UN IMPUESTO PARA LA CARNE
Tiene pocos visos de seguir adelante, pero el paso está dado: el Comité de Ética de Dinamarca, un grupo de asesores independientes que aconseja al Gobierno y al Parlamento danés en determinadas materias con implicaciones éticas desde 1987, acaba de proponer al ejecutivo una medida que podría ser una broma si no fuera por la seriedad de su formulación: un “impuesto climático” para reducir el consumo de carnes rojas. Según los estudios en los que el mencionado Comité ha basado sus recomendaciones, Dinamarca podría reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero entre un 20 y un 35% realizando cambios en la ingesta de carne. Ni qué decir tiene que la idea no ha sido bien recibida por los organismos de alimentación y agricultura escandinavos, pero el hecho de que una medida así sea formulada es de por sí preocupante.Y lo es por dos motivos: en primer lugar, porque este tipo de iniciativas populistas no son nuevas. Hace algunos años, la propia ONU formuló una propuesta similar, lo que invita a pensar que soluciones de dudosa originalidad aparecen de cuando en cuando con el objetivo de que la idea vaya calando en la sociedad, mostrando bien a las claras la inoperancia de las autoridades mundiales a la hora de adoptar medidas reales y efectivas que mitiguen el calentamiento global. Y en segundo lugar –más allá de que el dictamen deje entrever una supuesta inmadurez de la sociedad para resolver el problema por sí misma– , lo es porque la premisa de la que arranca el informe no es verdad. O al menos no es toda la verdad. Dando por bueno el hecho señalado por la FAO de que el sector ganadero contribuye con un 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero, son también varios los estudios recientes que demuestran que diversas dietas que incluyen productos animales tienen una menor huella ecológica que la dieta vegetariana, especialmente si hay en ella huevos y leche.
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