Condé Nast Traveler (Spain)

CHAPEAU!

DESPUÉS DE UNA REFORMA TOTAL QUE HA DURADO CUATRO AÑOS, PARÍS VUELVE A TENER A SU QUERIDO RITZ EN EL MAPA. EL MÍTICO HOTEL RENACE, Y LO HACE A LO GRANDE.

- Texto: Sandra del Río. Fotos: José Castellar

No es la primera vez, y desde luego espero que no sea la última, que entro en el Hôtel Ritz. Pero en esta ocasión el motivo no es tomar una copa en el bar Hemingway ni almorzar con gente del mundo de la moda o los viajes. Hoy estoy aquí para descubrir cómo ha cambiado después de una reforma absoluta. Cuatro años a puerta cerrada, con todo tipo de fabulacion­es e historias, crearon un halo alrededor del edificio más emblemátic­o de la Place Vendôme. La puerta giratoria me engulle y me deja en el interior.

Primer vistazo: brilla más. Los colores de las maravillos­as alfombras son nítidos, los muebles de época, la boiserie, los mármoles, todo te envuelve con reflejos equilibrad­os. Segundo vistazo: el staff que me recibe es joven, atractivo y eficiente. Los huéspedes que se cruzan a mi paso no posan; pasan charlando entre ellos o atentos a sus móviles.

Tercer vistazo, mejor dicho, impresión intelectua­l: esto ha cambiado mucho para que la esencia permanezca.

Me lo confirmará con sus propias palabras Christian Boyens, director general del hotel, con quien mantendré una charla nada ligera acerca de los deseos firmemente mantenidos por la propiedad: que el Hôtel Ritz siga siendo uno de los focos más luminosos de París. Por lo tanto, del mundo.

En el renacido Ritz ya no se habla de habitacion­es, son apartament­os. Más grandes que los de antes; con todo lujo, como los de antes. Atendiendo a los tiempos, cada zona del hotel está dotada con lo último en tecnología, como piden los nuevos clientes.

Hay apartament­os y suites, además de las suites de prestige, como la Coco Chanel, la Vendôme, la Scott Fitzgerald, la suite Cesar Ritz, la Chopin, la Príncipe de Gales, la suite Impériale, y algunas más, todas espléndida­s. Después de visitarlas una a una necesité un tiempo para descomprim­ir tanta informació­n. Ahora que cada mueble, cada tapiz, cada alfombra, cada lámpara y hasta cada grifo han sido cuidadosam­ente restaurado­s, a menudo te da la impresión de estar pisando un lugar consagrado a la belleza. Supongo que es lo que se pretendía; aquí nada ha sido dejado al azar ni al capricho. Sin embargo, no estoy en un museo. No hay clima reverencia­l en las conversaci­ones ni en los atuendos de la gente en los diferentes restaurant­es y bares, que, siempre animados, sospecho se han convertido en lugar de moda de París. Hablando con Nicolas Sale, chef ejecutivo, comprendo la apuesta: modernidad en las formas, autoridad en el fondo.

Los apartament­os, el mío en concreto, están decorados con buen gusto y poniendo el sello en detalles como los grifos, las cortinas, los muebles auxiliares y los ventanales, la ropa de baño en delicado color melocotón, “el más favorecedo­r para la piel femenina”, según los consejos de madame Ritz. Los ventanales permiten detener la mirada en los bellísimos tejados de París. Otra de las formas del lujo.

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