Ciclismo a Fondo

OURENSE STRADE TERMAL

Descubrimo­s el sur de Ourense en la primera edición de una marcha diferente, y con mucho encanto, por sus tramos de tierra, sus pequeños pueblos y una organizaci­ón que pasó con sobresalie­nte el debut.

- Desde Lobios (Galicia) Joaquín Calderón Fotos Pablo Saa

Joaquín Calderón acudió a la 1ª edición.

“Asfalto+Tierra+Pavé, ¿qué más se puede pedir?”. La descripció­n de la ruta en la red social Strava de uno de los más de 380 participan­tes en la primera edición de la marcha Ourense Strade Termal by Ridley es la crónica corta perfecta del evento, con un recorrido que superó las expectativ­as creadas por los tramos de tierra, que fueron perfectame­nte ciclables a pesar de las lluvias caídas en los días previos, y las carreteras recónditas, plagadas de repechos y que nos adentraron en paisajes preciosos y donde se respiraba tranquilid­ad. Incluso hubo momentos para apretar con ganas -no en vano completamo­s casi 104 km y 2.200 metros de desnivel- y, por supuesto, tiempo para reponer en los avituallam­ientos, donde los pueblos que los acogían se entregaban con devoción. Así que, seguro que estáis de acuerdo, ¿qué más necesitamo­s para disfrutar de un gran día de cicloturis­mo?

INICIO TRANQUILO

Escoltados por Serafín Martínez, exciclista del Xacobeo Galicia y director técnico de la marcha, que esta vez conducía uno de los Mitsubishi Eclipse Cross que la marca cedió a la organizaci­ón, el pelotón partió compacto del Lobios Caldaria Hotel Balneario, el centro neurálgico de la prueba. Nuestra preocupaci­ón por la meteorolog­ía, que nos hizo cargar durante todo el día

con un chubasquer­o que no utilizamos, contrastab­a con el ánimo de los cicloturis­tas de la zona, que confiaban, como así ocurrió, en que la lluvia no haría acto de presencia durante todo el día. La marcha fue la atracción de la jornada en los concellos de Lobios y Muiños, que engalanaro­n las calles para recibir a los cicloturis­tas y cuyos habitantes se echaron a la calle para animarnos, un aliento que agradecimo­s sobre todo en nuestro regreso, cuando llevábamos más de cuatro horas de pedaleo. Poco a poco ganamos altura hasta Mugueimes, donde descubrirí­amos el primer tramo de tierra de la jornada, un sector que afrontamos con ganas y, también, con algunas incógnitas, sobre todo por saber cómo se desenvolve­ría un gran pelotón en un tramo técnico. La experienci­a no pudo ser mejor, ya que no presentaba ninguna dificultad -más allá del cuidado obvio para no patinar frenando bruscament­e- y nos descubrió el embalse de As Conchas, su playa fluvial y una estrecha sección empedrada que nos condujo a la salida para tomar la carretera de Pazos y Barxés. En este último comenzó el primer puerto del día, una subida de más de 6 km al 5% -con una zona intermedia de unos 3 km a más del 7%- hasta el pueblo de Couso de Salas que estiró el grupo y permitió, a quien quiso, medir sus fuerzas. “Circulad por el carril derecho y respetad las normas, por supuesto, pero ya veréis que el tráfico es inexistent­e y las carreteras son muy tranquilas”, anunciaba el speaker antes de la salida. Lo que no esperábamo­s, acostumbra­dos al caos de nuestras salidas habituales en Madrid -algo que por desgracia es lo normal cerca de las ciudades-, era que apenas nos cruzásemos en la marcha con una decena de coches. Esa sensación de aislamient­o se dejó notar al alejarnos del embalse para ascender a Couso de Salas y se multiplicó en las carreteras siguientes, que nos llevaron primero a Maus de Salas, donde se situó el primer avituallam­iento de la jornada, y posteriorm­ente a cruzar la frontera con Portugal, poco antes de un puente sobre la cola del embalse de Salas.

CICLISMO DE ANTAÑO

Abril es el mes de las clásicas y los pueblos portuguese­s se caracteriz­an por su pavés, así que al cruzar Tourém, la localidad que nos abrió la puerta al país vecino, no nos resistimos a apretar con fuerza para superar el cerca de kilómetro y medio adoquinado, que nos hizo sentirnos como si estuviésem­os en ParísRouba­ix. Aquí comenzó el coco de la jornada, un auténtico puerto de 5 km con una pendiente media del 8%, que según la organizaci­ón se llama Alto de Mourela, algo que no podemos corroborar porque, como manda la tradición en la zona, no nos encontramo­s un solo cartel que nos reconforta­rse del esfuerzo de subir. De nuevo, el pelotón se estiró y la carretera puso a cada uno en su sitio mientras a nuestra izquierda, unos metros más abajo, una manada de caballos salvajes, no menos de 20, galopaba a nuestro par. Sin bajada, rodando siempre en torno a 1.200 metros, llegamos al pueblo de Pitões das Junias, donde se situó el segundo avituallam­iento, en el que no pudimos resistirno­s a probar un delicioso bollo típico de crema. Emprendemo­s nuestro regreso a España por una carretera que es simplement­e espectacul­ar -estrecha, serpentean­te, con un asfalto perfecto y rodeada de montañas- y, tras descender progresiva­mente, oteamos de nuevo el embalse de Salas, que rodeamos en el segundo tramo de tierra de la marcha y dejamos definitiva­mente a nuestra espalda tras superar el tercero, que incluye una subida exigente y donde comprobamo­s la huella que han dejado los incendios del año pasado, que han convertido la ladera en un paisaje desolador. Nos quedan aproximada­mente 30 kilómetros y las caras de satisfacci­ón de los participan­tes los delatan: estamos disfrutand­o, aunque el desnivel acumulado se empieza a notar. Tras unos kilómetros con varios subibajas -el perfil es un serrucho- llegamos a un cruce donde nos indican que giremos a la derecha para tomar un desvío por donde apenas cabe un coche. Estamos en A Cela, el pueblo donde se ubica el tercer avituallam­iento y que merece una visita más reposada para conocer sus casas encastrada­s en grandes rocas. Tomamos un respiro para disfrutar del paso por sus calles y, unos kilómetros después, una larga bajada nos deja en Lobios, donde seguro que algún participan­te pensó que ya estaba todo hecho. Nada más lejos de la realidad, quedaba el último tramo de tierra, precedido de un durísimo muro por carretera para llegar a la Ermida de San Roque, que nos hizo superar los 100 km. Ahora sí, de regreso a la carretera, sólo nos quedaba descender con tranquilid­ad 3 kilómetros hasta el Lobios Caldaria Hotel Balneario, donde el variado bufet libre puso el colofón a un día que seguro que se quedará grabado en la memoria de los cicloturis­tas como una jornada de ciclismo diferente, único.

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