La justicia en el Antiguo Egipto
En el 715 a.C. se escribe el primer código legal egipcio del que tenemos conocimiento. Fue obra del faraón Bocchoris. Hasta ese momento, el imperio se regía por un conjunto de prácticas elaboradas por el pueblo, que se transmitían de modo oral y que acabaron obteniendo rango de ley.
Ejemplo de ello son los textos de contenido jurídico encontrados en Deir el-Medina, lugar de residencia de los obreros encargados de la construcción de las tumbas de los faraones del Imperio Nuevo (15521069 a.C.). A través de ellos podemos entender el sistema de justicia que gobernaba a la civilización del Antiguo Egipto. Las demandas eran resueltas mediante dos órganos judiciales: el oráculo del faraón Amenhotep I y el kenbet.
EL ORÁCULO
El oráculo era la estatua que representaba al faraón Amenhotep I y al que los ciudadanos se acercaban para hacer consultas de todo tipo. Siguiendo el procedimiento, la imagen de la divinidad se trasladaba sobre una silla que cargaban entre ocho sacerdotes wab. Los litigantes hacían sus preguntas, que debían ser respondidas con un sí o un no. Si la figura se desplazaba hacia delante, la respuesta era afirmativa, y si lo hacía hacia atrás era negativa.
Por su parte, el kenbet consistía en una especie de jurado popular formado por personas respetables. Se ocupaba de temas civiles como impagos, disputas, robos menores o calumnias, entre otros.
JURAMENTO Y CASTIGOS
En los juicios el litigante hacía un juramento frente a los testigos. Mentir en un juramento, es decir, poner al faraón o al dios Amón por testigo de una falsedad era una grave injuria, castigada con la pena de muerte. Tras ello, se exponían las quejas y el kenbet emitía su veredicto.
Si el caso era considerado "criminal", como por ejemplo un robo de un bien del Estado, el jurado popular pasaba a estar formado por miembros de mayor categoría social. Las penas iban desde multas hasta castigos corporales.
Si se trataba de un delito mayor, el kenbet debía pasar el caso al "visir", el primer ministro del faraón. Los casos que llegaban a esta instancia podían ser castigados con penas de prisión, trabajos forzados, mutilaciones y hasta pena de muerte, pese a que se aconsejaba moderación a la hora de aplicarla.
MENTIR EN UN JURAMENTO, es decir, poner al faraón o al dios Amón por testigo de una falsedad era una grave injuria, castigada con la pena de muerte.