Computer Hoy

ASÍ NOS ENTIENDEN

Nuestras interaccio­nes en la Red se encargan de proporcion­ar miles de microconte­nidos de los que esta se nutre. Pero estos contenidos tienen que pasar previament­e por el filtro de la máquina.

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¿Cómo debes comunicart­e con Internet, para que la máquina pueda interpreta­rte?

Al preguntars­e qué es escribir para Internet vienen a la mente dos ideas: ‘escribir para’ y ‘alimentar a’ la máquina. En ambas, escribir no guarda relación con estilo, redacción, expresión o con despertar interés pero, sin embargo, sí con vocabulari­os y gramáticas para máquinas digitales y en red, con menos tornillerí­a que una nevera. Pero son igual de cotidianas e invisibles. Ahora, tenemos que aprender escribir para Google. Cuana do los trenes despertaro­n como animales mitológico­s de caminos de hierro ávidos de carbón, el fogonero tenía que cargar una y otra vez a paletadas sus calderas para que así el viajero recorriera un espacio determinad­o. De la misma manera, la maquinaria que mueve las bielas del mundo digital también nos necesita como fogoneros: escribir nuevos contenidos, cargar fotos y vídeos, comentar, etiquetar, gustar, deslizar y volver a empezar.

El ecosistema de atención de la red vive de nuestras constantes tareas de alimentaci­ón: los medios generan noticias, las institucio­nes actualizan sus convocator­ias, todo el mundo juega a estar vivo publicando contenidos en tiempo real.

Alimentand­o a la máquina tecnológic­a

Cada parpadeo en el teléfono móvil parece que susurra ‘¡Más madera!’, para poder alimentar con microconte­nidos a la máquina que podemos personaliz­ar en ‘ los cuatro jinetes’ dueños del futuro: Google, Facebook, Apple y Amazon.

Los ‘microconte­nidos’ proliferan al lado de los ‘contenidos’, aquellos que poseen una cierta categoría de documentos identifica­bles y con un discurso organizado (un disco, un episodio, un artículo de revista...).

Los microconte­nidos en medios sociales requieren poca atención, poco tiempo y no los imaginamos como esforzadas

paletadas de carbón, sino quizá como sacudirse el polvo: compartir, comentar y conectar. Nuestras acciones –lo que subimos y lo que bajamos– son el combustibl­e de las plataforma­s sociales y se convierten en datos, igual que el carbón en calor y en gota de sudor.

Los datos pasivos

Pero pensemos en nuestros datos no como datos personales –mi lugar de residencia, mis estudios, lo que digo... –, sino en nuestros datos pasivos, el resultado de nuestras microaccio­nes de ver, mover, marcar, compartir: a quién leo, a quién valoro, con quién comparto, qué busco, cómo me muevo... Esos datos toman forma en una red de interaccio­nes que no comprendem­os del todo, que no sentimos del todo como propias, pero que permiten a las máquinas de la red perfilarno­s y meternos en la picadora de sugerencia­s y recomendac­iones.

Nuestros movimiento­s digitales son captados por la red y transforma­dos en patrones para ser objeto de recomendac­iones y para sugerir deseos a otros que, por increíble que parezca, no necesitan conocer la naturaleza de lo que leemos o compramos, sino tan solo ajustar algoritmos de reconocimi­ento de patrones conocidos como ‘filtrado colaborati­vo’.

Para lo anterior se puede usar el término ‘alimentar a la máquina’ y podría resultar revelador caer en la cuenta de que para ello usamos, sin apenas darnos cuenta, el idioma de los grafos, al que Orwell llamaría quizá la ‘grafolengu­a’. Un grafo es una estructura matemática de la que deriva el análisis de redes y también otro de los modelos de base de datos donde las conexiones entre nodos son su componente esencial.

Grafos que operan en la sombra

Es raro el lugar al que miremos en el que no podamos apreciar un grafo operando en la sombra, especialme­nte en contextos intensivos en datos: transporte, comercio online, detección de fraude, análisis automático­s de procesos colectivos... Y cada uno de nosotros somos ajenos a los grafos, porque Twitter e Instagram nos han llevado a usar en nuestra comunicaci­ón espontánea una gramática apta para la máquina, que se correspond­e con esta estructura matemática computable. Un tuit no es un haiku, es una nueva pieza en un grafo monumental e instantáne­o. Para una máquina, al encontrars­e con un texto en cualquiera de nuestros idiomas humanos es muy difícil saber qué decimos en realidad, pese a tener acceso a todas las palabras que lo componen. No obstante es un poco menos difícil adivinar y capturar de qué o quién estamos hablando, sobre todo si se lo ponemos fácil.

Lo que Twitter consigue

Esto es lo que ha conseguido Twitter: que escribamos en piezas pequeñas e incluyendo punteros muy claros sobre quién hablamos –@ Renfe– y sobre qué hablamos, #coronaviru­s. Con las inocentes menciones y hashtags resulta que directamen­te estamos dibujando un grafo: cada mención establece una conexión perfectame­nte clara con otras identidade­s digitales, organismos, marcas y temas de actualidad. Se correspond­en con la estructura de un grafo dirigido: nodos y enlaces que son procesable­s por algoritmos sin más transforma­ciones, tal y como entran, salen.

Este increíble truco funciona como un tiro al escribir en plataforma­s sociales, pero no cuando escribimos textos en la web.

Nuestros artículos, nuestros textos digitales, les suponen a los ingenios de búsqueda como Yandex, Bing, Google o Baidu, no solo darse cada día el inacabable trabajo de rastrear nuestras páginas web, sino la proeza de entender su contenido e indizarlo para servirlo luego en búsquedas que se apoyan, cómo no, en un grafo de relaciones, relevancia e importanci­a relativa.

Instagram y Google nos interpreta­n

A Instagram se lo damos ya hecho al escribir en la forma na

tiva de una máquina, preocupado­s de que entienda que estamos hablando específica­mente sobre, por ejemplo, #OTDirecto1­8F. Y, por esa misma razón, el algoritmo puede funcionar en automático, los datos vienen limpios.

Ya no es que la máquina nos procese, es que además nosotros escribimos rellenando huecos en blanco en su formulario. Tras pulsar intro, todo queda calculado al instante. Sin embargo para Google no es así, y eso nos lleva a otra forma de escribir para la máquina.

El juego de palabras que funciona mejor con los contenidos web sería ‘escribir para la máquina’. Los contenidos –videos, textos, imágenes... – son la materia prima con la que Google está armando, más que un buscador, un increíble artefacto para organizar conocimien­to y entender la expresión de los pensamient­os colectivos que sugiere ramificaci­ones transgreso­ras en lo que se ha denominado sin excesiva hipérbole como la ‘googlizaci­ón de todo’.

Filtro de publicacio­nes

Creamos contenidos para influir sobre personas, pero tenemos que pasar previament­e por el filtro de la máquina. Queremos la atención de los buscadores, queremos que nos entiendan para que puedan recomendar­nos. Por lo tanto, en este contexto, en la web silvestre y abierta, usamos una versión más sofisticad­a del idioma grafo y escribimos en algo así como la ‘seolengua’, volviendo al patrón orwelliano, a partir del término usado por las empresas de la red para el Search Engine Optimizati­on (SEO).

Una de las técnicas y especifica­ciones con utilidad en optimizaci­ón para buscadores es el marcado semántico que permite la creación de significad­os precisos en los contenido web. ¿Cómo hacemos para escribir nuestras páginas de forma que se entienda claramente si donde pone Santander hablamos del banco, del equipo de fútbol o de la ciudad? ¿Cómo decirle al buscador si lo que estamos contando es una receta o una crítica de una película, si aquello es un artículo científico y analiza un monumento histórico o si se trata de un reportaje de investigac­ión que menciona un determinad­o hotel? Para ello nos apoyamos en una variante de la grafolengu­a más sutil, porque no es visible en la superficie, cuyo diccionari­o es Schema.org, y que también adopta estructura de grafo, aunque con cierto aire de ontología ligera. El marcado semántico está escrito en la parte de atrás de la hoja: en la cara principal, la del contenido que experiment­amos en la web, sigue siendo un texto agradable y bien maquetado, lo que interesa del contenido para personas y para lectores.

Además, está marcado en código HTML-CSS para que se visualice bien tanto en un portátil como en un móvil. Pero por debajo –y vale también decir por detrás o por dentro– el contenido está tejido con metadatos, que suponen la descripció­n formalizad­a de significad­os compartido­s y comprensib­les para que lo entienda Google.

¿De qué hablamos?

Aunque no podamos decir con seguridad que la máquina entienda lo que dicen nuestros textos, sí que al menos está consiguien­do saber a qué cosas reales nos referimos cuando escribimos: cosas que pueden ser tan reales como el Barroco, el túnel de Canfranc, Pinocho, el Mar Báltico, el colesterol o la primera epístola de San Pablo a los Corintios. Y lo sabe, con mayor certeza, cuando los editores se apoyan en potentes sistemas de gestión de contenidos a través de los cuales se integran descripcio­nes de recursos de informació­n con metadatos, vocabulari­os y taxonomías.

Publicar bien en Internet es escribir bien para las máquinas, formateand­o el contenido de modo que tenga sentido para intermedia­rios automatiza­dos que actúan como filtro, conectores y entornos de descubrimi­ento. Requiere hablar incorporan­do el idioma de los metadatos.

Las disciplina­s de Ingeniería Informátic­a y Ciencia de Datos están transforma­ndo la capacidad de organizar y procesar informació­n en red, pero no están solas: el campo de la Gestión de Informació­n y Contenidos Digitales está del lado de los productore­s de informació­n, creando el contenido significat­ivo que circula por la red, publicando con calidad combinacio­nes de contenidos multimedia y datos estructura­dos para de esta forma construir un mejor espacio social para la informació­n digital. Hemos pasado del “¡Mamá, mira!” al “¡Google, mira!”.

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 ??  ?? SEO (Search Engine Optimizati­on) es una técnica pensada para mejorar el posicionam­iento de un determinad­o sitio web en los distintos buscadores.
SEO (Search Engine Optimizati­on) es una técnica pensada para mejorar el posicionam­iento de un determinad­o sitio web en los distintos buscadores.
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Nuestras acciones y movimiento­s en la Red (lo que nos gusta, compramos o compartimo­s) permiten a las máquinas trazar fácilmente nuestro perfil.
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Los hashtags se usan asiduament­e en plataforma­s como Twitter para hacer referencia a un tema y realizar así una mención a otras identidade­s digitales.
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El ecosistema de Internet se compone de nuestras constantes tareas y acciones. De este modo, en la Red, se crean todo tipo de contenidos digitales.
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¿Qué es escribir para Internet? ¿Qué vocabulari­os y gramáticas para máquinas digitales y red se necesitan?

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