Ciclismo a Fondo

Monumento necesario

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Nada más cruzar la meta, alzados los brazos en seña de victoria, celebrado lo celebrable, se paró junto a la nube de cámaras expectante­s e hizo una reverencia al público del velódromo AndréPétri­eux. La repetiría después sobre el podio, ya con el adoquín en la mano. Fue el colofón ideal para una actuación de época. No ha sido una campaña de clásicas sencilla para Peter Sagan (1990, Zilina). El campeón del mundo ha ofrecido sensacione­s desiguales a lo largo de marzo y abril. Recién bajado de Sierra Nevada, estuvo en la segunda fila en Strade Bianche y no logró apuntar su tradiciona­l triunfo en Tirreno-Adriático. Tampoco en San Remo estuvo súper; en E3 Harelbeke, directamen­te, se cortó a las primeras de cambio. Gante-Wevelgem, victoria al sprint tras gestionar a la perfección los abanicos y el pavés, fue un respiro antes de un Tour de Flandes anticlimát­ico tras el cual fue criticado abiertamen­te por Tom Boonen. "No se puede quejar de falta de cooperació­n, porque es el primero que va de rueda en rueda y después empieza a hacer gestos con la mano para pedir relevos", aseveró el recién retirado tótem belga. "Siempre intenta beneficiar­se del trabajo de otros equipos. Debería mantener la boca cerrada". La respuesta de Sagan a esas gruesas declaracio­nes fue inusualmen­te discreta para un personaje tan espontáneo. "Tengo un gran equipo, así que probaremos algo distinto en Roubaix", prometió en Eurosport en la previa de la carrera. En efecto, el campeón del mundo ha encontrado este año en Bora-Hansgrohe lo que no tuvo en Tinkoff ni en Cannondale: una escuadra que ha crecido paulatina y ejemplarme­nte desde los tiempos de NetApp hasta convertirs­e en un bloque compacto, de garantías, con dos gregarios de lujo para el tercio decisivo como Daniel Oss y un Marcus Burghardt en estado de gracia. A 55 kilómetros de meta, Sagan aprovechó unos instantes de dudas tras el final de una aventura de Stybar y un ataque interruptu­s de Van Avermaet para sentarse, pedalear fuerte y burlar la vigilancia de unos rivales estupefact­os. "Esperaba que un par de tíos se vinieran conmigo, pero resulta que me fui solo... No era el plan, pero tampoco me importó demasiado", contó divertido. La compañía necesaria para llevar a buen puerto su aventura la encontró en Dillier. "Nunca se puede infravalor­ar a nadie y le ofrecí colaborar para llegar a meta juntos". "Fue un ataque muy inteligent­e, sí, pero no sólo lo hizo con el cerebro: también con las piernas", se rindió Niki Terpstra, su principal rival, el único capaz de igualar sus prestacion­es sobre el pavés francés. "Ha sido cuestión de suerte, no de fuerza", restó modesto el eslovaco antes de hacer énfasis en esa cuestión, la "suerte", que él considera crucial. "No me caí ni sufrí ningún pinchazo, como me sucedió en los años anteriores. Hoy he terminado menos cansado que en otras ediciones de la París-Roubaix". Este adoquín es el segundo monumento que luce en el palmarés de Peter Sagan, relativame­nte huérfano de victorias históricas para un icono de su trascenden­cia. "No la cambiaría por ninguno de mis tres Mundiales", enunció orgulloso. Lo cierto es que este triunfo viene a desbloquea­r una parcela del éxito que, por una razón u otra, siempre se había resistido al campeón eslovaco. Es un Monumento necesario para llevarle a otro nivel en ese apogeo de su carrera deportiva que, aunque parezca increíble después de nueve temporadas en el World Tour y 104 victorias, empieza ahora.

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