El hombre en la EDAD MEDIA
PESE A QUE LA EDAD MEDIA ES CONOCIDO COMO UNO DE LOS PERÍODOS MÁS OSCUROS DE LA HISTORIA, LO CIERTO ES QUE ENCIERRA LAS CLAVES PARA CONOCER CÓMO SE HA TRANSFORMADO EL HOMBRE A LO LARGO DE LOS SIGLOS POSTERIORES. HE AQUÍ UNA RADIOGRAFÍA DE CÓMO ERA LA VIDA EN EL MEDIEVO.
UNO DE LOS GRANDES PROBLEMAS QUE TIENEN LOS ESTUDIOSOS de nuestro pasado radica en el hecho de encontrar un modelo humano característico para cada uno de los períodos en los que se divide la Historia. En lo que se refiere a la Edad Media la existencia de este modelo solo puede considerarse si antes conseguimos distinguir dentro de la enorme heterogeneidad social, unas pautas comunes que se adapten al rey y al mendigo, al rico y al pobre o al hombre y a la mujer. Ante esta cuestión se debe de tener en cuenta que en el contexto medieval cristiano se tiene la convicción de la pertenencia a un modelo de existencia definido por la religión. También es importante comprender el espacio en el que se enmarca su día a día, en un momento en el que ya se han dejado atrás las formas socioeconómicas típicas de la Antigüedad Tardía.
ORGANIZACIÓN TERRITORIAL
Durante la Edad Media la organización territorial de la sociedad se estructura en torno a cuatro células fundamentales: el castillo, la señoría, el pueblo y la parroquia. El número de castillos prolifera en estos siglos, especialmente en aquellos territorios sometidos a una fuerte presión militar, motivo por el cual se produce una auténtica evolución de las técnicas defensivas a partir de la construcción de altos muros de piedra, que sustituirán a las antiguas empalizadas de madera, y otras estancias con funciones claramente castrenses.
Muy relacionado con el área de influencia del castillo estaba la señoría, o lo que es lo mismo, el conjunto de tierras y campesinos que dependen de la autoridad del señor. La señoría comprendía los derechos territoriales y jurisdiccionales que el noble ejerce por
su capacidad de mando sobre sus vasallos y feudatarios, entendiendo el sistema señorial como un tipo de organización en el que el señor se sitúa al frente de un feudo concedido por un superior en su condición de vasallo.
Dentro de los feudos y señorías encontramos, por otra parte, agrupaciones de campesinos y súbditos que forman los pueblos medievales. Estos sustituyen el antiguo hábitat disperso típico de la Antigüedad, hasta convertirse en uno de los elementos más significativos del paisaje medieval, tanto que en esencia han logrado subsistir hasta nuestros días como símbolo y recuerdo lejano de un pasado remoto pero más cercano a nosotros de lo que podemos imaginar. Esta nueva forma de hábitat se explica por la unión de casas de campo en un núcleo concentrado, para cooperar en la defensa mutua de un mundo que ha perdido parte de la seguridad que le ofreció el estado romano antes de quedar fragmentado a partir del siglo IV, pero también por la atracción de dos elementos esenciales para la vida del campesino: la iglesia parroquial y el cementerio.
LA IGLESIA COMO EJE CENTRAL
Tal y como podemos observar cuando visitamos alguno de estos pueblos que aún desprenden un intenso aroma medieval, la iglesia era el edificio más importante de
MUY RELACIONADO con el área de influencia del castillo estaba la señoría o lo que es lo mismo, el conjunto de tierras y campesinos que dependen de la autoridad del señor.
la localidad, hasta el punto que las formas de vida de sus habitantes estaban marcadas por todo lo que sucedía alrededor de este espacio sagrado. El repicar de sus campanadas marcaba el ritmo de la vida de los feligreses, advertía de un peligro, anunciaba las horas de rezo y convocaba asambleas vecinales. Es el edificio en donde se desarrollan las ceremonias que marcan la vida de los hombres y mujeres de la Edad Media: bautizo, matrimonio y funeral, mientras que por otra parte se encarga de organizar las festividades más destacables del calendario cristiano como la Navidad, Semana Santa y los domingos, por ser día de oración. La iglesia obtenía diversas rentas feudales, ya que cobraba el diezmo y recibía muchas donaciones, aunque también desarrollaba una destacable labor social, de asistencia a los pobres, cuidado a los enfermos y la organización de la enseñanza en las escuelas de los monasterios y obispados más importantes.
Obviamente, estas funciones fueron asumidas de forma progresiva por lo que la institución parroquial no conseguirá estabilizarse hasta el siglo XIII, cuando ya actúa como una entidad que engloba a un conjunto de fieles puestos bajo la autoridad espiritual de un sacerdote al que se le llama cura. En la parroquia, el creyente tiene el derecho de recibir los sacramentos y a convertirse en una parte activa de la comunidad cristiana, por lo que a lo largo de su vida, el aldeano establece un estrecho vínculo con el cura de la iglesia y sus coparroquianos.
LUCHA INTERNA
En cuanto a la naturaleza del ser humano, en la Edad Media se consideraba al hombre como una criatura modelada por Dios. Su esencia, su historia e incluso su destino solo pueden entenderse a través de los textos sagrados, especialmente el libro del Génesis, primero del Anti- guo Testamento, en el que se narra la creación del hombre al que Dios le confiere dominio sobre la naturaleza, pero esta posición privilegiada se vio seriamente comprometida cuando Adán, instigado por Eva (seducida por la serpiente), cometió pecado y desobedeció la voluntad de Dios. Desde este momento, en el interior de todos nosotros dos seres van a enfrentarse y a rivalizar entre sí, el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, y el que es expulsado del Paraíso tras cometer el pecado original.
Durante la Edad Media, la cristiandad tendrá en cuenta la doble naturaleza del ser humano, no tan solo la parte negativa como suelen hacernos creer los grandes detractores de este período histórico, sino también la parte positiva. En algunos momentos se insiste más en esta última, especialmente a partir del siglo XI, mientras que en otros, sobre todo durante la Alta Edad Media, predomina la más negativa, la del pecador dispuesto a sucumbir ante la tentación y a renegar de Dios.
Durante la Alta Edad Media, en la que como hemos dicho, el ser humano se interpreta como víctima de su propia naturaleza pecadora, uno de los modelos bíblicos a seguir será Job, por ser un hombre que acepta la voluntad de Dios y no busca otra justificación además del arbitrio divino. Job es un ser íntegro y temeroso de Dios y que a pesar de sus infortunios renuncia a cualquier orgullo y reivindicación. Es por este motivo por el que la iconografía altomedieval presenta a Job humillándose ante la divinidad, roído en sus entrañas o como un leproso, pero siempre manteniendo su lealtad hacia el Creador. Frente a esta concepción ideal del hombre, desde el siglo XIII predomina una forma de representación diferente, más acorde a los rasgos realistas de las clases privilegiadas y poderosas. En el arte de esta Baja Edad Media, el ser humano aparece bajo la forma de papas, reyes, grandes señores y poderosos burgueses, siempre seguros de sí mismos, mientras que el sufridor es el mismo Dios, Jesús, que se ha sacrificado para salvar a la Humanidad.
Los hombres y las mujeres medievales también están implicados en una lucha que a menudo no logran entender, esa que Satanás, el espíritu maligno, lleva a cabo contra Dios, pero esta lucha no les lleva a interpretar la realidad de una forma maniquea, ya que en la Edad Media se tiene la certeza de que existe un solo Dios, superior en fuerza a los ángeles caídos, por lo que el creyente tan solo se debe preocupar por resistir al pecado y aceptar la gracia a partir de su libre albedrío. Es en esta batalla entre el poder de los ángeles contra el de los demonios en la que se va a decidir el destino del alma de los humanos, tal y como representa la imagen de San Miguel pesando con la balanza el alma de hombres y mujeres, mientras Satanás espera impaciente a que el platillo se incline sobre el lado desfavorable, al tiempo que san Pedro está dispuesto a actuar sobre el lado positivo. Ahora solo nos queda preguntarnos: ¿hemos cambiado tanto desde entonces?
DESDE LA EDAD MEDIA, en el interior del hombre se enfrentaban dos seres que rivalizaban entre sí: el ser humano creado a imagen de Dios, y el que fue expulsado del Paraíso tras cometer el pecado original.