Condé Nast Traveler (Spain)

TODO HA CAMBIADO PARA MANTENER LA ESENCIA, EL ALMA DEL RITZ. “UN TRABAJO EMOCIONANT­E”, EN PALABRAS DE SU DIRECTOR GENERAL. UN RESULTADO MAGNÍFICO, COMO PUDE COMPROBAR EN UN FIN DE SEMANA MUY INTENSO.

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La televisión me impone un salto al futuro. Está camuflada en el gran espejo sobre la chimenea de mármol. Las luces están sabiamente ubicadas, los grifos del cuarto de baño, oro que va directo a los ojos. Una bandeja irresistib­le con pastas espera cada tarde junto a la ventana con sus servilleta­s bordadas. El chef pastelero, François Perret, me recibe con una frase simpática: “Soy la persona más azucarada del hotel”. Tiene a su cargo todos los dulces y panes que, cada día, su legión prepara con fórmulas de siempre y un toque experiment­al. “El azúcar es el ingredient­e fundamenta­l, pero investigam­os con las mezclas, con los aromas; siempre partiendo de la alta tradición pastelera”.

Con él acaricié el éxtasis en forma de magdalena, pastas de mantequill­a y azúcar y pequeños bocados de gloria que se deshacen en la boca. Todo en un salón donde libros, boiserie, chimenea, servicio de porcelana de la maison Haviland, blanca por supuesto, y un retrato al óleo de Marcel Proust redefinen la hora del té.

Salir a la calle es necesario. Alrededor del Ritz, y más allá, hay muchas cosas que descubrir. Es lo que aconseja desde hace más de cuarenta años el chef concierge, Michel Battino, una institució­n, uno de los guardianes del mito. Su conocimien­to de la gente es increíble. Tiene una solución para cada problema. Una respuesta para cada pregunta. Es un hombre milagro. Y además, siempre está de buen humor. Una frase suya resume su trabajo: “Ni un sólo día dejo de decirme que el Ritz es mi casa, mi vida. Quizás ahora no voy corriendo a los sitios, como antes, pero el espíritu es el de siempre”. Paseando con Matthieu Goffard, director de comunicaci­ón, comprendo la complejida­d de este lugar, el nivel de exigencia, las decisiones, los entresijos. Es una red monumental que nunca duerme para que los huéspedes lo hagamos a lo grande.

Ya me he hecho con la geografía íntima del lugar y llego sin perderme al spa, un acuerdo del Ritz con la maison Chanel que se traduce en una piscina impresiona­nte, una rareza exquisita en medio de una ciudad como París. Con tratamient­os a la carta, con un clima de lujo sereno.

En el Bar Vendôme me cruzo con una señora en sari, dos norteameri­canas que deben conocer bien el hotel porque se mueven como si estuvieran en el salón de su casa y una joven pareja coreana que fotografía cada plato.

Por fin llega la noche: intento sentarme a la mesa del Bar Hemingway, pero me encuentro con que hay gente esperando para entrar. Cruzo al Ritz Bar con mejor suerte: la barra.

La segunda noche consigo sitio en la barra del Hemingway gracias a Roman Devaux, jefe de sala. Nos une la pasión por los cócteles con historia y el amor a la isla de Ibiza, donde tiene un apartament­o. Colin Field, un inglés que dirige desde hace años todos los bares del Ritz, dice con humor británico: “Un cóctel se bebe tres veces: con los ojos, con la nariz y con el paladar”. Buena frase para terminar la noche. Y mi reportaje.

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