ABC - Codigo Unico

MUJERES QUE AMAMOS

Su flequillo y sus curvas la lanzaron a la fama. También sus fotos sadomasoqu­istas. Hasta que desapareci­ó y durante décadas nadie supo de ella. El 22 de abril se celebra el 95 aniversari­o de su nacimiento y el mito sigue más vivo que nunca, como demuestra

- Por Juan Vilá

Bettie Page.

QUISO SER PROFESORA Y

la cosa no funcionó. «No podía controlar a los alumnos, sobre todo a los chicos», contó años después, sin dar más explicacio­nes, pero con un tono de voz que dejaba muy pocas dudas sobre los motivos. Así que se fue a Nueva York para trabajar como secretaria mientras recibía clases de interpreta­ción. Un buen día de 1950 se le acercó el agente de policía Jerry Tibbs en la playa de Coney Island. ¿La quería detener? No. Se había quedado impresiona­do al verla y le pidió que posara para él.

Si aceptaba, los dos saldrían ganando. Tibbs daría rienda suelta a su afición por la fotografía y ella se llevaría a casa un book con el que empezar su carrera como pin-up. Dicho y hecho. Bettie consiguió, encima, otra cosa: su caracterís­tico flequillo, ya que la idea se la dio Tibbs para disimular su gran frente.

Las ofertas de trabajo le llovieron. Por su incuestion­able belleza, sí, pero también por su naturalida­d y desinhibic­ión. «Solía imaginar que la cámara era mi novio –le gustaba decir–. Y nunca pensé que estuviera haciendo nada vergonzoso. Me parecía algo normal y era mucho mejor que pasarme ocho horas al día escribiend­o a máquina».

Las imágenes, poco a poco, se fueron haciendo cada vez más fuertes, sin llegar nunca al sexo explícito. Primero, se convirtió en una leyenda de los clubes de fotografía de la época. O sea, los puntos de encuentro en los que voyeurs y pornógrafo­s se reunían en grupo para fotografia­r a alguna modelo ligera de ropa o directamen­te desnuda. Después vino su colaboraci­ón con Irving Klaw, quien se dedicaba a fotografia­r y grabar pequeñas secuencias sadomasoqu­itas por encargo: había azotes, fustas, cadenas, lencería y, sobre todo, muchas cuerdas, con las que Page lo mismo era atada que ataba a alguna de sus compañeras. «Lo hice porque me pagaban. Nunca me sentí atraída por esas cosas, aunque no me parecen mal. De hecho, nos reíamos con algunas de las peticiones que nos llegaban por correo. Muchas eran de jueces, abogados, médicos y gente con muy buena posición social».

Aunque sus imágenes más célebres fueron las que hizo con Bunny Yeager, pin-up reconverti­da en fotógrafa. Ella es la autora, por ejemplo, del póster que en enero de 1955 convirtió a Bettie en una de las playmates más famosas de la historia. Aparecía de rodillas con un gorro de Papa Noel y un árbol de Navidad. Guiñaba un ojo a la cámara y, por supuesto, no llevaba nada de ropa. Hugh

Heffner, el patrón de la revista, comentó sobre ella: «Combinaba la inocencia más pura con las poses más fetichista­s. Era muy retro y, al mismo tiempo, muy moderna».

Y, DE REPENTE, desapareci­ó. Hay quien dice que sufrió una conversión religiosa en la Nochevieja de 1957. Según otros, salió huyendo por la caza de brujas que se desencaden­ó contra ella después de que un joven muriera por imitar una de las fotos en las que Bettie aparecía atada. Fuera como fuera, la mujer que se había hecho famosa a base de exhibirse, se volvió invisible. E incluso mucho más que eso: se convirtió en uno de los mayores misterios de la cultura popular. ¿Qué había pasado con ella?

La conversión, en efecto, se produjo. La ya exmodelo intentó irse a África como misionera, pero no se lo permitiero­n por estar divorciada. Luego, ya en la década de los 70, sufrió graves problemas mentales. «Oía voces, creía que eran Dios y el diablo peleándose en mi cabeza», explicó. En el transcurso de un brote psicótico llegó a apuñalar a su casera. Le diagnostic­aron esquizofre­nia paranoide y pasó muchos años ingresada en un psiquiátri­co. Al salir, descubrió que, sin ser ella consciente de nada, la habían convertido en un mito y hasta había un ejército de fans, los Bettie Scouts, que la andaban buscando por todo el país. Su cara y su cuerpo aparecían en todo tipo de objetos y las fotografía­s que había hecho en su juventud no paraban de reproducir­se.

En 1993, Bettie concedió su primera entrevista y se resolvió el misterio. Había cumplido 70 años y no tenía un duro. Vivía de las ayudas sociales y el futuro pintaba muy negro. La reaparició­n de Hugh Heffner en su vida resultó providenci­al. La puso en contacto con un agente que, desde entonces, gestionó sus derechos de imagen y el dinero ya no le faltó nunca más. Incluso hoy en día, ocupa el puesto número 13 en la lista Forbes de los famosos muertos que más beneficios siguen produciend­o. En 2017, por ejemplo, ingresó siete millones y medio de dólares.

A pesar de su reaparició­n y del interés por su historia, Bettie Page se prodigó poco en los medios. Concedía algunas entrevista­s, pero evitaba ser fotografia­da o que la grabaran. «Quiero ser recordada como en mis mejores años», decía. Aún así, en las pocas imágenes que se conservan de su última etapa aparece estupenda. Su pelo ya no es tan negro, pero ahí siguen su inmortal flequillo, sus ojos azules y su sonrisa, la misma que salió retratada en Playboy. Es como si todo el dolor y el sufrimient­o de sus años en el psiquiátri­co no le hubieran dejado huella. En diciembre de 2008, murió la pin-up más famosa de la historia. Tenía 85 años.

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