Mazda CX-3
BUENA PARTE DE LAS VIRTUDES DEL KIA Stonic son compartidas con el CX-3, que podríamos considerar el paisaje en el que parecen haberse inspirado los técnicos coreanos al modelar el carácter de su pequeño SUV, si bien no alcanzan la percepción de calidad del Mazda en aspectos como el tacto de los revestimientos o el aislamiento de rodadura, entre otros, que definen el enfoque automovilístico de Mazda, una marca acostumbrada a seguir su instinto. Así, huye deliberadamente de las corrientes «downsizing» y apuesta por los motores atmosféricos de cuatro cilindros y generosa cilindrada para sus propuestas de gasolina, con lo que ello implica de finura y reducción de vibraciones frente a lo que se puede esperar de uno de tres cilindros. Curiosamente, a ritmos suaves en carretera presenta un consumo bastante contenido, con diferencias de poco más de medio litro cada 100 km respecto del diésel, aunque la diferencia entre ambos aumenta en los recorridos urbanos hasta prácticamente multiplicarse por tres.
Característico
Dado su carácter atmosférico, para obtener un buen dinamismo deberemos hacer un uso adecuado del cambio —algo apetecible dado el exquisito tacto y mínimos recorridos de su selector—, para aprovechar la zona de mayor rendimiento de éste. No hay turbo y quien sea un poco perezoso o menos hábil con el cambio tendrá la impresión de que el CX-3 no responde al acelerador como le gustaría, algo explicado por el menor par motor y el régimen de giro al que lo desarrolla. De ahí que en aceleraciones al límite sea mucho más rápido que el diésel —lógico por la diferencia de potencia—, mientras que este 1.5 gastará menos y lo tendrá más fácil para recuperar velocidad sin reducir marchas, como sucedería en un adelantamiento.
Las matemáticas, en cambio, no resultan tan favorables a las versiones de gasolina del CX-3. Primero por su amortización, que roza los 82.000 km con el precio de tarifa, si bien la diferencia bajaría hasta unos 60.000 km si aplicáramos el descuento oficial que anuncia la marca, y luego la diferencia en el coste fijo anual que supone el impuesto municipal —70 euros en el caso de Madrid—. Esto refuerza las opciones del turbodiésel, a pesar de su peor integración con la conducción deportiva que permite este Mazda por su agilidad, rapidez de respuesta del eje delantero a la dirección y espectacular tacto del cambio.