La ventana
Los tiempos están cambiando, como bien dice el Premio Nobel Bob Dylan en una reciente canción. Las formas de vivir, como no podía ser de otra manera, influyen en el diseño de los entornos residenciales y configuran sus esquemas básicos, bajo la amenaza del mercado, siempre atento a las nuevas necesidades y con ganas de penalizar a quienes no las atiendan.
Aunque se han hecho honrosos experimentos con la configuración de los apartamentos urbanos, su aspecto no ha variado, en lo básico, durante los últimos cien años. Los apartamentos, hasta hace muy poco, se construían de acuerdo con un modelo tradicional de familia: pareja con dos hijos. Ello conllevaba una serie de espacios a priori dedicados a estas personas que, en los últimos años, a modo de gran conquista social, incluían un segundo baño. Poco más. Pero el nuevo fenómeno de los pisos habitados por una sola persona o una pareja sin hijos no para de crecer, el antiguo modelo de vivienda resulta un desperdicio de espacio y, además, tiende a aislar a cada uno de sus habitantes dentro de un cubículo. Los nuevos formatos de vivienda social no sólo pretenden facilitar el acceso de todo el mundo a un espacio digno sino que van más allá, proponiendo entornos que favorezcan el tejido social. Hasta ahora, al pensar en vivienda social se hablaba exclusivamente de viviendas baratas, pero en los últimos siete años el concepto ha cambiado a favor de espacios que permiten a las personas relacionarse entre ellas, compartiendo algunas funciones.
Es mucho más económico, práctico, e incluso estimulante, disponer de espacios comunes como lavandería, comedor ecológico, sala de cine, biblioteca, espacio informático, gimnasio, guardería, sala de fiestas o lo que queramos imaginar, dentro del edificio, aunque la vivienda sea pequeña. La idea es compartir los espacios que mejor se disfrutan ' en comunidad y reservar para el pisito las zonas más íntimas. Hay proyectos geniales sobre estos espacios mixtos que están funcionando muy bien. En definitiva, las nuevas teorías sobre espacios de trabajo han demostrado que las estructuras que obligan a la gente a comunicarse e intercambiar experiencias, son mucho más eficientes que las tradicionales oficinas donde los espacios estaban compartimentados y la comunicación era casi nula.
También en términos de sostenibilidad las viviendas con zonas comunes son más eficientes ya que el espacio se racionaliza y se aprovecha de forma continuada, mientras que en una casa contamos con rincones donde el aprovechamiento por jornada es mínimo. Volvemos a la calidad basada en la complejidad de las nuevas relaciones sociales, estructuras que permiten la habitabilidad de personas diversas, de un joven un anciano o una pareja. Las comunidades diseñan, deciden y aprovechan al máximo los espacios, configurando de esta forma el aspecto de las nuevas viviendas. El resultado es una vivienda social que tiene más en cuenta a las personas y a sus necesidades reales.