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Por mucho que el juego en la nube pueda ser el futuro incluso para la mismísima Sony (que ya posee su propio servicio PS Now), la empresa nipona va a seguir apostando muy fuerte por el modelo de negocio clásico. Lejos de obviar el juego tradicional, Sony es una compañía que sigue lanzando ediciones para coleccionistas en físico verdaderamente atractivas y, por lo visto, no parece que vaya a cambiar su forma de actuar a medio plazo.
Pass (que depende de descargas completas de los juegos) sea el más conocido, pero su apuesta más fuerte va a ser el gran Project xCloud. A pesar de que acaba de llegar a España (en fase beta para móviles), el juego en la nube de Microsoft para Windows 10 y Xbox puede ser revolucionario, al permitir jugar a una amplia gama de títulos en formato móvil en cualquier parte y retomar la partida al llegar a casa en nuestro PC o en Xbox One (y, pronto, en Xbox Series X).
Nvidia ofrece GeForce Now, que permite disfrutar en ordenadores y dispositivos móviles de los juegos incluidos en su plataforma (que no son muchos) y también jugar en streaming a juegos que hayas comprado en otras tiendas digitales, como Steam.
Pero, si existe un indicativo claro de la fuerza que posee actualmente el juego en la nube, es Google. La megacorporación estadounidense ya ha establecido su propia plataforma, Stadia, que apareció a finales del año pasado y registró buenos números de salida, a pesar de ciertos problemas, como el sobrecalentamiento con sistemas Chromecast. Aunque de momento la oferta de juegos no es la más atractiva ─dado que apenas hay títulos exclusivos llamativos─, su funcionamiento se ha optimizado bastante desde el lanzamiento oficial y cada vez son más compañías las que escogen lanzar sus juegos simultáneamente para Stadia junto al resto de formatos. Además, los suscriptores Pro reciben un juego gratis (por lo menos) cada mes, tal y como sucede con otros servicios online tan consolidados como PSN (PS4) o Gold (Xbox One).
Y, para que no falte nadie a la fiesta del juego en la nube, Amazon también pare
ce que se está preparando para desembarcar a lo grande... hasta el punto de que ciertos analistas apuntan a que pretende dejar en pañales lo que Google ha tratado de implementar con Stadia. A pesar de que todavía no hay nada oficial, se han filtrado varias ofertas de trabajo relacionadas con la contratación de personal para todo tipo de puestos y productos: desarrollo de motores gráficos, transmisión de juegos, servicios
El 4 de octubre de 1957 la extinta Unión Soviética lanzó el Sputnik-1, el primer satélite que orbitó alrededor de nuestro planeta. Los primeros sobrevuelos de los planetas Venus y Marte se realizaron en 1962 y 1964 (por las sondas Mariner 2 y Mariner 4), mientras que los primeros aterrizajes sobre estos planetas se produjeron en los años 1966 y 1971 (las naves Venera 3 y Mars 2, aunque ambas se estrellaron contra la superficie).
En el caso de la Luna, prácticamente carente de atmósfera, el primer aterrizaje de un objeto se produjo en 1959 (el ingenio Luna 2), mientras que un humano holló su superficie en 1969. Otras misiones posteriores han llegado a todos los planetas del Sistema Solar e incluso el módulo Huygens, transportado por la sonda Cassini, se posó en Titán, un satélite de Saturno con mares de hidrocarburos, en 2005.
Por otra parte, los cometas 9P/Tempel 1 y 67P/Churyumov-Gerasimenko han experimentado bien un impacto (por la sonda Deep Impact) o un aterrizaje (Rosetta/Philae). Estas misiones, y otras posteriores, han implicado ciertos riesgos por contaminación biológica. No son los únicos peligros que aparecen en la epopeya de la exploración espacial.
El hermanastro de la Tierra
De todos los planetas del Sistema Solar, a pesar de ser considerablemente menor a la Tierra, el que posiblemente es más parecido desde el punto de vista astrobiológico es Marte. Por ello ha recibido una atención especial por parte de diversas agencias espaciales. Entre los aterrizajes con éxito sobre su superficie se encuentran los de las sondas Mars 3 y 6 (1971 y 1973), Viking 1 y 2 (1976), Polar Lander y Deep Space 2 (1999), Phenix (2008), Schiaparelli (2016, un fallo) e Insight (2018), junto con los vehículos Sojouner (1997), Opportunity y Spirit (2004), y también Curiosity (2018). En los próximos cuatro años al menos otras cinco misiones serán lanzadas y, de tener éxito, depositarán sobre la superficie de Marte artefactos humanos.
en la Tierra, en ecosistemas mucho más complejos que las situaciones presentes en asteroides y cometas, pero el experimento pone claramente de manifiesto que diferentes seres vivos poseen recursos para poder resistir incluso las condiciones más adversas. Ese también es el caso de los extremófilos, capaces de vivir y medrar en ambientes verdaderamente hostiles para la inmensa mayoría de seres vivos.
También riesgos en la órbita terrestre
De diferente cariz son los peligros generados por nuestras necesidades tecnológicas. Actualmente los satélites artificiales que orbitan alrededor de la Tierra se han convertido en parte indispensable de nuestra vida, proporcionándonos servicios clave en las comunicaciones (radio, televisión, Internet), la logística (navegación por GPS, control de flotas de vehículos o reparto de productos) o la monitorización del planeta
los cuales siguen orbitando alrededor de nuestro planeta. La gran mayoría se encuentran inactivos y siguen ahí. En el futuro próximo, la empresa SpaceX prevé enviar más de 12.000 mini satélites en los próximos años, mientras que la flotilla de su rival OneWeb estará en el rango de los 650-2.500.
Por si fuera poco, el mismo proceso de lanzamiento genera residuos y el entorno planetario esta plagado de la denominada ‘basura espacial’, en muchos casos en órbitas sin control. De hecho, existen varias decenas de miles objetos de tamaño superior a 10 cm orbitando alrededor de la Tierra y 2.000 que intersectan órbitas geoestacionarias, las más valiosas porque son las que se encargan de albergar a los grandes satélites de telecomunicación.
Más aún, hay casi un millón de fragmentos de más de 1 cm. Por si fuera poco, se tiene constancia de unos 5.000 objetos de más de 1 metro de tamaño. La película Gravity, dirigida por Alfonso Cuarón en 2013, ilustra las consecuencias de impactos en cadena en la red de satélites y sus nefastas consecuencias para la civilización tal y como la concebimos actualmente.
De hecho, a lo largo de la historia de la exploración espacial ha habido una serie de incidentes muy significativos. En 1977 el satélite Cosmos-954 reentró accidentalmente con 50 kg de uranio enriquecido, afectando a 500 km² en el norte de Canadá. Se aplicó en esta ocasión la UN Space Liability Convention.
La estación espacial Skylab, de unas 170 toneladas, cayó sobre una región desértica de Australia en 1979. En 1996 el satélite Cerise fue golpeado por basura espacial de manera accidental. Por increíble que parezca, probablemente violando la ley internacional, en el año 2007 se produjo la destrucción intencionada del satélite Fengyun 1C por parte de China, generando aproximadamente 2.400 restos de tamaño mayor de 10 cm. La cuenta sigue ascendiendo y en el año 2009 un satélite de la serie Cosmos (el número 2251) colisionó de manera accidental con el Iridium-33, generando más de 2.000 fragmentos; y a comienzos de 2020 los satélites fuera de uso IRAS y Poppy VII-B se aproximaron a unos 47 m el uno del otro, sin llegar a colisionar en esta ocasión.
Por otro lado, las actividades militares, prohibidas en el espacio, que incluyen el desarrollo de misiones espía a otros satélites o para llegar a inutilizarlos, y que en ocasiones han provocado la posibilidad de impactos, no hacen sino exacerbar la situación de riesgo.
En resumen, nos enfrentamos esencialmente a tres tipos de peligros en la exploración del espacio más próximo, dentro del Sistema Solar: por un lado, la posibilidad de contaminar con material terrestre otros cuerpos como Marte o los satélites con océanos en su superficie, como Europa o Encelado, que orbitan alrededor de Júpiter y Saturno, respectivamente; también la llegada accidental e incontrolada de posible material orgánico desde estos cuerpos o de cometas o asteroides a la Tierra; o accidentes en órbita o impactos incontrolados entre la plétora de satélites que orbitan alrededor de nuestro planeta.
En los dos primeros casos se trata de peligros más hipotéticos que reales, aunque en cualquier caso toda precaución es poca. En el último, los riesgos son reales y los costes económicos y sociales pudieran ser extraordinariamente altos. Solamente una gestión global puede ayudar a minimizarlos. Nuevamente el multilateralismo y Naciones Unidas son los ámbitos adecuados para poder lidiar con estos problemas.
David Barrado Navascués Centro de Astrobiología (INTA-CSIC) theconversation.com