RELIQUIAS SORPRENDENTES
NAPOLEÓN SOLO TENÍA UN TESTÍCULO, AL IGUAL QUE HITLER. Además, las malas lenguas afirmaban que tenía un pene extremadamente pequeño (de tan solo cuatro centímetros) y alguna crónica relata que alguna de sus amantes se burló de su poca efectividad. Pero lo que no muchos conocen es que su pene se acabó convirtiendo en una especie de reliquia de la Francia imperial napoleónica.
Al parecer, el médico que le practicó la autopsia en 1821, Francesco Autommarchi, se lo cortó y lo entregó a un sacerdote de Córcega, un tal Ange Paul Vignali, el mismo que le dio la extremaunción al emperador. La familia de este se lo fue pasando, de generación en generación, convencidos de que tenía un gran valor simbólico, hasta que en 1916 unos distinguidos anticuarios londinenses, los hermanos Maggs, se hicieron con él, junto con otras piezas relacionadas con Napoleón de la llamada Colección Vignali.
La perturbadora reliquia fue adquirida en 1924 por el estadounidense Abraham S. W. Rosenbach (por solo 2.000 dólares), un vendedor de libros raros, y se exhibió en 1927 en el Museo de Arte Francés de Manhattan (Nueva York, EE.UU.). La revista Time se hizo eco del asunto y, aparte de mofarse de su tamaño, lo describía como “una tira maltratada de cordones de zapatos de ante”.
En 1947, la reliquia fue adquirida por el coleccionista Donald Hyde y, tras su muerte, en 1969, la famosa casa de subastas londinense Christie’s intentó, sin éxito, venderla. Pero en 1977 un urólogo de Nueva Jersey llamado John K. Lattimer, expresidente del Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia y admirador de Napoleón, lo compró por la modesta cifra de 3.800 dólares con la intención de ponerlo a buen recaudo. Treinta años después lo heredó su hija, Evan Lattimer, que, según algunas fuentes, ha recibido generosas ofertas, aunque por el momento, que sepamos, no se ha deshecho de él. Ni siquiera ha permitido que se la hagan fotografías.
No hay nada que permita aceptar que estamos ante al auténtico pene de Napoleón. Su supuesta autenticidad se basa en las memorias, algo dudosas, del mameluco Louis-Étienne “Alí” Saint-Dennis, un ayudante de cámara del corso que contó por primera vez la historia en 1852 en la publicación Revue des deux mondes.