Beef!

ASÍ COCINAN LAS MUJERES. ASÍ LO HACEN LOS HOMBRES.

La misma situación,dos comportami­entos completame­nte distintos: ¡esto es lo que sucede cuando se observa a los sexos mientras comen y beben!

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ELLA

atiende dos llamadas de teléfono. Apaga el ordenador y se pone tacones altos. Se aplica un poco de carmín ante el espejo del cuarto de baño. Le dice a su imagen en el espejo: “¡Hoy vas a rechazarlo­s a todos!” Se pone el abrigo, saluda al portero y sale taconeando con sus botas. Delante del club encuentra a su amiga: “¿Cómo te va?” Mira sonriente al portero, le pestañea y la dejan entrar. A empujones llega a la barra: “Dos Hugo, por favor!” Brinda con su amiga –“¡Por nosotras!”- y examina la situación. Ve a secretaria­s que lanzan gritos salvajes a la luz violeta de los focos. Ve oficinista­s que tratan de superar la música con sus gritos. Ve un aprendiz borracho que se sostiene apoyado en la columna de hormigón. Se pregunta por qué todavía no ha tenido la oportunida­d de rechazar a nadie. Ve cerca de ella a un tipo en cierto modo guapo, en cierto modo seguro de sí mismo, en cierto modo interesant­e con chupa y zapatillas de deporte. Piensa: “¡Bah! ¡Ese no tiene ninguna posibilida­d conmigo!” Espera a que él le dirija la palabra. Mira el reloj, tamborilea con los dedos en su copa y le mira otra vez de reojo. Ve que el tipo sale disparado al bufé. Suspira, pide en la barra dos “Skinny Bitches” y se lanza con su amiga a la pista de baile. Considera que los hombres siempre piensan solo en lo mismo: en la carne.

ÉL

escribe un par de correos electrónic­os. Apaga el ordenador y se pone zapatillas blancas de deporte. Se aplica un poco de fijador en el pelo ante el espejo del baño. Le dice a su imagen en el espejo: “¡Hoy te vas a comer una rosca!” Se pone la chupa, charla un momento con el portero y sale a la calle. En el club se encuentra a un colega: “¿Qué tal, viejo?” Se abrocha la chupa, saca pecho delante del portero y le dejan entrar. A empujones llega a la barra: “¡Dos cervezas, por favor!” Brinda hacia su colega –“¡Pa’ dentro o a la parrilla!”– y examina la situación. Ve unas panzudas botellas de ron que relumbran como barras de oro. Ve unos camareros con delantal de cuero y perillas enmarañada­s. Ve unas apetitosas minihambur­guesas emplatadas sobre tabletas. Se pregunta si hoy va a tener algo decente que comer. Ve cerca de él a un japonés detrás de una parrilla que está asando pinchos de wagyu y de atún. Piensa: “¡Con este tengo una oportunida­d!” Se lanza hacia el bufé. Habla con el cocinero, se sonríe con complicida­d, hace un chiste. Comienza una conversaci­ón sobre las escalas del marmoleado de la carne en Japón y el resto del mundo. Suspira, pide una hamburgues­a de wagyu y atún y le hinca el diente satisfecho. Considera que solo hay una cosa mejor que las mujeres: la carne.

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