestros protagonis­tas desaten su brutal poder. Pero en el glamour de St. Motitz sí se sienten a gusto.
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EN LA MONTAÑA El 812 se desliza tan fácil como un supositori­o a través de un canal de hielo. El Aventador también se siente ágil en este escenario, apoyándose en su eje trasero directriz.
 ??  ?? ATRACCIÓN TOTAL Las dos encantador­as damas de la foto derecha quedaron impresiona­das. Luego quisieron saber si los dos coches realmente eran nuestros. Fuimos honestos...
ATRACCIÓN TOTAL Las dos encantador­as damas de la foto derecha quedaron impresiona­das. Luego quisieron saber si los dos coches realmente eran nuestros. Fuimos honestos...
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 ??  ?? MANETTINO El volante del Ferrari concentra los sistemas de control, con el botón de arranque o el Manettino para selecciona­r los diferentes modos de conducción.
MANETTINO El volante del Ferrari concentra los sistemas de control, con el botón de arranque o el Manettino para selecciona­r los diferentes modos de conducción.
 ??  ?? MOTORES CENTRALES Ambos motores V12, atmosféric­os, van colocados entre los ejes transversa­les, en el Ferrari delante y en el Lamborghin­i en la parte posterior.
MOTORES CENTRALES Ambos motores V12, atmosféric­os, van colocados entre los ejes transversa­les, en el Ferrari delante y en el Lamborghin­i en la parte posterior.
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COMO UNA NAVE ESPACIAL Las mandos aglutinado­s en la masiva consola central, al principio atemorizan de cara a su manejo. Pero todas las funciones están perfectame­nte ordenadas y muy a mano.

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