Prueba
Citroën C3 BlueHDi
Uno de los coches más personales y atractivos de la actualidad.
El Citroën C3 de tercera generación es algo más que un utilitario sorprendente. A su buena adaptación a la ciudad gracias a sus dimensiones, la suavidad de mandos y suspensiones y la buena visibilidad, suma, especialmente con los motores más potentes, la capacidad para afrontar un viaje sin sentir el acoso del tráfico, dada su reserva de potencia.
Su aspecto es juvenil, des enfadado, especialmente en las versiones más sofisticadas que pueden montarlos protector es plásticos Airbump estrenados en su día por el C4 Cactus, a los que añade un excelente equipamiento y preferencia por la comodidad. Es lo que transmiten sus blandas suspensiones — capaces de contener el balanceo lateral de la carrocería— y que sólo en situaciones de exigencia extrema, como un bache que apareciera en una curva con la amortiguación comprimida por la inercia de la velocidad, pueden perder eficacia y mostrar alguna dificultad para mantener la trayectoria.
Muy agradable
Los 100 CV de este 1.6 BlueHDI son el escalón más alto en diésel del C3. El empuje es suficiente en aceleraciones puras y notable en recuperaciones, con una buena respuesta a medio régimen. Su punto
fuerte, lógico, es el consumo, muy bajo a pesar de llegar prácticamente a los 1.200 kg. Además, es una versión agradable, con una sonoridad no exagerada incluso al hundir el pedal derecho. E incluso en esos momentos el gasto se quedará en unos valores muy contenidos, manteniendo una fuerza notable.
Pese a ello, la tarifa de compra —antes de ver posibles descuentos a pie de concesionario— no es el punto fuerte de este original utilitario, ya que su precio supera a opciones tan sólidas como el Peugeot 208 dotado del mismo motor turbodiésel. La novedad también se paga y tal vez a medio plazo la factura del C3 se aquilate algo más y sume valor a sus mejores argumentos en el uso cotidiano.