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RUTA SEGOVIA

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Ruta por una sorprenden­te Castilla. En Segovia, tras los ecos del bandolero del río Pirón.

RÍOS PIRÓN Y VIEJO (SEGOVIA) A FINALES DEL SIGLO XIX, POR EL ENTORNO DE LOS CAÑONES FORMADOS POR ESTOS DOS RÍOS, SE MOVÍA “EL TUERTO”, UN BANDOLERO FAMOSO EN AQUELLOS TIEMPOS. ENTRE LAS LLANURAS CEREALISTA­S, LA OROGRAFÍA DE LOS RÍOS PIRÓN Y VIEJO FORMA RECOVECOS Y CUEVAS; POR OTRA PARTE LA IMPOSIBILI­DAD DE CULTIVAR MANTUVO EL BOSQUE EN LAS LADERAS ESCARPADAS Y EN LA RIBERA PLANA DEL CAUCE CON ÁRBOLES CENTENARIO­S Y RETORCIDOS, QUE FUERON IDEALES PARA QUE SE ESCONDIERA EL LADRÓN.

El bandolero fue real, se llamaba Fernando Delgado Sanz, nació en 1846 en Santo Domingo de Pirón y tenía una nube en su ojo izquierdo, por eso le llamaban “El Tuerto Pirón”. Sus correrías empezaron cuando al volver del servicio militar en 1866 descubrió que a su novia le habían obligado a casarse con otro; en venganza robó un carnero al que debía haber sido su suegro. Formó una banda y ya no pararía de delinquir, con asaltos a diligencia­s en las montañas, saqueos de iglesias o granjas y la persecució­n de viajeros, y ya desde 1868 era buscado por la justicia. Se cuenta que no era mala persona, no robaba a los pobres, hasta daba monedas a los muchachos que encontraba en los caminos, o repartía los botines entre los más necesitado­s, se dice hasta que oía misa antes de entrar a robar en las sacristías. A raíz del robo en la iglesia de Tenzuelas en 1880 adquirió mucha fama y hasta le sacaron cantares. Pertenecía a la banda un madrileño de origen noble que hablaba demasiado de dónde se escondían y por donde caminaban; fue el único muerto

atribuido al Tuerto. La Guardia Civil, que se fundó pocos años antes, 1844, encontró la cabeza del madrileño en una tapia y el cuerpo separado a unos metros. Le apresaron en varias ocasiones. Estuvo en la antigua cárcel de la calle Juan Bravo de la que escapó por la ventana, corriendo por los tejados. En su última huida, las huellas en la nieve lo delataron. Fue arrestado por última vez y condenado a cadena perpetua que cumplía en una cárcel de Valencia. Estar encerrado debía ser lo más cruel que se le podía hacer a un salteador de caminos, muriendo en prisión a los 68 años. En esta ruta no nos va a salir al paso la banda del Tuerto. Con la seguridad de los tiempos modernos disfrutare­mos de pistas llanas entre campos de cereal y regadíos, se atravesará­n auténticos túneles de vegetación en los bosques de encinas cercanos al río Pirón y ascenderem­os hasta casi llegar al majestuoso castillo de Fernán González de Turégano.

Ancha es Castilla, pero no toda, incluso en medio de la ondulada llanura cerealista se encuentran estrechos valles que están ahí listos para ser descubiert­os y recorrerlo­s con nuestras bicis. Los ríos Pirón y Viejo son dos de ellos en medio del secarral veraniego. Aunque en primavera y otoño se visten de colores para ofrecer un espectácul­o verde, marrón y amarillo efímeros, el resto del año conserva su atractivo, aunque el entorno amarillee. Primero bajamos junto al escuálido río Viejo, por senderos de hierba que oculta la tierra. Aunque no hay ni una sola piedra no hay que despistars­e en la conducción. A medida que se desciende, las encinas dejan paso al bosque de galería que se pega al río y proporcion­a abundante y fresca sombra, refugio a la fauna que, entre las hojas y las ramas, nos mira al pasar. Cuando el Viejo rinde aguas al Pirón se gira a la derecha bordeando los roquedos calizos, siguiendo la pista que acompaña al cauce de este último río. Es casi llano y los árboles amantes de la humedad y el agua van poblando masivament­e el estrecho valle, mientras el río serpentea entre troncos centenario­s. Por el margen derecho del Pirón se

EL TUERTO DEL PIRÓN FUE CONTEMPORÁ­NEO DE OTRO BANDOLERO, ANDRÉS LÓPEZ “CURRO JIMÉNEZ”

atraviesan porteras y prados, hasta que se llega a las casas de las Covatillas, para cruzar por un magnifico puente de sillería empedrado construido en el SXVI: por él pasaba el camino real de Turégano a Segovia. En estas sombras del bosque de ribera es fácil imaginar al tuerto y sus secuaces acechando entre los árboles a incautos viajeros. Al otro lado del río empieza un sendero que juega con el río, se eleva unos pocos metros o se acerca hasta el mismo agua, hay que tener mucho cuidado para no caer en un despiste, es mejor pararse a la altura del molino o las charcas para disfrutar de la sombra y del agua, que discurre tranquila y solo salta o se acelera en contadas ocasiones. Se deja el bosque de galería para ascender por uno de encinas, hasta Peñarrubia­s del Pirón, antes de seguir con el ascenso. Por la carretera nos desviamos a la coqueta ermita románica de la Octava, para ver sus curiosos canelillos, las metopas y tejaroz profusamen­te decorados. Desde su altozano cerealista se divisa el último tramo del río antes de llegar a la llanura. La subida atraviesa el encinar por una pista ancha y lisa, que aleja la ruta del río y de sus sombras y llega a la llanura a pleno sol. Se atraviesa la carretera muy concurrida de Villovela. Se vuelve a las cercanías del agua bajando una cuesta algo deteriorad­a, junto al Pirón y el pueblo de Villovela que está al otro lado del río, se toma una pista ancha que sigue el cauce por su margen izquierdo, atravesand­o choperas y olmedas con algún pino. Cuando se sale a los campos de cultivo, se pedalea por una cañada que va directa al pueblo y al final de la ruta, las parcelas se suceden una tras otra, regadíos, pinos, barbechos, cereales, granjas y naves a ambos lados hasta entrar en el pueblo y llegar casi directos a la plaza donde tomar un aperitivo y regresar a la gran ciudad, de deslumbran­tes luces.

“EN PRIMAVERA, EL VERDE INTENSO LO DOMINA TODO, EN CUALQUIER PARTE DEL RECORRIDO. EN VERANO LA COSA CAMBIA, PERO LAS ARBOLEDAS MANTIENEN SU COLOR”

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“Una ruta que descubre la frondosida­d del bosque entre la llanura cerealista”
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