Una plaza en el Barrio Español
Os ofrecemos en esta doble página un extracto de uno de los capítulos de Gustaaf Deloor, de la Vuelta a la luna, el texto de Juanfran de la Cruz, ganador del II Certamen de literatura ciclista Un libro en ruta que acaba de publicarse. Se trata de un volum
Este 20 de agosto (2010) es un día inmejorable para recordar. Hoy es un gran día para De Klinge. Y sobre todo para su Spaans Kwartier, sí, pues así se llama el enclave en cuestión. El Barrio Español. Una nomenclatura que no puede ocultar viejos vínculos históricos. Tiempos de tercios y refriegas. ¡Hasta un morrión aparece en el escudo del equipo de fútbol del lugar! Hoy aquí nace una plaza que quiere no volver a olvidar a dos de sus vecinos más ilustres: los hermanos Deloor. En flamenco se escribe De Loor. En neerlandés, de Loor. Pero la grafía francesa es la que ha triunfado para la historia que nos ocupa.
COMPLEMENTARIOS
Dos klingenaars de postín. Alfons, el mayor, nació el 3 de julio de 1910. Gustaaf vino al mundo el 24 de junio de 1913. Ambos fueron ciclistas profesionales y a los dos les frenó la Segunda Guerra Mundial. A Alfons quizá le iban mejor las carreras de un día, esas para las que basta mentar la etiqueta ‘clásica’; un éxito en la Lieja-BastoñaLieja habla por sí solo. A Gustaaf, sin duda, las vueltas por etapas. Él fue el hombre que estrenó la Vuelta Ciclista a España. Lo hizo por partida doble. Y consecutiva. Con él, de alguna forma, empezó todo. Imperial. Dominador. Sus mejores días. Hasta él medió en las carreteras para lograr que su hermano Alfons le acompañase en el podio final de esa lejana y pintoresca Ronde van Spanje. La de 1936. Dos hermanos en un mismo podio, algo no tan raro en un deporte, el de las bicicletas, pródigo en fraternidades y dinastías. Dos hermanos unidos, dos amigos para toda la vida. Y una plaza para recordarlos, la de los hermanos Deloor. La Gebroeders De Loor-plein. Los familiares están encantados. Han venido sobrinos, primos y por aquí andan muchos otros parientes. Roza Buys, la esposa de Gustaaf, y Jeanette, su única hija, reciben muchísimas muestras de cariño en el marco de una jornada con un gran poso sentimental para ellas. Gustaaf ya no está en este mundo. Falleció en Mechelen -Malinas, en castellano- el 28 de enero de 2002. Su querido hermano Alfons lo había hecho unos años antes, el 23 marzo de 1995, en la misma ciudad. El corazón. Con sus decesos, un pedacito muy importante de la historia de la Vuelta a España se perdía para siempre. De su memoria. Es más, no sólo de la ronda española. Del ciclismo en sí. El “cuando un anciano fallece, arde una biblioteca” que acuñó el escritor maliense Amadou Hampâté Bâ cobra mucho sentido también con ellos. De sus mundiales, de sus monumentos, de pruebas insustituibles y fundamentales como puedan ser el Tour de Francia o la Volta a Catalunya; de la Vuelta a Suiza o del Giro de Italia. Y de muchas otras. Modestas. O con su generosa porción de lustre. Testigos directos de otros tiempos. De otro ciclismo. Memorias labradas en primera persona. Gustaaf era natural de De Klinge, aunque no era este el caso de Alfons, quien sí se crió y creció allí pero vio la luz en Boisd’Haine, mucho más al sur. Y de hecho, fuera de Flandes. Alfons, por cuestión de nacimiento, podría decirse que era valón aunque la lengua materna, la de casa, era el flamenco. Su alumbramiento había tenido lugar en este enclave de la provincia de Hainaut, a medio camino entre las más populosas Mons y Charleroi, una zona donde la actividad
minera era incesante y en la que muchos veían una opción para ganarse el pan. Edward, el tercero de los cinco hermanos Deloor, fue quien introdujo tanto a Alfons como a Gustaaf en el mundo de las competiciones ciclistas. Acudían juntos a muchas pruebas, aunque para competir en distintas categorías. Las consecuencias de sus tres años de diferencia. “Él era júnior y yo, novato. Cuando Alfons era independiente, yo corría en júnior. Él ya era un ciclista profesional y yo todavía era un independiente. Hasta 1934 no fuimos los dos profesionales”, recordaba Gustaaf, en la élite desde septiembre de ese año. Todo un ganador de la Vuelta a Flandes para aficionados. Días de entusiasmos, de pasión. Tiempos de viajes en bicicleta a las carreras, de regresar a casa en plena noche con una luz en el pecho, de pastelillos de arroz como avituallamiento. Ay, esas delicias elaboradas por el obrador local de Goossens que ellos contribuyeron a popularizar entre los corredores y que les llegaron a acompañar, porque se conservaban perfectamente durante mucho tiempo, hasta en tierras ibéricas. Todo por y para la bici... El tren o el coche eran lujos. Y entre los rivales, caras conocidas de la comarca. Como la de Aloys Meerschaert, de Sint-GillisWaas. La de Fons De Maayer, residente en Waasmunster. O la de ese Verbiest natural de Tielrode. Sin olvidar la de los hermanos Pol y Fons De Schepper, también naturales de De Klinge.
CINE, PINTURA Y LECHE DE VACA
Una vida casi monacal en temporada, con horarios rígidos de dianas a las 6 y recogidas a las 9, y mucho más amable fuera de ella. Nada de bicicleta durante el invierno, confesaba el propio Gustaaf, época del año en la que sí hay en su día a día mucho disfrute de la caza y la pesca. “En mi vida apacible y tranquila de pueblerino, cazador y pescador tengo, no obstante, algunas otras distracciones extraordinarias. Por ejemplo, una vez por semana viene mi hermano con su mujer y con su coche y nos lleva a la ciudad próxima, San Nicolás (SintNiklaas en flamenco), a presenciar una sesión de cine. El espectáculo me divierte extraordinariamente; pero no esperen ustedes que alardee de entendido y haga aquí una declaración de preferencias sobre tal o cual ‘estrella’, pues ni siquiera he retenido sus nombres en la memoria”, señalaba el propio Gustaaf, supuestamente de su puño y letra, en un artículo donde también confesaba su afición por la pintura y su gran consumo de leche de vaca.