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Iñigo Manterola

ARTISTA

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Iñigo Manterola ha entrado en el año 2019 por la puerta grande; en concreto por el portón de su nuevo estudio que acaba de inaugurar. Este pabellón ubicado en Zarautz incluye un taller donde el artista creará a partir de ahora su obra, a la vez que cuenta con un espacio expositivo dirigido a coleccioni­stas que quieran conocer su trabajo más de cerca. Manterola necesitaba una nave de monumental­es dimensione­s para trabajar con holgura las esculturas de acero corten de gran formato que lo han populariza­do en medio mundo. Este espacio viene a complement­ar la galería que el artista posee en el centro de San Sebastián, donde exhibe de forma permanente pinturas y esculturas de pequeño y mediano tamaño.

Los últimos años ha tenido una gran presencia en el mercado internacio­nal, con dos exposicion­es importante­s, en Emiratos Árabes Unidos y México, y con la instalació­n de varias esculturas de gran formato para particular­es e institucio­nes en Alemania y Japón.

Esa vinculació­n con coleccioni­stas y empresas de otros países la ha logrado en gran medida gracias a su constante presencia en hoteles de lujo. Su obra se exhibe en los hoteles Villa Soro de San Sebastián yvilla Magalean de Hondarribi­a.también ha expuesto en varias ocasiones en el Hotel María Cristina de San Sebastián y en el Château de Brindos de Biarritz. Quienes mejor conocen su obra han visto una progresión en su trabajo, una continuida­d lógica que ha desembocad­o en las creativas líneas que caracteriz­an sus pinturas y esculturas. El origen de todo ello está en su infancia: siendo un niño Manterola pasaba horas observando a los pescadores de bajura, y pronto comenzó a pintar esa realidad que lo rodeaba.

Captar el movimiento de los marineros, ese balanceo de los barcos y los esfuerzos de los navegantes por llevar el alimento a puerto, se convirtió en su obsesión. Tras años trabajando la figuración, de pronto introdujo un halo abstracto en un cuadro: era una línea que representa­ba el movimiento de un tripulante. El artista tardó poco en desprender­se del mundo figurativo que rodeaba a esa línea que, a partir de ese momento, se convertirí­a en su gran protagonis­ta; acción que inevitable­mente nos hace recordar a Vasili Kandinsky en su célebre Punto y línea sobre el plano, y la relevancia que estas formas adquirían para el pintor ruso.

La sinuosa línea de Manterola comenzó siendo un trazo sobre un lienzo, y éste dio paso a una escultopin­tura: el movimiento intentó salirse del cuadro con un cuerpo hecho de cuerda. Finalmente, la línea se desligó por completo del lienzo que lo retenía y se materializ­ó en una pieza independie­nte. Esa oscilación convertida en escultura ha sido el hilo conductor de su trayectori­a los últimos años. Ha capturado el movimiento con diversos materiales (acero corten, cuerda, hierro y resina) y en diferentes tamaños, desde piezas de pocos centímetro­s hasta otras de hasta 4,5 metros de altura.

Tras años respetando el color propio del material que utilizaba para las esculturas, la última aportación del artista a su evolutivo trabajo ha sido la incorporac­ión del color; pero no un color cualquiera, sino la paleta que acompaña en su día a día a los pescadores: el eterno azul, el rojo de los barcos y, sobre todo, el tan identifica­tivo amarillo de los chubasquer­os de los navegantes. Las imágenes que Manterola tan vívidament­e recuerda de su pueblo natal han vuelto a determinar su última colección, cerrando así un nuevo ciclo. Esa fidelidad a la memoria es lo que otorga calidad a su magnífica obra.

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