A fondo: BMW M2 Competition M Performance.
Bestial.
Cara de asombro, mano al bolsillo, foto con el móvil. Todo el mundo repite la misma secuencia cuando ve al M2 Competition M Performance. Lo han hecho los chavales que esperan en la parada del bus que está al lado de nuestra oficina, los obreros que trabajan en la construcción de un bloque de viviendas o la copiloto de un sexagenario que conduce relajadamente su Clase E a la altura del Circuito del Jarama. Nadie falla.
Ceros y más ceros
Pocos coches levantan esta expectación; un Ferrari, un Porsche ‘gordo’ o algún rara avis tipo Lotus. Cuando ves este BMW, tu cerebro ordena al cuello girarse una o dos veces… o las que haga falta. Lo primero que piensas es que este escultural deportivo con los colores oficiales M y lleno de aletines aerodinámicos es un automóvil de carreras con matrícula. En realidad es un M2 Competition normal atomizado al máximo gracias a los extras de M Performance. ¿Sabes lo que cuesta un 318d Touring de 150 caballos? Más o menos 45.000 euros, el precio aproximado de todos esos opcionales M. Afortunadamente no se ha gastado ni un céntimo en asistentes a la conducción o en las típicas pijotadas que nos gustan, como el techo solar, la iluminación ambiental o un sistema multimedia top, sino que ese dineral se ha invertido en muchas ➥
➥ de las ‘chuches’ que el departamento de personalización de la marca ha desarrollado exclusivamente para este cupé. Sólo por tres elementos hay que desembolsar más de 16.000 euros: 5.000 euros por la caja de cambios automática M DCT, 5.700 euros por las llantas forjadas de 19 pulgadas con neumáticos semislicks y 5.650 euros por los frenos deportivos M con pinzas de seis pistones delante y cuatro pistones detrás. A eso hay que añadir todo el paquete de piezas realizadas en carbono, como el capó y el cerco de los riñones de la parrilla –6.200 euros–, el techo –3.020 euros–, las carcasas de los espejos retrovisores –893 euros– y la tapa del maletero –3.415 euros–, con los que por cierto se ahorran unos 26 kilos de peso. En el habitáculo, los cambios son menores, siendo el más llamativo el volante con indicador de cambio de velocidad y cronómetro incluido –1.754 euros–, de grandísima utilidad cuando este M2 pisa el circuito y el conductor convertido en piloto necesita saber tanto el tiempo que está haciendo en cada vuelta como el momento exacto en el que debe pulsar las levas de la transmisión para no desaprovechar ni un kilográmetro de par. A este desembolso hay que sumar el coste de las pinturas ‘de guerra’ de la carrocería, los asientos específicos, las salidas de escape y el difusor, entre otros elementos, hasta alcanzar los ¡120.000 euros! que cuesta un ejemplar como el que ves en las imágenes –el precio base del BMW M2 Competition de 411 caballos es de 75.500 euros–.
¡Ei, despierta!
El M2 Competition M Peformance no defrauda ni por estética ni por dinámica. Es sencillamente salvaje. Tu trasero está tan a ras del suelo que llegas a sentir cómo rebotan las piedrecillas que saltan a su paso. El respaldo del asiento es muy estrecho y recuerda al de auténticos bacquets profesionales y, como es habitual en la marca, las piernas van muy estiradas. Cuando pulsas el botón Start y el seis cilindros turbo cobra vida, la sensación que nos invade es la de estar en un auténtico carrera-cliente por el ruido. Varios golpes de gas en parado confirman que el escape del M2 tiene
ahora una melodía mucho más excitante. Eso como aperitivo. Durante los primeros kilómetros por autopista, el M2 se comporta de forma dócil. Cierto que vamos a medio gas y en estas circunstancias no hay que sacar las manos que, te adelantamos, tendremos que lucir en las cruzadas que se marcará. El gasto de combustible tampoco es desorbitado, al menos a ritmos legales, con unos ocho litros a los 100.
Llegados a nuestro habitual recorrido de pruebas, activamos los modos Sport Plus del motor y de la dirección, que son los únicos que tenemos a nuestra disposición. Hundimos el pie del acelerador a fondo y la respuesta es la esperada: las ruedas traseras patinan tanto que dejan su firma en el asfalto. Es el mejor aviso a navegantes de lo delicado que puede ser este BMW. En curva, consigue una sorprendente agilidad, pues las respuestas son rápidas. En los cambios de apoyo, el coche no titubea, no se muestra torpe, por lo que no hay necesidad de hacer correcciones al límite que puedan hacernos errar como en un M2 normal. Y eso se debe a la suspensión, que es muy dura. Esta amortiguación, por cierto, se regula de forma manual con una llave especial y tiene un rango de ajuste de 20 milímetros –cuesta 3.124 euros–.
El eje posterior es ágil y relativamente fiel al delantero y los neumáticos Michelin Pilot Sport Cup 2 ayudan a transmitir la potencia al suelo con más control que con unas ruedas normales. Toda esta docilidad cambia en el momento que pisas el acelerador más de la cuenta, como al principio. Si así lo haces, la zaga pierde los papeles y ni la electrónica consigue controlar la caballería, que sale desbocada como en cualquier M de la vieja escuela. Menos mal que contamos con un equipo de frenos pata negra, con discos de 400 milímetros delante y 380 milímetros detrás, que sirven para bajar el ritmo y evitar que la cosa se desmadre. Y aguantan estoicamente al calentamiento, incluso en los días calurosos.
Quizá el M2 Competition M Performance es un coche que no tiene mucho sentido por su poca practicidad y gran radicalidad en el día a día, pero eso le hace precisamente especial, sobre todo, si pisa el circuito a menudo, donde verás que es un animal, con unas cualidades dinámicas superiores a las de su hermano M2.