CONTRASTE DE COLORES
Tomemos ejemplo de la Biblia y empecemos por la génesis: el Tour de Guangxi ha nacido este año impulsado por Wanda Sports, la veta deportiva del conglomerado empresarial de Wang Jianlin, el magnate inmobiliario que posee una parte significativa del Atlético de Madrid y es además dueño de la marca de triatlones Ironman y de Infront, entidad organizadora de la Vuelta a Suiza. Precisamente una comitiva de la ronda helvética se encargó de esbozar la parte deportiva de esta carrera. El exciclista David Loosli se coordinó con los técnicos chinos para diseñar un recorrido muy equilibrado: tres etapas iniciales llanas y explosivas para superar el temido jet lag; un final en cuesta en el templo de la fertilidad sito en Nongla, cuyos meros tres kilómetros de escalada fueron suficientes para romper el pelotón en pedazos; y dos jornadas finales con cierto intríngulis para apuntalar lo que no estuviera ya definido. Aunque en China se celebran otras carreras profesionales preciosas y con cierta trayectoria como el Tour de Hainan o la Vuelta al Lago Qinghai, la predecesora directa de este Tour de Guangxi es la Vuelta a Pekín, ronda que clausuró el UCI World Tour entre 2011 y 2014. Todos los que han conocido ambos eventos coinciden en señalar que no tienen nada que ver. Aquel gris pekinés que se pegaba en los corredores como una especie de ceniza que irritaba la nariz y los oídos es diametralmente distinto a la naturaleza verde y los cielos azules de Guangxi, una región mucho más turística y escénica desde las enormes playas de Beihai a las formaciones kársticas de Guilin, la ciudad que los libros de texto que estudian los escolares chinos identifican como la más bonita del país. Otro contraste definitorio fue el público. El ganador Tim Wellens (Lotto-Soudal) dijo, jocoso, que le impresionaban tanto la cantidad de público que había de frente como la que había de espaldas. Cada diez metros de cuneta había un NADA QUE VER CON PEKÍN
policía, un segurata o simplemente un voluntario que vigilaba meticulosamente a los aficionados, a la maleza o a un muro de ladrillo visto según le hubiera tocado en suerte. Más allá de la anécdota, lo cierto es que la cantidad de espectadores era bárbara: millares de chinos se apostaban junto a la carretera horas antes del paso del pelotón haciendo gala de entusiasmo y algarabía. "Es una cantidad de público comparable con las carreras flamencas", analizó el clasicómano Daniel Oss (BMC Racing Team). "Pero, si en Bélgica la gente asiste a las carreras por cultura, aquí es más bien por curiosidad. Aun así, es bonito ver cómo el ciclismo hace feliz a personas de todo el mundo".