Condé Nast Traveler (Spain)

Ruta Hanseática

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Nos imbuimos del espíritu nómada de la antigua Liga Hanseática para conocer cuatro ciudades de cuatro países en siete días. El medio de transporte en este caso resulta esencial para descubrir la esencia de la mayor red comercial de la Edad Media. Acompáñano­s a este crucero por el Báltico, desde Copenhague hasta San Petersburg­o, pasando por Estocolmo y Tallín.

Visitar cuatro ciudades de cuatro países diferentes en tan solo siete días puede parecer todo lo contrario a unas relajantes vacaciones, incluso para los más experiment­ados viajeros. Sin embargo, a bordo de un crucero no solo es posible, sino que la premisa de que lo importante es disfrutar del camino se eleva hasta su máximo exponente.

AAtracado en solitario en el puerto de Copenhague no parece tan intimidant­e. Pero de cerca es innegable que, como mínimo, impone. El MSC Poesía es la nave que será mi hogar durante siete días en un recorrido por el mar Báltico, con parada en las principale­s ciudades medievales de la Liga Hanseática. La primera visita de familiariz­ación me revela varias cosas. En primer lugar, la enormidad de este buque (60 metros de altura, 290 metros de eslora, 32 de manga y 92.000 toneladas). Segundo, lo difícil que me resulta orientarme. Y tercero, identifico claramente dos tipos de pasajeros; los primerizos, como yo, que van descubrien­do poco a poco lo que el barco puede ofrecer y los “repetidore­s”, aquellos que conocen el barco al dedillo y saben cómo exprimir su estancia al máximo. Destacan claramente porque son los que, nada más embarcar, ya se han instalado en las hamacas frente a la piscina, luciendo bañador, un cóctel en una mano, un libro en la otra, dispuestos a relajarse incluso antes de zarpar del puerto de Copenhague. Son verdaderos expertos crucerista­s que han hecho de sus vacaciones en el mar su razón de ser. Vienen a disfrutar de una semana de descanso y la aprovechan bien. Desde luego tengo mucho que aprender de ellos.

Estoy de suerte porque mis compañeros de mesa –con los que compartiré cena todas las noches– son tres parejas, todas ellas españolas, veteranas en esto de conocer el mundo desde un barco. Han recorrido medio globo a bordo de cruceros y no dudan en asesorarme sobre cómo sacarle el máximo partido a estos días. Aunque no coinciden precisamen­te en la manera de hacerlo. Unos me aconsejan contratar todas las excursione­s

para bajar a tierra, mientras que otros aseguran que lo mejor es que dedique el tiempo a relajarme en la piscina, a darme un masaje en el spa y bajar a tierra por mi cuenta visitando solo alguno de los destinos en los que atracaremo­s. Eso sí, todos coinciden en que uno de los grandes momentos del día es la cena. La verdad es que el engranaje que lidera el maître Giuseppe Cacace funciona como un reloj suizo. Con un equipo de más de 200 personas se encarga de satisfacer los exigentes paladares de sus pasajeros en dos turnos cada noche, en tres restaurant­es. Una carta de más de cinco platos (más postres) que cambia a diario supone todo un festival para los sentidos. Aquí nadie se queda con hambre, eso está claro. Y a pesar de ello, como buenos españoles, pedimos queso para picar antes de entrar en materia, un capricho que nos conceden nuestros camareros con una sonrisa cómplice en los labios y con las que nos recibirán ya todas y cada una de las noches a bordo.

PALACIOS DE CUENTO Y UNA PINTORESCA PLAYA Primera parada, Alemania. Después de un reparador sueño en el amplio camarote, me despierto al alba justo para ver desde mi balcón cómo recorremos el canal de Warnemünde a la inversa antes de atracar en el andén más próximo a la entrada del mismo, toda una maniobra de precisión teniendo en cuenta el tamaño de nuestra nave.

El sol luce en un cielo despejado y azul y la temperatur­a es agradable. Hace un día perfecto para conocer Schwerin, la capital del Land Mecklenbur­g-Vorpommern (Mecklembur­go Baja Pomerania), situada a 80 km al sur de la costa. Con tan solo 100.000 habitantes, es la más pequeña de las capitales de los länder. Pero también la más singular. Su Landtag (parlamento) se ubica nada más y nada menos que en un castillo. El Schweriner Schloss se me antoja como un decorado de las películas de Disney, con sus suntuosas cúpulas doradas, sus torres y torreones,

rodeado de unos jardines de estilo barroco y otros de estilo inglés, y situado, como por arte de magia, sobre una minúscula isla en el lago de Schwerin. Para acceder al castillo hay que cruzar un puente y me resulta fácil imaginarme a los duques de Mecklembur­go entrando con sus carrozas en la que fue su residencia durante siglos. Segurament­e, si levantaran la cabeza, no verían muchos cambios en la parte antigua de la ciudad. Schwerin se ha preocupado por mantener intactos los edificios históricos, sus preciosas casas de vigas de madera a la vista y las calles empedradas. Junto con el castillo, la plaza antigua del Mercado es su centro neurálgico. Aquí se concentran el Altstädtis­ches rathaus (el ayuntamien­to de la ciudad vieja), casas con frontones y un palacio barroco tardío con doce imponentes columnas dóricas que ejerció de mercado cubierto en el siglo XVIII y que, hoy en día, esconde uno de los cafés más populares de la ciudad. Dominando toda la ciudad se eleva la catedral, una edificació­n medieval de ladrillo rojo. Vale la pena el esfuerzo de subir hasta su campanario (ojo, no hay ascensor), a 117 metros de altura y asomarse a los cuatro lados para admirar la panorámica

que nos brinda. Desde aquí se aprecia que Schwerin está rodeada por bosques y lagos.

De vuelta al puerto todavía nos quedan un par de horas antes de zarpar, por lo que aprovecho para acercarme hasta la enorme playa de la llamada ciudad-balneario, Warnemünde. Sobre la arena se han repartido decenas de cabinas de de mimbre para protegerse del sol. Fue aquí donde se inventaron hace más de un siglo para satisfacer la demanda de los aquejados de reumatismo que venían a curarse de sus dolencias con el aire del mar. El bullicio de la playa se extiende por el canal Alter Strom, donde cada día se instala el mercado de pescado fresco, que se puede comprar directamen­te desde las barcas.

UN SINFÍN DE ACTIVIDADE­S DENTRO DEL BARCO Hoy es día de navegación (quedan por delante 471 millas) hasta llegar a Estocolmo. Es el momento de disfrutar de las actividade­s del barco. En el programa del día me proponen un sinfín de opciones

(que cambian a diario) para que no me aburra a bordo: puedo participar en un campeonato de futbolín, ver una demostraci­ón de coctelería acrobática, hacer una sesión de yoga, darme un tratamient­o de belleza que hoy está en oferta, escuchar un concierto de música clásica en directo… Me decanto por unos largos en una de las piscinas del puente superior (el agua está a 26 grados) seguido de una sesión de jacuzzi y un poco de relax en el solárium. Ah, esto es vida. Empiezo a entender por qué la gente que prueba la experienci­a del crucero siempre acaba repitiendo.

Navegar por el Báltico frente a la costa de Gotlandia al caer la tarde, con el cielo repleto de nubarrones hinchados, aire fresco y limpio, y un silencio solo roto por los gritos de las gaviotas que siguen al buque es una experienci­a casi religiosa. Estamos lo suficiente­mente cerca de la isla como para ver las típicas viviendas suecas pintadas de alegres colores, que destacan entre el verdor de los prados que llegan hasta el agua. Casi todas poseen embarcader­o propio a los que se accede por estrechos caminitos que parecen dibujados por un niño. La belleza del momento se me queda grabada en la retina, pero sobre todo, en el alma. Es uno de esos instantes a los que volver cuando quiera un poco de paz. Arriba, el barco amarrado en el puerto en Warnemünde, un balneario alemán a orillas del mar Báltico. Abajo, la piscina en la cubierta, uno de los espacios más cotizados.

Correctame­nte ataviada de gala, como requiere la ocasión, me acerco al teatro para conocer al capitán Marco Massa y a su equipo más cercano durante la presentaci­ón que se lleva a cabo una vez por semana. Este italiano políglota echa por tierra los mitos que pueden rodear su figura. Es mucho más joven de lo que había imaginado (todavía no ha cumplido los 40) y es muy cercano. Me confiesa, con una sonrisa, que su destino estaba escrito desde que nació, en Capri, a escasos 100 metros del mar. Su padre también era capitán y le fascinaba la idea, ya de pequeño, de navegar a bordo de un gran barco. Hace poco nacieron sus gemelos –un niño y una niña– y dice que echa de menos estar junto a ellos, pero que a pesar de todo sigue disfrutand­o enormement­e de su trabajo, especialme­nte cuando puede admirar el cielo estrellado desde la cubierta superior.

LA CIUDAD DE LAS ISLAS Hoy el tiempo no acompaña. Cae una suave lluvia y las temperatur­as han descendido bruscament­e, pero ello no impide que, nada más desayunar, los pasajeros se lancen en tropel a descubrir Estocolmo. Hay que aprovechar cada minuto, ya que disponemos de tan solo unas horas para desentraña­r los misterios de la ciudad. Desde la

 ??  ?? Arriba, un día soleado en el canal de Warnemünde. A la derecha, vestíbulo del spa y, abajo, un espectácul­o en el teatro durante el crucero.
Arriba, un día soleado en el canal de Warnemünde. A la derecha, vestíbulo del spa y, abajo, un espectácul­o en el teatro durante el crucero.
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 ??  ?? Arriba, una vista de Estocolmo; a la izquierda, el restaurant­e japonés a bordo; la cubierta del barco; y una calle en Warnemünde (Alemania).
Arriba, una vista de Estocolmo; a la izquierda, el restaurant­e japonés a bordo; la cubierta del barco; y una calle en Warnemünde (Alemania).
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 ??  ?? Abajo, vista del palacio de Schwerin, capital del estado federado de Mecklembur­go-Pomerania Occidental, en Alemania, construido en el siglo X.
Abajo, vista del palacio de Schwerin, capital del estado federado de Mecklembur­go-Pomerania Occidental, en Alemania, construido en el siglo X.
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