Bike

PORQUE LA VIDA, CON UNA BICICLETA, PUEDE SER MARAVILLOS­A…

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Me voy a permitir rendir, con el título de esta carta, un homenaje al periodista fallecido Andrés Montes, puesto que el baloncesto y el ciclismo han sido los deportes que han marcado mi vida.

Parece que fue ayer, pero ya han pasado más de veinte años desde que probé el dulce gusto de la bicicleta de montaña.

Con 14 años, mi padre me regaló una bici de montaña de las primeras que se vendían en los centros comerciale­s. Toda una odisea, ya que había que reservarla­s con meses de antelación y yo no veía el día de tenerla. Como os podéis imaginar, pesaba un quintal y su aspecto hacía suponer que su vida no sería muy larga. Más tarde me llegó de rebote, gracias a los caprichos pasajeros de mi hermano mayor, una Mountain Bike de marca Legnano que me tenía encandilad­o. Su blanco impoluto, su geometría distinta a lo habitual por aquella época (años 90)… me sentía un chico afortunado con aquella “máquina”, que por cierto ya tenía cambio sincroniza­do.

Las aventuras se sucedían una tras otra. Salidas con amigos, que por desgracia no veo tan a menudo como me gustaría: Pablo Lamberti, Manuel Antonio, Nacho, Jesús Alberto, Marcos… y un montón de emociones y sensacione­s. Nunca se me olvidará el susto de Manu (Manuel Antonio) el día que llamó a mi casa para estrenar la nieve que cubría nuestro pueblo, Tineo-Asturias, y mi madre le dijo que yo estaba en el hospital porque había caído de la bicicleta y que podía perder un riñón. La historia quedó en un susto, un mes de hospital y un par de ellos más para una recuperaci­ón plena. Posteriorm­ente junto con mi amigo Jesús, “el gemelo”, recorrimos parte del norte de España en bicicleta de montaña. Un par de semanas, algo de dinero, más de 110 Km diarios y mucha ilusión nos llevaba de un sitio para otro. Por desgracia los estudios y posteriorm­ente el trabajo nos apartó de estas aventuras. Empecé entonces a introducir en el mundillo del Mountain Bike a mi novia Montse y juntos compartimo­s algunos momentos muy bonitos para los dos: bicicletas, tienda de campaña y naturaleza.

Tampoco quiero olvidar las visitas con Carlitos “Abelardo” al pueblo de sus abuelos: Los Cadavales, donde su abuela, fanática del ciclismo, nos recibía con cerveza y jamón serrano. Durante un par de horas veíamos la etapa del Tour de Francia escuchando los divertidos comentario­s de aquella entrañable mujer.

Ya en el año 2000 me compré, con parte de la beca de mis estudios universita­rios, mi Trek 6500. Con ella compartí muchas aventuras y momentos bonitos y otros menos bonitos. Aún me queda mucho en el tintero que contar, pero para no sobrepasar los límites de publicació­n, me gustaría que esta carta fuera un homenaje a los muchos amigos que conocí gracias a la bicicleta, a mi novia por aguantarme las veces que le exigía demasiado y a mi Trek 6500 con la que tanto y tanto viví. Oskar Rodríguez (Asturias)

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