Muerte de un ciclista

A las 13:42 del domingo 8 de abril de 2018, una imagen heló la sangre del ciclismo. Michael Goolaerts (1994, Lier-2018, Lille), corredor de Vérandas Willems-Crelan, ropa negra y azul, caído a la orilla de una vereda de pavés, piernas antinaturalmente apoyadas sobre un montículo y brazos en cruz. Un ataque cardíaco en el kilómetro 107 de esfuerzo le mareó, le tiró de la bicicleta y, tras unas horas de agonía, le bajó de la vida. Goolaerts no tenía antecedentes cardíacos y siempre había superado sin problemas los controles de salud que le habían practicado a lo largo de su carrera deportiva. Es la cuarta muerte de un ciclista belga en plena carrera durante el último decenio: hieren los precedentes de Frederiek Nolf (2009), Rob Goris (2012) y Daan Myngheer (2016). El duelo fue duro para Vérandas Willems, que dos días después de la muerte se reunió al completo para una dinámica de grupo con un psicólogo especializado en traumas colectivos; al día siguiente ya estaban compitiendo en la Flecha de Brabante con unos brazaletes negros con el texto 'All4Goolie' para honrar la memoria de su compañero. El mánager del equipo, Nick Nuyens, que le conocía desde que él era un profesional de prestigio y Goolaerts apenas un juvenil, le describió como un chico "siempre sonriente y feliz". En lo deportivo era un rodador de mucho futuro, con una gran habilidad en las llegadas masivas que le hacía servir como lanzador para los velocistas. "Reza el eslogan de la París-Roubaix que 'El Infierno del Norte lleva al paraíso'. Hoy no sé qué pensar de ello". Lo escribió en una carta abierta Wout Van Aert, compañero de Goolaerts, y es el epitafio más doloroso posible.