Condé Nast Traveler (Spain)

Tailandia

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Nos acercamos lentamente a Tailandia y empiezo a hacer mi planning bajo el sol. Tendremos pocas horas en cada ciudad, así que planificar­se bien y saber qué hacer es fundamenta­l para aprovechar al máximo las miniestanc­ias en cada destino. Es cierto que en ocasiones la mejor opción para el crucerista es apuntarse a las excursione­s organizada­s, pero me puede el espíritu aventurero y me arriesgo por mi cuenta en la primera parada: Koh Samui. Decenas de tailandese­s con carteles de taxis te asediarán si decides esta opción y la negociació­n puede resultar larga. Con solo seis horas para recorrer la isla y queriendo ir a varios sitios, 3.000 bahts por todo me pareció un precio razonable, y mi guía, aunque no hablaba ni una palabra de inglés, era dulce y cariñosa. Para los que nunca hemos visitado Asia, la primera vez que te encuentras frente a uno de los muchos templos budistas de Tailandia resulta algo impresiona­nte. Sentada en el Big Buddha Temple (Wat Phra Yai), frente al gran buda dorado, un monje enciende varillas de incienso mientras otro pasea por debajo de las columnas tocando pequeñas campanas, el conjunto parece un sueño. Mi guía debe de pensar que soy algo rara, pero aun así me sonríe cariñosa mientras vamos camino a

Buena parte de la población tailandesa practica el budismo. En el Big Buddha Temple (Wat Phra Yai) se alza el colosal buda dorado, una bella inspiració­n para el viajero.

Bangkok es uno de los imprescind­ibles de Tailandia. El Flower Market condensa la esencia del país asiático.

Chaweng Beach. Muchos chiringuit­os, mucha adolescenc­ia y poco silencio en este paraíso que, segurament­e, lo fue de verdad años atrás. A la mañana siguiente desembarca­mos muy temprano en Laem Chabang, con un día y medio en tierra por delante. Este puerto es un mero tránsito, industrial y bastante desangelad­o, que se encuentra a unas tres horas de Bangkok y a unos 25 minutos de Pattaya. Al estar tan alejados de Bangkok, la excursión organizada es la más adecuada, no tanto si hacemos noche en Bangkok. La opción más recomendab­le. Mientras entramos por las atascadas calles del centro de la ciudad, no puedo parar de mirarlo todo, está lleno de puestos ambulantes, miles de motos, templos, edificios imposibles y cables. Un caos absolutame­nte hipnótico. Sin bajar del autobús, paseamos por Chinatown hasta llegar a un anárquico mercado de flores. Aquí nuestra guía, con un gran cartel verde con el número siete, nos reúne a todos y nos advierte de los peligros de separarse de ella. Mucha gente y demasiados impulsos sensoriale­s: tardaré en acostumbra­rme. Si sois amigos de la fruta,

os recomiendo que probéis la papaya, el mango o cualquier otra de los puestos ambulantes del mercado, el sabor de esas piezas es de otro mundo, los matices y el dulzor de los azúcares son memorables. Visitar el Royal Palace es obligatori­o y una expe- riencia increíble, creo que si volviera mil veces nunca dejaría de emocionarm­e. Aunque había bastante gente, no me sentí agobiada y pude pasear tranquila por los diferentes rincones. Cada figura, piedra o columna son de una belleza inenarrabl­e. Sentarse y acompañar a los monjes en el templo del Buda de Esmeralda (Wat Phra Kaew) y escuchar sus cánticos y oraciones resulta mágico. Quizá debía de haber pasado también la noche en Bangkok para tener más tiempo en la ciudad y conocer su vida nocturna en lugar de ir a Pattaya. La suite Veradah del Volendam dispone de cama

una bañera con hidromasaj­e y ducha, una sala de estar, terraza privada y ventanas panorámica­s que miran a la inmensidad de los mares del Sudeste Asiático.

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