FERRARI 812 VS LAMBORGHINI AVENTADOR
Dos protagonistas movidos por motores de doce cilindros y dos días para probarlos en un escenario tan especial y único como St. Moritz. Honestamente, ha habido días de trabajo mucho más duros.
ESTÁBAMOS ANSIOSOS POR LA planificación de esta prueba. El reto era afrontar la comparativa sin dejarnos embriagar por nuestros apasionantes protagonistas, y lograr una distancia emocional que nos permitiera analizarlos con la objetividad y juicio necesario.
Atravesamos el Julier Pass para llegar a la laguna norte del glamuroso retiro de invierno suizo de St. Moritz. Un maravilloso paisaje se abría ante nosotros. El cielo sin nubes, las fuertes pendientes a izquierda y derecha tapadas por un grueso manto blanco, las cumbres perfilándose contra el horizonte como en una película y, en el medio, en la carretera que serpentea a través de esta sucesión de imágenes, dos doce cilindros de sangre caliente, que ni siquiera la escarcha más dura puede dejar fríos.
Uno, la delicadeza pura pintada de amarillo, casi dos veces más ancho que alto, incluso más poderoso de lo que parece, bendecido con la maldición de su abrumadora atracción. A diferencia de su alter ego, en lugar de mostrar sus encantos directamente durante el contacto visual, los presenta como si de un ramo de flores se tratara. Sus líneas fluyen románticamente mientras los detalles reflejan parte de su encanto, transmitiendo todo su “sex appeal” en sus formas y proporciones. Su rival, la diva pintada con un rojo como el del lápiz labial de Mónica Bellucci,
resulta irresistible para un vampiro. Y es que en ambos casos, resistir no es una opción.
Por lo tanto, hemos decidido ignorar nuestra objetiva charla de ayer y extender desde el principio las armas del periodismo del motor para objetivar nuestro juicio de valor. “Pulgar estirado en lugar de dedo índice levantado”. Y aunque esto ya era un poco predecible dado el contexto, y a pesar del trabajo de persuasión en el período previo a esta historia, el encuentro con nuestros protagonistas fue más sugestivo y comprometedor de lo esperado.
Lamborghini se entusiasmó de inmediato con la propuesta. ¡El Aventador S en la nieve! ¡Perfecto, grande!, solo dinos cuándo y dónde. Ferrari, sin embargo, no se mostró tan entusiasmada con la idea al principio. De hecho se pusieron muy serios. Puede que se debiera a la hostilidad (bien entendida) con sus rivales, aunque más bien habría que deducir que esa primera reacción estaba más relacionada con los neumáticos de invierno con los que calzaríamos ambos coches y que distorsionarían el sofisticado comportamiento de su criatura. Después de todo, el 812 Superfast no solo es la continuación de la tradición interna de sus híper deportivos, sino que está dotado de un elaborado enjambre de alta tecnología para afinar al máximo sus cualidades dinámicas. Esto incluye elementos como el control lateral de deslizamiento, una sofisticada aerodinámica activa, eje trasero direccional y la nueva dirección electromecánica, que colocan el umbral de conducción en unos lí- mites muy altos. Sus reacciones al límite se solidifican para ofrecer esa suerte única, con la capacidad de control de los derrapes al empujar la carrocería, que ajusta el ángulo de la dirección llevando el volante a la posición óptima. Reacciones suaves, pero bastante efectivas.
Todos estos sistemas están interconectados, interactúan y se benefician unos de otros. Por supuesto, para poder percibir, utilizar o explotar completamente esta red de relaciones, se necesita una llanta que pueda llevar tales sutilezas a la carretera. Y el Pirelli Sottozero, un neumático de invierno, no parece la mejor opción para explotar la tecnología del 812 Superfast, como hemos explicado. Pero, queridos amigos de Maranello, ¿de verdad creéis que juzgaríamos el comportamiento de un súper deportivo calzado con una montura inadecuada? ¿En serio? Para ser honesto, eso sería como ponerle un guante a un pianista y luego reprocharle no golpear adecuadamente las notas.
A veces súper deportivo, a veces GT. En ningún momento nos hemos planteado la idea de juzgar al 812 Superfast como si de una prueba convencional se tratara, entre otras cosas por el hecho de que el calzado elegido no se adapta a sus características. Todo lo contrario. Queremos ver sus reacciones en un escenario tan especial como en el que vamos a movernos, con sus particularidades, moviéndonos también por superficies nevadas. A medida que conducimos el Ferrari, comprobamos la sutileza de sus reacciones, de cómo encuentra la trazada perfecta para fundirse con los vértices de
EL V12 DEL AVENTADOR SIMBOLIZA EL DRAMA Y LA BRUTALIDAD; INFUNDE MIEDO
la carretera. Como se coloca su estirada figura en el punto exacto que queremos, para buscar con la misma precisión la siguiente curva. Es tan fascinante como la serenidad que transmite cuando le das rienda suelta en carreteras abiertas. Levantamos el pie del acelerador para reducir la aceleración lateral, y entonces muestra la otra personalidad que esconde el Superfast, transformándose de un súper deportivo a un ejemplar GT.
Los amortiguadores muestran la tensión de la cinemática, cuando a continuación hacemos clic en el Manettino que selecciona los modos de conducción para colocarlo desde la posición “Race” al modo Sport. Momento en el que además el motor varía el tono “de rock suave” que emiten los tubos de escape, haciendo que un transeúnte, sorprendido, vuelva la cabeza en ese instante. Prácticamente el único que se mueve por la calle en esta localidad un martes del mes de enero; no hay demasiada gente alrededor. La lujosa localidad de Sant Moritz realmente parece dormida. Los diversos helicópteros de alquiler tienen sus aspas paradas, y el conserje del palacio de Badrutt puede entrar de nuevo a calentarse los pies en el hall del hotel ya que no hay clientes entrando o saliendo, e incluso las tiendas de Prada, Gucci y Bulgari, frente a la de Louis Vuitton, están ahora casi sin clientes. El lago también descansa silencioso.
En el pueblo, un par de clientes VIP de Fiat están probando el dulce veneno del 500X. Mientras tanto, se está preparando la celebración del famoso evento de polo en nieve, lo que se hace especialmente evidente cuando observamos algunos remolques moviéndose por las calles, con la afilada nariz de los caballos sobresaliendo del mismo -tirados por Bentley Bentayga como un cliché obligado-.
Ya allí, dimos una vuelta dirigiéndonos hacia Maloja-Pass, la ruta sur hacia Winter Wonderland. Al detenernos en un paso de cebra para dejar pasar a dos señoras, éstas se quedan extasiadas ante la presencia de los dos italianos. Luego emprendemos la marcha y una alfombra de sonido recorre todo el valle. Los elevados acordes de un concierto de tambores y trompetas, que emiten conjuntamente el Aventador S y 812 Superfast, silencian todo lo demás desde nuestra posición al volante. Ambos movidos por un doce cilindros, ambos sin turbocompresores, ambos con motor central –longitudinal delante en el Ferrari; longitudinal detrás en el Lamborghini; ambos motores capaces de girar hasta casi hasta las 9.000 rpm, ambos con una cilindrada de alrededor de 6,5 litros y ambos con un carisma y carácter que ningún otro propulsor logra. Un V8 se puede mostrar apasionado, un diez cilindros
te puede transmitir una total fascinación, pero sólo la excelencia del V12 puede llevar tu alma a alcanzar la culminación, al éxtasis total.
AC/DC Y MOZART. Poco después del inicio, cuando el estruendo de los escapes sale gradualmente despedido, se puede sentir su singularidad. Ese sutil melódico matiz del ruido de la combustión, el funcionamiento sedoso y, por supuesto, su fuerza elemental. Ésta llega, sin embargo, en forma de una delicada descarga mecánica -como una especie de fusión de rock duro con música clásica-.
Esta vulgar elocuencia une al Aventador S y al 812 Superfast, que comparten arquitectura en sus respectivos motores, aunque cada uno con sus características propias. En el Lamborghini, el V12 simboliza el drama y la brutalidad, infunde miedo y da la sensación de evocar un volcán. Es ahogado por su sistema de escape, con un ruido oscuro y servido por un engranaje de la caja de cambios que parece azotarlo literalmente. En la vida cotidiana, llevarlo fuera del flujo de la corriente a plena carga hace que las sensaciones sean tan puras como para considerar crear un fondo de rescate para vehículos molestos de cuatro ruedas. Pero objetivamente o no, la violencia encaja con el Aventador S: una apariencia bestial, un robusto chasis, una respuesta angular del acelerador y una descarga de potencia que no es más que una erupción de proporciones bíblicas. Todo ello está presente. El Aventador, con un peso de alrededor de 1.700 kg, desata toda esta
fuerza de la naturaleza. Al acelerar con decisión, lo que deja tras de sí son los ecos de su impresionante sonido, rastros de humo de las ruedas al traccionar con fuerza y espíritus abandonados.
El Ferrari apunta a que es aún más extremo. Entrega 60 CV y casi 30 Nm más (800 frente a 740 CV y 718 ante los 690 Nm del Lamborghini), mayor rendimiento a la vez que un menor peso del conjunto. Sin embargo, es más fácil de procesar, tanto mentalmente como en su funcionamiento mecánico. La demostración de la explosiva fuerza se transforma en un sonido burbujeante cuando el motor sube de vueltas, más caliente que el infierno. Un sonido contundente que acompaña la subida de revoluciones como un sutil concierto de trombones que brota del banco de cilindros construidos con una inclinación inusual de 65 grados -un legado de principios década de los noventa en los motores de Fórmula 1-.
Y a diferencia del Aventador S, el 812 no transmite todas las sensaciones de su exorbitante potencia. Por favor, entiéndeme correctamente. Ciertamente la música de su motor no da una nota tan alta al ser expulsada a través de los cuatro bazocas que componen su batería de escapes y un sin número de canalizaciones que atraviesan su carrocería desde el propulsor. Sin embargo, su traje parece casi velar por los hechos. La denominación simboliza lo que el Ferrari esconde dentro: 800 simboliza su potencia, los 12 representa el número de cilindros y el término Superfast es algo así como la consecuencia lógica.
En 7,9 segundos, según nos muestran los datos oficiales, lanzas este espectacular biplaza de 1.630 kg a 200 kilómetros por hora. Superaría el tiempo del Aventador S en casi un segundo y medio, que cuando nos movemos en esta dimensión es una cifra considerable. Ofrece una aceleración superior, asociado al cambio de doble embrague que permite exprimir las marchas con efectividad, con cambios cortos y rápidos. Al movernos a alta velocidad, ésta se siente menos que en el Aventador; la fricción aerodinámica no es tan intensa como en el Lamborghini V12.
COMO EN LA CAJA DE UNA PIZZA. En los alrededores de Saint Moritz, el 30 por ciento de las vías están reservadas para circular en bicicleta, un derecho determinado por los suizos de por vida. Seguimos conduciendo y saliendo si nos despistamos corremos el riesgo de meternos equivocadamente en un túnel que lleva hacia Lucerna.
En serio, la arrancada, la elasticidad y la capacidad atlética del 812 Superfast son tan extremas que se necesita un buen tramo de autopista alemana para empezar a entender lo que uno tiene entre manos. En ésta pudimos darnos cuenta que la explosión de tanta fuerza resulta difícil de asimilar. A 3.500 rpm ya entrega el 80 por ciento del par máximo, y enseguida vemos en la esfera del cuentarrevoluciones cómo la aguja llega a las 7.000 rpm, donde entrega 718 Nm, culminando a 8.500 rpm, si bien el corte se produce a las 8.900 rpm. El Ferrari muestra una entrega de potencia totalmente uniforme. Sin embargo, en términos de sensaciones, el desplazamiento y el tiempo simplemente se comprimen a máxima velocidad. Las dos primeras velocidades las saltamos casi como una espontánea ignición, e insertar la tercera y cuarta ya resulta suficiente para perder por completo de vista de los espejos retrovisores al deportivo medio alemán. Ya en quinta sigue el empuje brutal, con un desarrollo más largo en las siguientes dos marchas. Los dígitos en el velocímetro digital van aumentando rapidísimamente. Sólo al alcanzar los 340 km/h, cae el telón de este espectáculo. Diez kilómetros por hora antes que en el Aventador, que llega a alcanzar los 350 km/h. ¡En ese punto entra el limitador!
LA DENOMINACIÓN SUPERFAST EN EL FERRARI ES ALGO ASÍ COMO LA CONSECUENCIA LÓGICA
Pero aquí y ahora los límites son otros. Las innumerables patrullas de policía, por ejemplo, que saben bien cómo ocultar su Subaru detrás de los muros de nieve. O las complicadas condiciones de la carretera que también nos llevan a comportarnos como es debido. Como en un delicado momento por el que pasamos, cuando casi se quedan encerradas nuestras dos preciosidades bajo un guardarraíl frente a St. Moritz. Una placa de hielo, una pendiente pronunciada, demasiado impulso... luego musgo –uff, vaya susto-.
Dadas sus dimensiones bajas y cuadradas del Aventador, en carretera tienes la divertida sensación
de encontrarte como en la caja de una pizza. Sin embargo, en el curso de su evolución, ha ido encontrando las formas y medios para gestionar mejor sus ángulos desde el punto de visión del conductor. Por ejemplo, tras la última puesta al día ha adoptado un sistema direccional del eje trasero que reduce virtualmente la distancia entre ejes y lo ha hecho más manejable y ágil, mejorando también la capacidad de frenada. El único problema es que realmente las dimensiones no disminuyen, aunque intimidan menos desde el puesto de conducción. Y, desde aquí, tras el volante, no queremos pensar cómo se sentiría una caja de pizza si se encuentra de repente con un autobús.
FIRMES REACCIONES. El más proporcionado, más claro y también más confortable 812 es ciertamente más fácil de conducir que el Aventador. En general, dinámicamente se comporta de forma más fluida, suave y ágil. La ventaja de la tracción a las cuatro ruedas del Lamborghini no es tan evidente como uno podría pensar. Esto si realizamos una interpretación muy estricta de lo que se siente, si entiendes lo que quiero decir.
Por otro lado, el Ferrari simplemente no tiene una tracción trasera convencional. Dispone de una tecnología especial, que combina los sistemas propios E-Diff (diferencial trasero electrónico) y F1- Trac. Lleva un tiempo sacar partido a la capacidad de tracción que ofrece, ajustar las condiciones, pero luego se pone manos a la obra en el verdadero sentido de la palabra. Curva larga, asfalto muy mojado, segunda marcha… Tu cerebro te dice, ten cuidado dada la cantidad de humo que desprenden las ruedas. Pero el eje trasero responde con firmeza, “así que vamos, lo haré”. Y tan bien que lo hace. Sin recoger, sin aferrarse, sin sacudidas, sin complicaciones, solo toneladas de precisa tracción. Increíble. Real.
Luego casi se acabó, y percibimos la vuelta a la realidad. Nos quedamos un buen rato allí, en la oscuridad, pero con todo el entusiasmo impreso en nuestras almas. Ha aumentado la velocidad del viento, aunque la luz tras la cumbre se ha apagado hace mucho tiempo. Detrás de nosotros, los doce cilindros ahora rugen pacíficamente; en las esquinas delanteras del Aventador todavía cuelga un poco de nieve, mientras el Ferrari se ha empolvado la nariz con la sal de la carretera.
Una vez devueltos los coches no encuentro ninguna razón para entablar una conversación con nadie. La sensación de tristeza me embarga, y además esta vez no hay nada con que llenar el estómago en la despedida de nuestros dos protagonistas. Y, sin embargo, tengo un nudo bastante grueso en la garganta. Es la sensación de vuelta a la realidad.