Sí, abracadabra

El maillot arcoíris triunfó en el icónico velódromo por primera vez desde 1981 gracias a una genial ofensiva de Peter Sagan que culminó una escapada de 55 kilómetros. Silvan Dillier, fugado todo el día, heroico segundo, con Terpstra tercero.

Hablamos de una carrera única, la reina del pavés por vieja y por excesiva. El desafío es tan duro que, entre la lucha por la posición y la falta de misericordia de unos adoquines enormes y antiguos, el desgaste del integrante de la escapada frente al aire y el del habitante del pelotón frente a la tensión se equiparan. Sólo así se explica que Silvan Dillier, fugado prácticamente desde salida, fuera capaz de aguantar en la rueda de Peter Sagan cuando el campeón del mundo le alcanzó a una hora del sagrado velódromo de Roubaix. Allí la experiencia del suizo en los peraltes no sirvió de nada ante la potencia del eslovaco, que impuso el maillot arcoíris en tan ilustre escenario por primera vez desde que Bernard Hinault lo lograra en 1981, uniéndose a Van Looy -dos veces-, Merckx y Moser en este selecto club. Una hora larga más tarde que los triunfadores llegó el lituano Evaldas Siskevicius, jornalero lituano de Delko Marsella, uno que ha trabajado como pocos para asentarse en el profesionalismo. Pedaleó descolgado y solo, primero escoltado por el coche escoba y después sin él, tráfico abierto, para terminar por segunda vez la Roubaix. Incluso pinchó y tuvo que rescatar una rueda del coche de su equipo, que circulaba averiado encima de una grúa, para reparar su bici KTM entre los aplausos del público. Cuando llegó al velódromo se encontró las puertas cerradas: un operario empatizó con él y las abrió para que cruzara la meta, hito que merecía tanto como Sagan y Dillier. Por el ejemplo de Siskevicius, porque una carrera como Roubaix tiene tantas historias únicas como participantes, hemos apostado por contaros esta edición mediante unas cuantas postales y tres protagonistas.