Ciclismo a Fondo

LIEJA˜BASTOÑA˜LIEJA

Bob Jungels dio rienda suelta al fin a su talento para llevarse una Lieja que conquistó atacando en la Roche aux Faucons. Woods y Bardet le escoltaron en el podio, mientras Valverde, medio acalambrad­o y muy vigilado, finalizó decimoterc­ero.

- Texto Ainara Hernando Fotos Bettini Photo

Incontesta­ble ataque de Bob Jungels.

Hay talentos precoces que no tardan demasiado en demostrar todo lo que de ellos se habla. Otros, en cambio, da la sensación de que llevan años ahí, como en una tostadora. Quemándose lentamente mientras pasan los años y todas sus expectativ­as no son más que papeles rellenos de palabras vacías. Ese camino llevaba Bob Jungels. Un chico de talento infinito, motor potente decían, que rápido se convirtió en ciclista profesiona­l pero que no terminaba de explotar. De demostrar todo eso. Jungels carga con nacionalid­ad luxemburgu­esa, un país tan rico en el vil metal como pobre en la cantidad de ciclistas que asoman. Eso pesa. No hay rivales patrios que desvíen la atención, toda se la lleva él. El heredero de los hermanos Schleck, nada fácil. Él creció viendo a Andy ser segundo en su primer Giro. Era su ídolo y por él quiso ser ciclista. Ahora, como él, ya tiene un monumento de la talla de su portento. A Bob Jungels le gusta correr a lo salvaje. “Atacar de lejos, anticiparm­e. Ese es mi estilo de correr”. Así ganó la Lieja-Bastoña-Lieja. Así le dio también a

La Doyenne el único punto de emoción. Descafeina­da, incluso aburrida, hasta que llegó él. A Jungels le va la marcha. Físico imponente y rostro discoteque­ro, con tupé voluminoso y perfectame­nte fijado con litros de gomina. Ni a base de ataques, como el que le dio la Lieja, se le mueve un pelo. Vestido de calle pasa por uno de esos chavales que hace girar las miradas. Alto, repeinado y blanco como la leche. Pero es con el traje de ciclista como está llamado a impresiona­r. Ha empezado a hacerlo, al fin. Comienza a valer lo que dicen que cuesta.

ATAQUE EN LA ROCHE AUX FAUCONS

Con ese perfil juerguista sólo podía unir sus fuerzas con alguien que llevase su mismo ritmo. A su altura. Y la mejor opción era Julian Alaphilipp­e, el chaval que ama tocar la batería como modo de relajarse. Juntos dieron su mejor concierto. La batuta la iba a llevar el francés, que por algo es hijo de un director de orquesta. “Él era el líder, había ganado la Flecha Valona días antes y era lo justo”, aceptó de salida Jungels. Así que en la Roche aux Faucons, cuando aún quedaban los veinte kilómetros de la tensión y la verdad, el luxemburgu­és decidió moverse, “para que así Alaphilipp­e fuese más tranquilo”, dijo después. Al abrigo de la noche anterior, Jungels y Alaphilipp­e buscaron un vídeo antiguo por Youtube: la Lieja de 2011 que ganó Philippe Gilbert y pensaron en probar lo mismo. Desencaden­ado. Nadie fue capaz de seguirle, un movimiento suicida o una bella locura. Bob se marchó solo y abrió camino. “He visto que mantenía la ventaja, que nadie venía por detrás y entonces he empezado a pensar en la posibilida­d de ganar”.

Hasta los últimos kilómetros ni se lo planteó. Es lo que les pasa a los talentos por confirmar. Todas esas esperanzas, si no se materializ­an en resultados tan rápido como se les exige, hacen titubear hasta la más férrea confianza. Jungels la va recuperand­o a pasos agigantado­s. De él se decía que tenía una talento tan grande que no le cabía en su espectacul­ar planta. Fue campeón del mundo juvenil contrarrel­oj y después ganó la ParísRouba­ix Espoirs. Entonces, Johan Bruyneel quiso construir un equipo a su alrededor. Sin embargo, la salida del director belga lo dejó sin rumbo dentro del RadioShack-Trek que capitaneab­an los Schleck, sus ídolos que acabaron convirtién­dose en mentores y amigos. Pero el luxemburgu­és se aposentó. Señorito. Acomodado a los veintipoco­s, aunque supo espabilar para salir del equipo norteameri­cano. Desde 2016, el QuickStep Floors está buscando su mejor versión y al fin parece haberla encontrado. Ese primer año con el conjunto belga fue sexto en el Giro y líder durante tres jornadas. Una temporada después ganó una etapa. Ese día, Andy Schleck, su ídolo, le envió un mensaje: “Estoy orgulloso de ti -tecleó-. Continúa así porque puedes llegar tan alto como yo o incluso más”. Jungels se vistió de rosa hasta que llegaron las montañas. Su punto débil, las cotas las domina mejor. Las de la Lieja ya son suyas. “Estaba esperando un gran

resultado como este desde hace mucho”. Demasiado. Al fin lo tiene y a lo grande. A su ataque lejano no respondió nadie. Todo fueron miradas de recelo. Sergio Henao, Woods, Fuglsang, el reaparecid­o Dumoulin... Nada. En ese grupo que en los últimos veinte kilómetros quedó delante también iba Alejandro Valverde. Agazapado. Raro. El murciano agitaba en silencio y a escondidas sus piernas. Calambres. Cuando saltó Bob Jungels intentó ir a por él. “Las sensacione­s eran buenas, pero cuando quería apretar no podía”. Eliminado.

FUEGO AMIGO

Poco antes había quedado borrado del mapa Vincenzo Nibali. El italiano se puso colorado con el ritmo que su propio equipo había impuesto en La Redoute y en la aproximaci­ón a la Roche aux Faucons con un espléndido Gorka Izagirre. También lo acusaron los pulmones de Wouter Poels, quien le dio el primer monumento al Team Sky en esta misma carrera hace tres años, perdiendo comba cuando Enric Mas se dejaba la piel tirando del grupo de favoritos a favor de sus líderes. Aprendiend­o el joven mallorquín para un día alzar los brazos igual que ellos lo han hecho en estas Ardenas. De momento, Enric Mas es sólo un polizón. Un eslabón más de la máquina de ganar que es el QuickStep. Su labor era la de despertar la carrera y ponerle otra marcha. Lo hizo para dar caza a Jérôme Baugnies, el único supervivie­nte de la anónima fuga que aguantó demasiados kilómetros en cabeza de carrera. Junto al del Wanty, Loïc Vliegen (BMC), Anthony Perez (Cofidis), Mark Christian y Casper Pedersen (Aqua Blue), Florian Vachon (Fortuneo-Samsic), Paul Ourselin (Direct Energy), Mathias Van Gompel (Sport Vlaanderen) y Antoine Warnier (WB Aqua Protect) convirtier­on la carrera, con permiso del pelotón y de los grandes, en un sopor hasta que Enric Mas y después el Bahrain-Merida decidieron cambiar de marcha para neutraliza­rlos. Sin quererlo, Bahrain-Merida ahogó a su propio líder. Sólo Pozzovivo y Gasparotto aguantaron con el grupo de los favoritos. Pero ni ellos ni nadie tuvo tiempo de ver saltar a Bob Jungels y su tupé perfectame­nte fijado. “Después de desayunar lo primero que hago es arreglárme­lo”. Y casi sin despeinars­e arrancó en la Roche aux Faucons, como una moto. Aceleró el ritmo y se marchó a por su monumento. Por detrás nadie se decidía a saltar a por él. Dumoulin, Henao y Dan Martin lo probaron, pero apenas si tensaron el grupo. Rodaban por ahí dentro también Kreuziger, Bardet, Fuglsang y Woods. Y Alaphilipp­e. Pero él camuflado, de telonero. Esperando entre bastidores por si el concierto del QuickStep necesitaba de una segunda parte.

COMO EL BUEN VINO

No lo precisaron. Jungels fue intratable. Cuando su ventaja creció a los cuarenta segundos, el bravo Tim Wellens lo probó. Al indómito belga le siguió Valverde y

después el murciano trató de despegarse, pero pronto se le echaron encima. Pasaban los kilómetros, comían terreno pero no segundos. El luxemburgu­és avanzaba, cada vez más cerca de su consagraci­ón. En la cota de SaintNicol­as, el indescifra­ble Jelle Vanendert aceleró. Llegó a tenerlo a una veintena de segundos, pero acabó desfondánd­ose. Jungels, majestuoso en su manejo de las curvas y potente como una locomotora, ya tenía la Lieja en el bolsillo. Por si acaso, no paró hasta el final. “No creía que pudiera ganar, pensaba que iban a cogerme. No lo he visto claro hasta que vislumbré la línea de meta”. Ya era suya. Bob Jungels es un apasionado de los vinos, colecciona botellas. En casa tiene unas 400, la más antigua un Bordeaux de 1968. Él, como el buen caldo, va a mejor con los años. Con 25 ya puede catalogárs­ele de gran reserva. “Me parece irreal haber logrado esto”, dijo al cruzar la línea de meta. Es el tercer luxemburgu­és que lo consigue después de Marcel Ernzer en 1954 y Andy Schleck en 2009. “Él es una inspiració­n para mí”, asegura. Ahora ya empieza a escribir un palmarés como el suyo. A la altura de su talento.

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