La pequeña Toledo aragonesa
Así catalogó Bécquer a Tarazona tras su visita a la ciudad. Declarada Conjunto Histórico Artístico, sus callejuelas albergan un interesante patrimonio. Su situación, próxima a la Sierra del Moncayo, también es privilegiada.
Enclavada en un cruce de caminos, entre Aragón, Navarra, Castilla y León y La Rioja, Tarazona se extiende a las faldas del Moncayo y esconde en su interior un completo patrimonio histórico-artístico de estilo principalmente mudéjar aragonés. Destaca la Catedral de Nuestra Señora de la Huerta, iniciada en el siglo XII, que alberga la conocida como Capilla Sixtina del renacimiento español, un conjunto de pinturas únicas que permanecieron ocultas durante siglos. El Palacio Episcopal, antigua zuda musulmana y residencia de los reyes de Aragón, y la iglesia de la Magdalena, con su esbelta torre de estilo románico-mudéjar, son también reseñables. Pero, sin duda, una de las construcciones más singulares de Tarazona es su plaza de toros poligonal, del siglo XVIII, actualmente en desuso y reutilizada como edificio para viviendas desde 1870.
Pasado judaico
Tarazona destaca, además, por su pasado judaico, con un intrincado barrio delimitado por la Puerta de la Plaza Nueva (Plaza de España), La Porticiella (Rúa Baja), la Puerta de la Zuda (Rúa Alta), la cuesta de los Arcedianos y la Plaza de Santa María. En el interior, las casas colgadas, un conjunto de viviendas construidas sobre la muralla que recuerdan a las famosas de Cuenca, y la Escuela de Traductores, vinculada a la Moshe de Portella, vecino de la villa y Administrador General de Aragón de Pedro III, el Grande.
Tarazona ha sido también cuna de personalidades como el escritor Baltasar Gracián, enterrado en la localidad, del actor Paco Martínez Soria —al que se rinde homenaje anualmente en el Festival de Cine de Comedia que lleva su nombre— y de la cupletista Raquel Meller.