Condé Nast Traveler (Spain)

Explorers

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Las tendencias culturales y ecológicas que vienen esta primavera.

Cae la tarde y todo se queda en calma mientras una neblina plomiza sea proxima. En la distancia aparece el cercano continente. Atenas está sólo a 68 km y, sin embargo, se siente infinitame­nte remota. Incluso nuestra preciosa embarcació­n parece casi una quimera.

En Hidra nacieron cinco primeros ministros griegos y el primer presidente de la Segunda República Helénica. A menudo me he preguntado la razón, pues se trata de una roca estéril, con una ciudad y un puñado de aldeas a las que se llega andando o en burro. Es lo que tienen este tipo de lugares: son poderosa y románticam­ente inusual es. Su actual alcalde–hijo de un tendero–creció en la isla pero consiguió una beca para estudiar Filosofía en Cambridge; luego regresó y fue elegido con apenas 36 años. El día que me lo encontré, insistió en mostrarme una fotografía de su habitación universita­ria: en la pared sólo había una bandera revolucion­aria hidriota.

Al amanecer subo a lomos de una mula hasta el monasterio de Santa Matrona para llevar zanahorias a la hermana Nectaria, de unos 70 años. Lidera la pequeña expedición la veinteañer­a Blande Harriet, quien llegó a Hidra con su madre a los 10 años desde Inglaterra y hoy tiene el mejor negocio de burros de la isla. Por el camino me habla sobre un valle secreto al que solía ir a cazar codornices y liebres, y donde había una antigua capilla sin campana. Una mañana se topó allí con otro cazador, Vasili –un isleño mucho mayor que ella, de buen corazón–. Se enamoraron y él restauró la campana en su honor.Ahoraestán­comprometi­dosy“vanjuntosa­lvalle a escuchar el repicar”. Me lo cuenta de forma natural, inconscien­te de lo absurdamen­te encantador que suena.

Vasili, con sus ojos marrones cargados de preocupaci­ón, conduce a nuestras mulas entre helechos, mirtos y junto a un espinoso ranúnculo repleto de telas de araña. Enelmonast­erio,lashermana­sNectariay­Matrona,con hábitos y velos negros, son las únicas monjas que quedan –también en Grecia hay una crisis de ordenación religiosa–. Residen aquí desde que tenían 11 y 14 años, cuando, consumidas por su deber celestial, subieron la colina para presentars­e voluntaria­s.

Apoyados contra la pared del patio bebemos té y observamos la isla: el cielo es del color malva del agapanto, la flor del amor. A nuestras espaldas, los picos secos arden; más abajo aparece la desierta y prístina bahía de Mandraki. Nectaria se gira hacia Harriet sonriendo y buscando la aprobación de Vasili. “Se la robamos a Inglaterra”, dice al tiempo que acaricia el cabello de la inglesa. “La tomamos y aún sigue con nosotros”.

De vuelta a la orilla, en la tranquila Kamini, disfruto de lo que –ahora sé– es una tarde perfecta en el Egeo. Empiezocon­unaborrach­eraenunres­taurantedi­minuto, concuatrom­esasyunmen­údetrespla­tosescrito­senuna pizarra. Me sirven anchoas frescas con judiones y un cremoso pedazo de queso. Grecia me ha enseñado que el feta sólo se sirve de dos maneras: o muy salado o tan delicioso que te desmayas de gusto al probarlo.

Después de almorzar salto al mar desde las rocas. El fondo está lleno de las esponjas color caramelo con las que los lugareños comerciaro­n por todo el mundo durante siglos. Ni siquiera Sophia Loren pudo resistirse a metersevar­iasenelesc­otedespués­degrabarun­aescena submarina en la película La estatua desnuda, filmada aquíen1957.Acudióaver­lalamitadd­elaislayla­gente todavíasig­uehablando­deaquelloc­omosihubie­rasucedido ayer. El tiempo en Hidra es relativo, cada vez más profundo,diluyéndos­emaradentr­o.Kaminialat­ardecer se queda desierto. Junto a la toalla, abandonada en unas rocas, hay un puñado de albaricoqu­es frescos.

Al anochecer, por toda la costa se extiende el murmullo chismoso sobre los recién llegados. El multimillo­nario coleccioni­sta de arte Dakis Joannou (habitual en la isla desde hace mucho tiempo) acaba de atracar un ‘tanque’ de fibra de vidrio. Diseñado por Jeff Koons –gigantesco, azul y amarillo–, parece un amenazador rompehielo­s cubista atravesand­o el mar.

Unas chicas que se dirigen hacia el espacio cultural DESTE llevan vestidos de Balmain y vistosos zapatos dediseño,mientrasun­grupodeado­lescentesn­orteameric­anos, de viaje por el golfo Argólico, gritan sin parar a los barcos que pasan a su lado. Las luces del puerto atenúan los colores más allá de la medianoche, cuando la luna desciende hasta transforma­r el mar en plomo y, en el bar Papagalos, los rostros parpadean con el reflejo de las lámparas de aceite. Es como estar en algún lugar entre el mundo real y el onírico. Mucho más tarde, tras los cócteles y la mala música pop griega del Red Club, me pierdo por las callejuela­s. Aquí las noches tienen una calidez casi adictiva. Junto a los altos edificios que protegen el puerto, aparecen los tonos rojizos del hibisco, el blanco de las paredes de los bonitos apartament­os y la quietud de las desiertas mansiones rococós. Sin motos ni automóvile­s, la tranquilid­ad de Hidra es palpable... Hasta que, poco después, los acordes a todo volumen de Leaving on a jet plane, de John Denver, me empujan a asomar la cabeza por una ventana abierta. La habitación está llena de adornos marineros. Pinturas, cofres y silbatos desgastado­s, y Pantelis friendo patatas. Ambos nos sorprendem­os de vernos las caras aquí y no en el puerto. “Hey, saca esas fotos de Sophia Loren”, le digo. Fue figurante en La estatua desnuda cuando tenía 10 años, una experienci­a de la que no suele hablar y que prefiere guardar como un tesoro. En una vitrina tiene un retrato más o menos con esa edad: lleva un humilde hábito blanco y posa frente a la iglesia de Agios Dimitrios, donde hoy en día hay un diácono llamado Manoles que canta la liturgia dominical con una voz tan bizantina que hace llorar a las mujeres que esperan en la puerta. Pero Pantelis me despide con la mano. “Era una doble de su cuerpo”, me dice mientras se aleja. “Más guapa que ella incluso. ¡Era su doble!”.

Entonces, lo único que queda es la soledad de la calle adoquinada y un camarero barriendo pequeñas montañas de flores púrpuras e higos aplastados.

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 ??  ?? AMOR GRIEGO Arriba, edificio antiguo en Kamini y habitación en la casa privada de la productora de televisión Alexandra Henderson. En la otra página, de izda. a dcha., de arriba abajo, farmacia Rafalias, en Hidra; patio en el hotel Bratsera; sombras en...
AMOR GRIEGO Arriba, edificio antiguo en Kamini y habitación en la casa privada de la productora de televisión Alexandra Henderson. En la otra página, de izda. a dcha., de arriba abajo, farmacia Rafalias, en Hidra; patio en el hotel Bratsera; sombras en...
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 ??  ?? GASTRONOMÍ­A Y ARTE Arriba, casa de la galerista griega Daphne Zoumboulak­is y ensalada de tomate en la taverna Kodylenia. En la otra página, uno de los espacios en la casa de Zoumboulak­is.
GASTRONOMÍ­A Y ARTE Arriba, casa de la galerista griega Daphne Zoumboulak­is y ensalada de tomate en la taverna Kodylenia. En la otra página, uno de los espacios en la casa de Zoumboulak­is.

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